Lo más difícil fue lograr que no se me murieran nuestras plantas. En 5 años nunca las regué, nunca las cambié de una ventana a la otra porque necesitaban más o menos sol, nunca arranqué hojas que ya estaban secas, ni nunca las cambié a una maceta más grande. Y de repente me vi sola y responsable de una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once, doce, trece, catorce plantas. Viven, todas viven. Ese también es mi regalo para vos todos los días. Que los cumplas feliz.

Mi abuelo jugaba conmigo a todos los juegos que yo quisiera jugar. Me insistía que tenía que ser de Nacional, y jugaba conmigo a todo.
Mi abuelo siempre tenía algo de qué hablar. Filosofaba todo el tiempo y casi siempre tenía razón.
Mi abuelo hablaba todo el tiempo de la importancia de ser feliz y no complicarse con pavadas. Una vez le dije que «si algo tiene solución para qué te preocupás, y si no tiene solución para qué te preocupás» y quedó consternado por haber escuchado esa frase recién de viejo.
Mi abuelo, cuando yo era chiquita y vivíamos juntos, inventó un juego. El juego consistía en esconderte de forma virtual mientras el otro te buscaba. Tenía dos versiones, una era la «Escondida virtual real» y la otra era la»Escondida virtual virtual». En la primera versión sólo podías «esconderte» en los lugares en que efectivamente entrarías, como abajo de la cama o en el ropero. En la versión virtual virtual podías esconderte desde adentro de la lamparita de luz hasta abajo de la alfombra.
Mi abuelo y yo nos pasábamos horas jugando mientras él me acariciaba los brazos o el pelo. No tuvo hijas mujeres así que aprendió varias cosas conmigo.
Cuando estaba internado unos días antes de morirse, el médico intensivisa le comentó que iba a ser abuelo de una nena. Ese médico me contó a mí que mi abuelo le dijo «ahora vas a conocer el verdadero amor». Yo lloré de feliz mientras el resto de mi familia asimilaba el informe médico de que mi abuelo al final se iba a morir.
Para ser honesta, la mayoría de los días ni me acuerdo de mi abuelo, porque la mayor parte de mí todavía no entendió el cambio, la ausencia, la eternidad rota. Pero hay días como hoy, en que lo extraño, lo abrazo, me escondo virtual virtual en su corazón. Para siempre, abuelo.

¿Quién dijo que la música no es poesía? No sé quién sos, no conozco tu cara ni sé cómo te llamás. No sé cuántos años tenés, ni sé qué fuiste a hacer a Dublín. Pero un día conocí tu voz. Escuché tu música y te escuché y se me erizó la piel de mis brazos tatuados.
Ya no sé cuántas veces te escuché una y otra vez repetir esa poema, esa canción, ese dolor. Una, dos, ocho, mil.
La primera vez fue en mi cama de mi cuarto de la casa de mi padre un día no tan frío de invierno, y la última fue hoy.
La escucho cuando me duele el alma y la escucho cuando estoy bien porque así también puedo escucharla sin sentir que me rompo en mil pedazos. ¿Cómo puede ser que el amor que siempre es para siempre siempre se acabe?

Nos conocimos en realidad en la pista de baile de un boliche veraniego pero en pleno invierno. Veraniego porque es más grande el patio que la pista, pero afuera hacía frío así que estábamos todos adentro, apretados como nunca. Ahí por primera vez en mi vida, me estaba besando con un tipo equis en una fiesta. No era tan equis porque era compañero de clase de mi amiga la que vive conmigo y ya nos habíamos visto una vez en su cumpleaños, pero para mis estándares era un total desconocido. En algún momento salí afuera un ratito a llamar a mi hermano que cumplía años y en Uruguay eran las 12. Después de eso volví a entrar y el tipo se estaba besando con otra. Cuando me di cuenta ya estaba demasiado cerca, parada al lado de ellos, mirándolos sin entender mucho, sin saber cómo reaccionar para mantener mi dignidad lo más a salvo posible. Antes de descubrir mi atajo a la dignidad intacta que hubiera sido el no ser vista viéndolos, ella se despegó de ese beso que antes había sido mío y me miró. Yo sonreí como me salió, mirándolo a él, creo, y cuando me iba a dar vuelta para irme, ella me agarró del brazo y me preguntó al oído, demasiado fuerte, gritando para ganarle a la música, si el tipo era mi amigo, yo dije que sí porque era más digno que la verdad, y ella me dijo algo como wow es hermoso, y yo me encogí de hombros. Acompañame al baño, me dijo, y yo me di vuelta y caminé rápido escabulléndome entre gente más alta y más borracha que yo, intentando perderla sin que se dé cuenta. No la perdí, y me agarró fuerte la mano y así llegamos al baño. Había una fila larga y yo no sabía qué decir. Ella sonreía y se agarraba la cara y me decía una y otra vez wow qué tipo hermoso. Entonces pensé, scheiß drauf, que significa algo como «ya era», y le dije, no es mi amigo, hoy es la primera vez que hablamos y hasta hace dos minutos estábamos chuponeando. Ella me abrazó y me preguntó si estaba enamorada. Me reí y nos reímos juntas. Me dijo que si yo quería ella no volvía a donde estaba él, y yo le dije que me daba igual, que no se preocupara. Ella me pedía perdón y me abrazaba, y nos reíamos juntas, y yo le dije que en realidad no había nada por lo que disculparse, y que lo que creía haber sentido al verlos era vergüenza pero que en realidad no sentía nada, y que sólo pensaba que qué gracioso y lindo estar con ella en el baño abrazándonos. Me dijo que sólo estaba en Hamburgo por dos días, pero que si me parecía bien, iba a ir a almorzar a mi casa al día siguiente. A mí me pareció bien. Me pidió mi celular, no mi número, sino el aparato y se llamó a sí misma. Agarró su celular y me agendó como “Ini <3″. Al otro día me mandó un mensaje y yo lo vi recién el lunes, así que al final nunca más nos vimos, pero a Roxane y a todas las mujeres amorosas y anónimas de mi vida les mando este abrazo.

Hoy soñé que mi abuelo aparecía desnudo en una casa que no conozco pero supuestamente había sido suya. Me decía que ahora que está muerto puede estar en donde él quiera, que solo con pensar que quería hablar con él, él iba a venir a donde yo esté, y yo no se lo decía, pero pensaba, que qué lástima que no se murió antes.
Ese tatuaje me lo hice hace un par de años, y mi abuelo, como casi todos los abuelos, odiaba los tatuajes, pero yo le reconocí el orgullo en los ojos cuando le contaba a mis tías «pero este se lo hizo por mí». Ojalá, abuelo, puedas estar donde querés estar.

Hace una semana llegué a lo de mis abuelos sin avisar. Los dos se asomaron a ver qué era el auto que había llegado. Y era yo, y los vi, cada uno en su ventana y pensé que qué imagen tan linda y saqué esta foto. Mi abuelo puso la primera casa de revelado en Tacuarembó en andá a saber qué año. Todavía era sólo en blanco y negro así que él revelaba y mi abuela pintaba las fotos con colores. Ayer me acordé de que hace más o menos un mes invité a mi abuelo a dar una vuelta en auto por el lago nuevo del balneario. En algún momento, allá arriba, por el Parque Oribe, desde donde se ve todo lo el lago yo paré el auto y saqué una foto del paisaje y después le saqué una foto a mi abuelo. Le pedí que pose, que hiciera como si tomara un mate. «Estoy viejo, chinita» y yo le dije estás divino, abuelo. Me dijo vos estás preciosa y me sacó una foto él. Me dijo que no sabía si había enfocado bien porque no veía mucho. El rollo todavía está adentro de la cámara y nunca tuve un miedo tan grande de que una foto no haya salido.
Mi abuelo no va a estar más en su ventana. Pero está en todo lados.
No puedo dejar de hablar de vos, abuelo, como cuando estás recién enamorada. Una historia atrás de otra, estoy llena de historias, llena. Te amo siempre y voy a contarle a todo el mundo lo que fuiste. Abuelo bueno, dulce, tierno. Te amo siempre y qué felicidad haberte dado el último abrazo. Capaz vos no te diste cuenta, ya estabas en otro lado, pero yo no me olvido nunca más. No estoy triste, abuelo, vos tranquilo.


¿cuántos poetas pensé que había que adorar para dejar de ser la escritora y volver a ser la musa? ¿musa de quién? ¿de los nadies a los que después acaricié en casas viejas de montevideo? ilusa niña con el corazón destrozado y muy oportunos aquellos que me encontraron.
leímos a sylvia plath y en cada verso me parecías menos poderoso, más humano, más débil y pobrecito. me pediste que leyera en alemán y yo leí y pensaba ¿para quién estás actuando, poetita?, yo ya estoy acá, ya no hace falta desplegar tu plumaje, ya casi que estoy en tu cama, ya basta de apareamientos, ya, yo me quedo, y no porque realmente quiera, sino porque quedarme es mucho más fácil que querer irme y que vos insistas que me quede, es más fácil dejarme tener, y ser la que se va libre después del orgasmo y antes del abrazo. sentirme poderosa caminando sola a las 6 de la mañana por calles que no conozco, después de haber sido defraudada una vez más. ¿qué busco? ¿en dónde está el nácar que dará vida, vida, qué vida, vida?

Las calles oscuras, llenas, vacías, sucias, la basura acumulada, los bondis que no pasan, los amigos que llegan tarde a todos lados, los que quiero, todos, los de siempre, la comida que me gusta, el cordón de la vereda, las palabras que conozco, revelar fotos en lo de Ricardo y enamorarme para siempre por unos días.
Mi casa siempre está ahí.

Mi tía Marcela había hecho un curso de repostería y hacía las tortas más lindas del mundo. Con esa masa de colores hacía muñequitos de lo que fuera, y yo todos los años esperaba ansiosa mi cumpleaños para tener la torta más linda de todas, mediante la cual siempre expresaba mi pasión del momento. Siempre eran las más lindas, pero como tiré a la basura todas las fotos de mi adolescencia, todas, ya no me acuerdo de ninguna, excepto de la única torta que no me gustó. Yo le había pedido que me hiciera algo relacionado a la música, pero como andaba medio ocupada me hizo otra cosa. Eran unos macaquitos redondos con forma de pompones de lana con ojos, que sentados alrededor de una mesa miraban una torta igual a la mía pero más chiquita, es decir la misma escena una y otra vez.
No tenía nada que ver conmigo y no decía nada de lo que yo sentía. Para ese momento yo ya había decidido que mi tía Marcela ya no era mi tía preferida y hubiera querido saltarme la parte de la torta, de la que solía estar orgullosa, mi torta que esta vez no era mía, pero igual me encontré aplaudiendo como idiota mientras me cantaban el que nos cumplas feliz.
La fiesta había sido hasta ese momento bastante mediocre, así que con el miedo que me persiguió toda la vida, de que dijeran que mi fiesta había sido aburrida, me di cuenta de que tenía que hacer algo.
Mi hermano tenía 8 y unos días antes me había contado que le había pagado $25 a nuestra vecina para que ella le diera su primer beso. Lucía tenía mi edad, era linda y le decíamos «la Lufre», «Lu» por Lucía, y «fre» por fresca, que en Tacuarembó significa trola, y que a los 13 significa que le había dado piquitos y la mano en el cine a varios de la clase.
La Lufre le había cobrado $25 a mi hermano por un beso. La Lufre se había prostituído. La Lufre era prostituta.
Con mi conjunto todo celeste, pantalón y buzo deportivos, que había cambiado de sólo para llevarle la contra a mi madre que me lo había comprado en rosado, me fui al edificio de al lado, escoltada por alguno de mis amigos los idiotas, le toqué timbre y le dije que bajara. Antes de que llegue a la puerta le dije «me chupan un huevo los $25, sólo quiero decirte que sos una puta, una prostituta», y me di vuelta y me fui, y super que estaba descargando mi bronca en la persona equivocada.

Hoy soñé conmigo de chiquita.
Me vi, y supe que era yo, tenía dos años y no me salía pronunciar la «s».
Le pregunté a esa niña cómo se llamaba, y ella me dijo „Ingrid, pero también me dicen Ini“.
Sentada en cuclillas, la agarré entre mis brazos, la abracé fuerte y le dije: „te voy a cuidar siempre y no voy a dejar que nadie te lastime“.
Me desperté y lloré.

Conocer gente nueva siempre está bien, los más parecidos y los más distintos a vos tienen algo que enseñarte.
Todos tenemos un montón para dar, y mucho más para recibir.
Ábranse más, conozcan más gente, en la esquina, en una red social, en un bar, en otro barrio y en otro país. Anímense a hablarle a la gente que tampoco se anima a hablarles a ustedes.

Miré para atrás de a ratos
vi cómo me mirabas
y te escuché decir
schau, sie hat ein charango.
Me reí y miré las olas
te vi pasar a mi lado
te vi meterte al mar
te vi volver
y te vi irte.
Te grité
no es un charango
y te diste vuelta
me miraste
y te reíste
y me dijiste
hablas alemán
o qué?

Mi madre es la adscripta del liceo. Es para mí la dueña de la caja en donde se guardan todas las fotocopias de las cédulas de los alumnos que conforman un crupo.
4°C, el salón de abajo de la escalera es el que quiero. Los baños son en frente, el patio es al lado, desde la ventana se puede ver a todos los que fuman en la esquina y no hay que pasar por la adscripción para salir a la calle. La cosa es que para que me toque el salón de abajo tengo que ser compañera de la Gorda Mora, que supongo prefiere que la llamen por su nombre.
A la Gorda Mora la chocó un camión cuando recién le habían regalado la moto y las piernas le quedaron medio torcidas. Como encima era una gorda medio puta que chuponeaba con tipos grandes , nosotros nos creíamos con la impunidad de odiarla sin conocerla y para divertirnos cuando nos pasaba cerca.
La suya fue la primera fotocopia de cédula que metí en la caja, y la mía la segunda. Después busqué las cédulas de todos mis amigos varones, de todos los lindos de la generación, y por último la de mi mejor amiga.
Mientras toda la gente de mi pueblo esperaba con ansias el día que colgaban las listas en la puerta del liceo, yo sabía con semanas de anticipación quiénes eran mis compañeros de banco.

Lunes 7:30 de la mañana, primer lunes de marzo, clase de Astronomía. El profesor se llamaba Carlitos y cómo mi madre le había arreglado los horarios para que trabaje sólo tres días por semana, él nos había regalado un perro, que se llamaba Tom y se babeaba pila.
Carlitos parecía imponer respeto, pero se llamaba Carlitos y me había regalado un perro, así que cuando nos dio la bienvenida mediante la interrogante: «¿cuántas estrellas hay en el cielo?», yo pensé que era gracioso responder «50, porque no tienen cuenta». Carlitos me dijo «¿me estás tomando el pelo?», y yo me reí, y todos mis amigos varones se rieron, y los más lindos de la generación se rieron, y mi mejor amiga se rió. También se rieron los otros, los anónimos, los que fueron a parar en esa caja de cédulas, los rellenos de mi 4°C.

Al lado de la casa del balneario en donde viven mis abuelos, antes vivía Martínez. No sé quién es Martínez, no sé cómo se ve, no sé a qué se dedica ni sé qué edad tiene. Al lado de la excasa de Martínez viven mis abuelos. El portón de entrada al frente es verde y se abre de arriba y de abajo con dos piripichos que cuesta poner y sacar, por eso me gusta que me esperen con el portón abierto.
Entrando estaba el árbol/planta de Santa Rita que mi abuelo podó cuando años después remodeló la casaa él solo con sus manos y las manos de su amigo Luis.
Pasando la Santa Rita había una hamaca. La hamaca era verde, verde agua pero más oscuro, un verde que no puedo en realidad describir, pero que recuerdo -o creo recordar- con una exactitud que me sorprende. Me sorprende porque hasta me acuerdo de las partes de la madera ya vieja, estaba como «pelando» y ya no era verde. Las cadenas que colgaban la hamaca eran gruesas y un poco incómodas de agarrar. Me acuerdo de mis manos chicas, chiquititas, descansando de tanto en tanto porque un poquito me dolía.
Mi abuelo me hamacaba fuerte y me decía en cada empujón «te tiro para lo de Martínez».

Por primera vez escuché las olas del Río de la Plata. Un pibe lindo me llevó a una parte linda de la rambla de Montevideo. Yo le dije que nunca había pasado del murito para allá y él me invitó a bajar. Había una escalera y había rocas. Llovía un poquito y yo cerré los ojos y pensé que qué linda que es Montevideo, y que qué lindas las olas.

Me gustan las palabras. Me gusta la cantidad de cosas que se pueden decir con los infinitos conjuntos de palabras que tenemos, conocemos, creamos, somos. Me gustó cuando él me dijo «las palabras cambian después», porque el después es relativo, y porque las palabras me gustan mucho. Incluso las palabras me gustan más que él, y él me gusta mucho más que cualquier cosa en la que pueda pensar ahora.

Conocés el momento,
cuando te cruzás de frente con con alguien en la calle
y se miran a los ojos,
pero no se desvían hasta el último segundo.

Yo te miro a los ojos,
y te paso de largo
pero cuando mirás casi nos chocamos
y yo siento tu mirada como un rayo que penetra,
miro hacia otro lado, y sigo de largo.

No estoy preparada para que alguien entre en mi vida,
para que cruce mi camino, como una tangente,
para después desaparecer
para siempre.

Vos y yo estamos torcidos,
los dos parados al viento, torcidos.
No nos tocamos
Dejame andar a la deriva,
no te agarres de mí.

Soy una caminante,
camino entre la gente
y hago mi propio camino
sin diagonales ni paralelas
Sonará solitario,
pero hoy soy una asíntota.

Acercarse más y más,
pero nunca tocarse.
Una triste colección
de casis y quizás,
y conjuntivos que nunca
se vuelven presente.

Y por eso miro hacia otro lado,
miro el piso,
o a través de vos.

Decime un cumplido,
y yo te doy
una mirada confusa.

Intentá tomar mi mano,
y yo la saco.
Mirame los labios,
y yo me los muerdo.

Soy una rompedora de momentos,
rompo burbujas,
y rompo el silencio,
y hago sombra,
y rompo.

Rompo porque tengo miedo.
Suena lógico en mi mundo
roto y torcido
romper algo,
antes de que se rompa solo,
o me rompa a mí.

Quiero tener el control,
y no dejarme leer.
No quiero que te quedes más tiempo,
por miedo quizás
a que descubras mis errores.

No quiero poner mi mundito en tus manos,
porque tengo miedo de que te vayas con él
y así, como caminante, estoy tranquila.

Pero cruzate conmigo,
mirame a los ojos,
no desvíes la mirada,
choacame, que yo te choco.

Era una fiesta en otoño, era mi fiesta de cumpleaños en una noche de abril, yo estaba borracha y de repente estabas parado frente a mí, después de tantos años de conocernos y no habernos prestado atención. Me pediste mi número de celular y yo te lo di, y vos me diste el tuyo y yo te dije que te iba a escribir. «Probablemente nunca», pensé.

Y entonces de repente era octubre y sabías tanto sobre mí. Era una noche cálida de octubre cuando me besaste por primera vez y me dijiste que no me ibas a dejar ir nunca.

Se acerca el verano y luchamos entre nosotros y con nosotros y nos perdemos más y más. Nos perdemos en palabras no dichas, en esta tranquilidad horrible que vos intentás romper, y aunque quiero gritar que pares de hacerme preguntas, me callo, y te pregunto mientras vos querés que pare de hacerte preguntas.

Es febrero y estás parado frente a mí y me decís que te querés ir, que ya no me querés a tu lado. Por primera vez querés que me vaya, ¿y yo? Yo quiero quedarme, pero me doy vuelta y me voy sabiendo que te perdí. Y entonces viene la segunda noche de abril en que nos encontramos. ¿Qué querés de mí? Yo sigo siendo la misma, la que no pudo hacerte feliz, y vos sos el mismo que amo y que me lastima. Ahora somos ¿amigos?, ¿amigos con derecho? Entonces pasamos la mejor etapa que hemos tenido, y estoy feliz y confundida. Vos siempre parecés tan fuerte y yo tan débil. A pesar de todo siempre estás ahí para mí, crees en mí, me abrazás, me prestás tu campera cuando hace frío y me secás las lágrimas. «¿Qué querés de mí?», te pregunto mil veces. ¿Y vos? Me mirás y no sabés. Vos ponés las reglas en nuestro juego, que aparentemente ya nada tiene que ver con amor. Vos decidís qué tan cerca o lejos de vos puedo estar. Y después se termina. Porque yo quiero demasiado y vos demasiado poco, y a veces es al revés. No puedo hablarlo con nadie porque nadie lo entiende. Yo lo entiendo. ¿Lo entiendo?

Ahora estoy sola y vos también, ¿cuánto vamos a aguantar? Sin el otro, sin ese sentimiento de sentirte en casa en los brazos del otro. Entonces estás otra vez, parado frente a mí en una noche de música alta en un boliche de dudosa reputación en Montevideo. Me mirás mientras bailo, entonces me besás como si fuera la primera vez y sonreís con tu sonrisa de «está todo bien». Esta noche me da todo igual y ya me olvidé de todo. ¿El futuro? No se sabe, como nuestra relación que no es. Me preguntás si todavía te amo. Te digo «no, no te amo, pero sos mágico». Sí, mágico, eso sos. Es raro, pero estoy bien. Me gustaría volver a enamorarme de vos, pero esta vez tiene que venir de tu parte, eso ya lo sé. Después de todas las noches en las que me dejás y después estás parado frente a mí. Vos pensás que me hacés daño, que me rompés, pero no, a veces me dejás dudando, a veces dudo yo sola, de vos, de mí, de nosotros, pero también me das mucho. Mucho de vos, de mí y de nosotros.

Ahora sos un amigo con el que comparto más que con otros amigos. Si alguna vez quisieras más de mí, entonces probablemente yo también quiera darte más. Pero hasta entonces olvidemos el dolor, vivamos, seamos, tomemos cerveza y fumemos sentados en cualquier esquina.

Cuando no te tengo cerca las palabras salen de mi boca/alma a borbotones. Suena como algo malo, ya sé, pero no es. Es eso de que cuando uno está triste dice las palabras más duras pero también las más lindas. Es que cuando no te tengo físicamente al lado, mi alma siente que no te tiene, y se me revuelve el estómago y vomito palabras de ahogo y sangre de dolor.

Me hacés falta a cada paso. Me hacés falta para decidir si quiero un capuccino o una chocolatada.

Estoy sentada mirándome los pies, las uñas medio despintadas y la piel bronceada.
Entierro los pies un poquito en la arena, y los desentierro, y agarro un montoncito de arena con la mano y me la voy tirando de a poco arriba de los pies, y después otro, y después otro.
Me duele un poco la espalda porque estoy durmiendo arriba de un sobre de dormir. Son las 7 de la mañana y ya me desperté porque el sol calienta la carpa. Abrir el cierre y salir a la playa que está ahí y sentarse en la arena en la que estoy sentada es como el paraíso pero más real. Afuera todavía está fresquito, estoy desnuda y sse me eriza un poco la piel. Pienso en el desayuno que va a ser el mismo que todos los días desde hace un montón de días, pan, queso y tomate. Pienso en el libro que terminé anoche, sobre un señor que estando preso aprende a jugar partidas de ajedrez imaginarias, contra él mismo, lo que significa anticiparte a tus propias jugadas, pero no, el encierro y la soledad desarrollan en él una especie de locura-inteligencia que casi se transforma en una esquizofrenia que lo hace ser las piezas negras, y lo hace ser las piezas blancas, juntas pero por separado.
Y entonces salís vos, y me decís guten Morgen, y el día se transforma en un día hermoso porque estamos juntos. Y cuando estamos separados, también estamos juntos.

Caminando hacia atrás tropezaste con tu mochila y casi cayéndonos terminamos en mi cama, que estaba tendida pero para ser honesta sólo la tendí porque venías vos. Al final duró solo un rato el acolchado ordenado porque con los pies lo tiraste hacia abajo y me empezaste a sacar la ropa que también tirabas para abajo, yo te saqué la remera como pude y te dije sacate las medias, porque vos no sabías, pero ahora ya aprendiste que no me gustan las medias arriba de la cama. Y no sé cómo tengo estos recuerdos porque juraría que en ese momento yo no pensaba en nada, si abría los ojos se me nublaba la vista así que los cerré y me quedé acostada boca arriba mientras me besabas y también me mordías, y me acuerdo que en algún momento me dijiste no puedo más, Ini, y yo sonreí pero vos no me viste, y quise responderte pero al final no te respondí, y solo te empujé hacia atrás, te miré, y me mordí el labio de abajo.

Me senté a esperarte mientras miraba las puertas corredizas abrirse una y otra vez sin dejarte salir a vos. Me levanté y caminé alrededor de las sillas, y perdí la cuenta de cuántas veces miré el reloj. Volví a comprobar que estaba en la terminal correcta y me senté, y me levanté, y caminé y miré las puertas corredizas abrirse una, y otra y otra vez, hasta que casi ya no tuve uñas que morderme y entonces te vi salir, buscándome con la mirada, y sonriendo a partir del momento en que me viste y viste que yo te vi.

Nerviosa y atolondrada te dije que si nos íbamos rápido alcanzábamos el siguiente tren que nos dejaba en la esquina de casa. Qué contás, Ini, me dijiste vos, y yo que cuando estoy nerviosa hablo mucho, te conté mucho. Creo que no te dejé hablar en todo el camino. Te pregunté qué tal tu vuelo, y antes de que me pudieras responder, te pregunté cuántos días te quedabas.

Me llevó un rato largo encontrar mis llaves en la mochila, que al final estaban en el bolsillo de mi campera, pero abrí la puerta, y te dije pasá, y vos entraste, y yo te seguí. Este es mi cuarto, te dije, dejá tus cosas donde quieras. Y te sacaste la mochila, y la tiraste en el piso, y ahí mismo mientras yo te miraba todavía con la llave en la mano me agarraste de la muñeca y me llevaste con fuerza hacia vos, y la otra mano me la pusiste en la cintura y me dijiste que qué ganas de hacer eso que tenías, y yo te dije ¿eso qué? y vos me besaste y me dijiste tocarte, y yo te dije tocame.

Debería de recordarlo como el verano que no fue verano, porque en 30 años eso es lo que van a recordar todos. Llovió desde noviembre a marzo, y solo la gente con mucha suerte logró que le brille un rato el sol en alguno de sus días de licencia. Pero yo de todo eso ya me olvidé, porque en 30 años solo me voy a acordar de la primera vez que me tocaron la nuca y se me estremeció todo el cuerpo. Yo mientras tanto manejaba y apretaba el acelerador y a veces el freno, y del embrague me olvidaba porque me distraían tus dedos entreverando mi pelo. Cuando me pongo nerviosa me muerdo los labios, y “no hagas así que me matás” me decías vos con esa voz que me volvió loca desde la primera vez que te había escuchado sentados en un bar mientras yo comía papas fritas y vos me mirabas la boca. Yo no me di cuenta, pero por suerte me dijiste esa misma noche, algo como “yo no puedo creer tu boca”, y yo que andaba medio susceptible te dije que hagas con ella lo que quieras y al final quisiste y ahí estábamos, y yo manejaba y apretaba el acelerador y después el freno mientras te pasaba la lengua por el cuello y te miraba la cara de querer más. Yo también quería más, y te fui recorriendo desde el cuello, pasando por tus antebrazos y más abajo también, que te gustaba, y entonces vos hacías lo mismo conmigo, y lo que sí me acuerdo de ese verano es que adentro del auto el clima era otro, y los vidrios se empañaban y mientras me sacabas la bombacha azul con una moñita roja yo te mordía la oreja y te hablaba, para que me respondas con tu voz que de a ratos se me olvida.

Un cuaderno, un libro, una lapicera, un lápiz, una goma, algunos otros lápices de colores, un cuadernito casero, una cámara de fotos y sin saber cómo, un bolso que se hace bastante pesado. Ya pienso que voy a tener que estar cargando con todo ese peso en las escalas, que no son pocas, ni son cortas, y decido empezar a sacar cosas, pero mientras decido qué sacar, no me decido, y al final cargo con cosas que después ni siquiera uso.

Una vez alguien me dijo que el secreto de los buenos viajeros es el siguiente: cuando tengas la mochila pronta, abrila y sacale la mitad de las cosas.

Es que para los viajes largos es difícil empacar. Mi vestido preferido son todos, y nunca puedo quedarme sin un libro que leer, y tengo que tener dónde escribir, y dónde dibujar, y no puedo perderme de ninguna foto, y no puedo no tener flash por si alguna vez está oscuro, y mis zapatos con un poco de taco para disimular mi metro 50, pero también las botitas porque a veces hace frío, y los pies descalzos para caminar por la playa aun en esos días en que necesitaría las botas.

Y entre todo lo que llevo, pienso también en lo que dejo. A veces me intento convencer de que todo lo que dejo, ahí me espera, pero después me acuerdo de que ya me he ido otras veces, y de que no siempre todo sigue igual.

Por último prefiero ser más inteligente y pensar en todo lo que no llevo, pero me está esperando por ahí para que lo guarde en mi bolso, que pesa, pero es mi bolso.