El polvo y el humo de los últimos bombardeos no me dejan ver mi casa, ¿qué es esa luz que resbala por la ventana?, ¿qué es esta cosa incorpórea que me arrastra a lo profundo? Nadie puede ir más allá de los trigales, corro rápido y las ramas me arañan, veo la sangre secarse en mis piernas. Mientras mi carne se vuelve negra y tiembla en mi mano la granada, miro lejos y siento el río mojar mi espalda y la espuma que hierve entre tus manos. No sabés que tengo frío y que en tus huesos mi casa, que te busco entredormida y te encuentro entre lo extraño, que ya no estás ya no sos, cae la noche y no te veo y otro ruido me despierta y revientan en la cama las vísceras que me quedan: esto es la guerra y yo no vine preparada.

Me comí todas las uñas porque pense que ya no me querías. Lloré de 3 a 6 mientras tragaba mis lágrimas sentada frente al espejo.

Pero el tiempo no perdona y la ciudad se mueve abajo. Cuando lo ajeno se apodera de mi cuerpo y siento que ya no siento, los ruidos de los autos y los gritos de la gente me recuerdan que estoy viva. Apoyo la punta de mi pie y dejo que toda mi pierna tiemble, que tome el control y se mueva mi rodilla. Pesan a veces las piedras en mi mano y me sacudo para liberarme.

¿Quiénes somos en esta dimensión de formalidades?

¿Qué será mañana de los que fuimos entonces?

Siento el fuego en la cama

y quiero salir disparada

callo un grito de lujuria

silencio lúgubre

del tiempo y sus fulgores.

Un rayo de misterio recorre

el pasillo

de este cuarto a tu entrepierna

un colchón que no conozco

vacío sobre mi cuerpo

siento

vacío en la piel que habito

cuando miro desde lejos

tus eternos ojos verdes.

Una fuerza me arrastra

y todo hombre es carnada

de un pasado irrepetible

y yo nado

y nada es río que lleva y arrastra

la que fui cuando fui joven.

«La catarsis no es un acto solitario, sino una experiencia compartida donde la purga del dolor personal ayuda a otros con su propia cruz». Juan Sklar

Nunca fui a un telo que no estuviera lleno y nunca terminé en otro lado que no fuera el asiento de atrás de un auto con las ventanas cerradas, muerta de calor e inhalando del vaho que desprenden dos cuerpos que se rozan y se chocan e intentan encajar en el tetris engorroso que es coger con un extraño. Y no digo extraño como de que no te conozco, digo extraño como

«adjetivo: dícese de una persona o de una cosa que es ajena a la naturaleza o condición de otra de la cual forma parte«.

No soy de Montevideo, pero soy porque un día viví ahí y dije esta es mi casa, y me enamoré de vos en un apartamento en Cordón y sentí que tenía un hogar y que si algún día moría quería ser enterrada en el cementerio del Buceo, pero es casi imposible, porque morirse de por sí es caro, pero morirse y vivir muerto en el cementerio del Buceo es carísimo y al final que me importa donde viva cuando esté muerta si hasta viva he vivido en todos lados y nunca sé muy bien si quiero estar donde estoy.

Tengo 30 años y un extenso historial del corazón roto. Me desarmo como chicle y pienso que no estás si no te busco. Te mentí que no me acuerdo bien de aquel verano en el que fuimos Montevideo y todas sus calles, que fuimos de bar en bar, del Brecha hasta el Farolito y nos sentamos en las escaleras de la FADU y tomamos una birra caliente en la Varela. Que nunca fumé tanto porro ni comí tantos alfajores y te agarré siempre de la mano en el camino entre la calle y tu casa y una vez frené en una esquina y te mentí que no estaba preparada para tenerte tan rápido tan cerca y me subí a un 427 y ya en el camino supe que era mentira, que ya no había forma de estirar la distancia entre mi piel y tus dedos y no supe entonces como no sé hoy decirte: te mentí, no hay forma para mí de ser sin ser una con el que fuiste ese verano.

Entre los pliegues encuentro escombros y dejo que las sábanas me domestiquen. Me relamo como un gato y me estiro y siento el crujir de mis huesos. En el medio del pecho un cuenco donde reposan cenizas, el verano a la noche se enfría y yo tejo caricias con mis piernas como arañas. Me regocijo en la lentitud del momento y entonces entiendo el silencio, el óxido en la boca, la tensión en nuestros cuerpos. Veo la ira en los otros, las piedras en sus bolsillos, y yo, mientras tanto, amaso este amor y se derriten el tiempo y las dudas, y yo, difusa, sin límites, peleo con la memoria e intento quemar la herida.
Quiero mostrar el secreto, la explosión que borbotea en mis adentros: la de una bestia salvaje, la de un deseo ancestral. Me muevo por la casa y echo raíces, siento temblar los cimientos, me absorbe la tierra firme y mis tobillos cada vez más flacos se afirman al nuevo suelo. Hasta acá me traje yo y es acá donde me quedo.

Hoy vi la nada transformarse en casa y la casa transformarse en todo y sentí cómo algo adentro mío se expandía.
¿Quién vivió aquel invierno triste y gris si no fui yo? Pasé meses siendo otra, una yo que ya no entiendo y a la que ya no quiere nadie.
En esta casa nazco nueva, camino descalza y me acuesto en los rincones para amoldar mi cuerpo a la forma de un hogar que está emergiendo. Me emociona pensar en mañana que será la primera mañana en que escriba sentada en mi escritorio nuevo en mi silla nueva en el cuaderno nuevo que llevará el nombre de esta casa. Los diarios son mi piel y habito más palabras que deseos y más deseos que temores. Es necesario a veces el silencio y abrazar la nostalgia, perderle el miedo a saber a los otros lejos, las distancias son largas pero nunca son eternas. Siempre tendremos la promesa del reencuentro y no hay tiempo que no aguante lo que lo estire la vida. Me presento: soy yo pero libre, fuerte, viva.

Tengo una casa vacía: un cuarto propio. El limbo ya no es tan limbo y el espacio que habito se vuelve infinito. No tengo sillas pero el piso me sostiene. Me acuesto con la panza desnuda en la madera fría, siento el sol calentándome la espalda y con la mano ya cansada escribo en la primera hoja del último cuaderno que me regalaron: la nostalgia tiene olor a café y está finita mi alma. Todo lo que toco se convierte en poema y los días se hacen más largos y me empujo a mí misma a un pecho medio abierto que todavía un poco sangra aunque yo sangre no veo. La memoria no justifica ningún llanto y me acerco y me alejo sin un plan y mis dedos son como gusanos que revuelven mis entrañas mientras todo lo que toco se convierte en vos y yo y ayer y nunca más

Un puñal atraviesa mi garganta, hay un túnel entre mi nuca y mi cuello y como con un telescopio puedo ver lo que pasa entre mi pecho y el tuyo. Camilo me dice que pare, que no hace falta el suplicio, que no me aferre al pasado y que tome más agua. Ayer vio morir a su abuelo por videollamada y yo apenas pude abrazarlo cuando ya era muy tarde. Vivir lejos tiene eso: nunca estás del todo en ningún lado.
Pienso en las despedidas que no son, en los abrazos que debo y los que no van a llegar nunca. ¿Cómo se envuelve lo que parecía eterno en un nunca más? Guardo todos los recuerdos que nos dimos. Mientras pongo la pasta en mi cepillo percibo que estás en todos lado y no hay sentido que no te evoque. Wir sind überall ein bisschen aber nirgends wirklich ganz.

Soñé que llegaba tarde, caminaba rápido y miraba el reloj cada cinco pasos, la gente a mi alrededor se movía raro, como en cámara lenta, y yo corría y los semáforos siempre estaban en rojo. No sé a dónde llegaba tarde, ni quién me esperaba, ni si quería llegar a donde sea que estaba yendo.
Hace tres meses me salteé un jetlag, contra todo pronóstico después de dos días sin dormir mi cuerpo decidió dormir cada noche entre las 12 y las 8. Entre la angustia y la debilidad, dormir bien me hacía sentir fuerte. Al abrir los ojos miraba el reloj con orgullo y pensaba, otra vez descansé, otra vez no soñé que me moría o que un asteroide explotaba la tierra o que de repente y sin aviso todos los que amé ya no me amaban.
Puede ser que ahora sea el sol que ya acercándose el verano brilla en mi ventana desde demasiado temprano y me despierto y me vuelvo a dormir y entonces sí sueño cosas raras como que estoy distraída y sin querer fumo del porro que gira en una ronda de extraños y miro mis manos y me quiero arrancar los pelos del brazo y me pregunto ¿cómo puede ser que los pelos del brazo solo crecen hasta donde crecen? Y antes de que nadie me responda vomito en mi boca y corro por el pasillo buscando el baño pero no hay tal baño y ahí no sé qué pasa pero tengo ganas de comer miel y abro un frasco y meto dos dedos y pienso ¿cuándo fue la última vez que me lavé las manos? Me chupo los dedos y quiero que todo el mundo se vaya de mi casa pero no sé quiénes son ni qué hacen en mi balcón ni por qué hablan tan fuerte, bajen la voz, les pido y siento la urgencia de regar la planta que no riego hace 8 días.
Miro hacia abajo y no es suelo, es abismo y yo floto en el aire y otra vez en sueños aparece la palabra limbo. Limbo mi rutina, limbo tu presencia.
Limbo. Ausencia. No estás vos y yo tampoco. La distancia, que es el tiempo entre un abrazo y el siguiente, ya no existe.
Encontré un refugio en el lugar del que alguna vez necesité huir, me fui porque necesitaba estar lejos y volví cuando necesité estar cerca, adentro: hogar, caparazón y asilo.
Lleva tu nombre esta herida y otros nombres la anestesia. Esta vez no sé quién sos ni por qué no estás conmigo.

Siento piedras en la cama
quiero salir disparada
callo un grito de lujuria
silencio lúgubre
del tiempo y sus fulgores.

Un rayo de misterio recorre
el pasillo
de este cuarto a tu entrepierna
un colchón que no conozco
vacío sobre mi cuerpo
siento
vacío en la piel que habito
cuando miro desde lejos
tus eternos ojos verdes.

Una fuerza me arrastra
y todo hombre es carnada
de un pasado irrepetible
y yo nado
y nada es río que lleva y arrastra
la que fui cuando fui joven.

Hace 3 años dejé en un sótano de esta ciudad 8 cajas que adentro tienen 7 años de mi vida. Acá llené mil cuadernos, leí mil libros y escribí mil cartas. Amé por primera vez y amé para siempre. Conocí amigos para toda vida y descubrí lo que es tener el corazón roto. Esta ciudad fue mi casa y de algún modo lo sigue siendo. No quería volver y de repente cuando el mundo empezó a desarmarse sentí la necesidad del refugio, y aunque en este tiempo, en este caos, nada tenga mucho sentido, aunque casi no salgo de este apartamento, se siente bien saber qué es lo que hay afuera. Sólo estoy de pasada y eso tampoco lo sabía, pero ahora lo sé y me alegra. La peor parte no es estar sola, sino no saber hasta cuándo.

_
Siento
las manos atadas
como si una piola apretara mis muñecas
como si apretara tanto que de a poco
voy sintiendo el frío
y no llega
la sangre
ni el sentido
y mi cuerpo no entiende
cómo es que se vive
sin usar
mis manos
y mis dedos
si estoy viva
o estoy muerta
si respiro
cómo puede ser
que respire y no pueda
mover
cada una de mis partes
sentir
el contorno de tus dedos
gritar
lo que callo en este encierro

Ahora que estoy sola, en una casa llena de plantas y vacía de todos, que convivo conmigo y mi silencio, de repente escucho música porque ese silencio aturde, ahora que como nunca antes me enfrento a mí misma y a un torbellino de sensaciones que antes eran ajenas, de mi yo del futuro, de otra, acá estoy, este es el futuro y yo, parece, soy la misma algo distinta.
Del aeropuerto directo al limbo que es este estar pero no estar, ser pero no ser. ¿Se le puede llamar volver a este estado tan absurdo de ir del living a la cama y de la cama al super?
Hoy me picó la espalda y mientras con la punta recién sacada de un lápiz intentaba llegar a donde si no no llego, me rasqué hasta lastimarme, hice fuerza y me di cuenta, la picazón ya pasó pero esto es estar sola.
No reniego, sin embargo, y agradezco la ocasión, para mirarme al espejo un rato y aprender a conocerme. En cada despedida empiezo un poco de nuevo y ya perdí la cuenta de las veces que abracé por última vez. Y así intento, como puedo, sacar belleza del caos.

La casa vacía ya no vibra
adentro seco
afuera muerto. 
Muevo mi pie
más rápido
más lento
busco el ritmo que simula tu presencia.

Digo lo no dicho
hago lo no hecho.
Sin hablarte pienso 
vamos, juntemos de nuevo los restos
revivimos una vez
reviviremos de nuevo.

Quiero otro gato tal vez algún día
una casa y un buzón
un sótano lleno de porquerías
libros viejos
humedad en las paredes
preocuparme por las ratas que se coman mi comida. 
Y esperarte en la puerta cuando llegues
hacer todo lo que no hicimos
compartir la ducha alguna vez
doblar tu ropa
regar tus plantas
arañar tu espalda hasta que sangre
babear tu pecho y bajar la guardia.


Estoy cansada y con miedo
abro los ojos en medio de la noche
todo esta oscuro
y vos
tan lejos
y yo
abro los ojos y pienso
cuándo fue que elegí 
la vida equivocada
cuándo fue que elegí
el desahucio del olvido
fui tuya y te quise mío
vi la pena salir por tus ojos
verdes
azules
tristes
vi tus manos apretarse
heridas supurando 
angustia
desazón 
olvido.

Cuánto tiempo puede alguien 
estar
dentro de la casa
dentro de la cama
conservando la cordura
mientras la soledad quema
y no purgan
ni el tiempo
ni la distancia
ni la sensatez de entender
que no hay ganas
ni deseo
ni apetito por tu piel
que permitan un reencuentro.

Berlín carga ahora tu ausencia
y yo el infortunio de la huida. 
Fuimos uno para siempre
y no somos uno hoy.

Arrastro la silla frente al espejo
me miro fijo un rato
y seria
como si no estuviera
parada en una silla
frente a un espejo
lleno mis pulmones de aire 
abro la boca y digo
voy a estar bien
vas a estar bien.
Me creo, no sé
que parada algo más alto
el discurso cobra sentido
lo repito 
subo el volumen
me miro fijo e intento en mis ojos ver tus ojos
y te digo
vas a estar bien
mi amor
estamos vivos.

Solo quiero dejar mi propia huella de la vez que todo se nos fue de las manos.
Qué forma tan rara de irme y tanto más de volver.
Pasé:
días sin comer,
noches sin dormir.
Lloré hasta que una creería se acaban las lágrimas pero las lágrimas no se acabaron.
Perdí la memoria, olvidé quién soy, quién fui, quiénes fuimos, y quise hacer una línea entre lo que es real y lo otro.
Cuatro veces dejé de respirar, sentí como el corazón se iba muriendo de a poco, los latidos demasiado fuertes, después demasiado débiles. Me sentí ahogar, metí la mano en mi pecho, atravesé la piel y quise arrancarme los pedazos de un cuerpo medio muerto. Me vomité en las manos a la vez que sentía el calor de la sangre brotando por mi nariz.
Vi de lejos cerrar una frontera tras otra tras otra y quise irme a no sé dónde a no sé qué.
Me daba miedo el para siempre pero mucho más miedo da el nunca más.

Cierro los ojos y el tiempo que queda entre esta vida y la nueva se diluye. Mis piernas se derriten mientras imagino que salgo del tren y camino los 200 metros que me llevan al pasado, y parada frente a mi vieja casa respiro profundo y puedo sentir el olor a pan tostado y fruta recién cortada.
Busco una piedra blanca para dejar como tantas otras veces un mensaje escrito en el escalón, pero esta vez el mensaje es para mí: ich komme zurück.
La adrenalina calienta mi sangre y siento como mi interior burbujea, lleno mi pecho de aire y siento como mi corazón se expande y mis huesos aprietan.
La incertidumbre, los miedos, deseos, la ilusión de un nuevo hogar, la orfandad, las despedidas. ¿Habrá una última vez? ¿Seré dos, tres, cuatro para siempre?

«Desechada hace ya tiempo
y provista de nada

Sólo con viento con tiempo y con sones
que entre los hombres no sé vivir

Yo con la lengua alemana
envuelta en esta nube
que tengo como casa
floto a través de todas las lenguas»


Ingeborg Bachmann (1926-1973)

Mi cuerpo chiquito carga con todo mi ser, me acepto ínfima y prescindible, me saco una mochila que pesa todos estos años de preguntas sin respuestas, que los sueños, los propósitos, el esfuerzo o el destino.
La misma duda me quita el sueño todas las noches desde la primera vez que me hice huérfana.
Releo los mismos libros y lloro las mismas lágrimas.
Escribo un diario para entender mis procesos. Soy joven, libre, fuerte casi siempre y débil los domingos. En la lucha diaria entre el sueño y la vigilia me despierto en otro lado, otra casa, otra cama, otro amor.
Extraño a todos mis gatos, extraño a todos los gatos de todos mis amigos, extraño a todos los gatos que acaricié y a los gatos que no conozco. Mi pulsión es el cambio, el movimiento, el salto al vacío, aunque los años trajeron más miedos que osadía. Soy cada vez menos pájaro y más semilla, quiero volver a la tierra, meter las manos en el barro, perderme en un bosque y florecer, que el frío me queme los pies y las manos, usar gorros y bufandas, tomar té hirviendo a toda hora y nunca más sentirme sola. ⠀ 

Cuento los días sentada en el sillón, leo un libro entero sin prestarle atención, Netflix me pregunta «¿Todavía sigues ahí?», y yo sigo ahí, un episodio atrás del otro. Es la calma que antecede a la tormenta. Mi cuarto todavía entero antes de que lo empiece a romper de a poco. Libros en una caja, el florero con el que me mudo desde hace 7 casas, las plantas que me traje de la casa que rompí en Hamburgo como si cuidar las plantas enmendara mis errores. Regalo mi ropa, tiro los dibujos que ya no quiero, abro y cierro los cajones aceptando que otra vez voy a tener que dejar cosas. Miro el reloj, cuento los días, me desvelo, leo otro libro pensando en otra cosa, otro episodio, llueve. Manejo 400 kilómetros, duermo en la casa de mis padres y aunque desde hace 10 años nunca pasé ahí más de 3 noches seguidas otra vez respiro aire a despedida. Duermo en sábanas con olor a suavizante. Duermo con el gato de esta casa que no es mío ni me conoce ni me quiere ni me pide que lo acaricie antes de dormir. Acá cerca están todos mis amigos y aunque tengo ganas de quedarme leyendo me visto y voy a comer las últimas pizzas y hablar a los gritos por última vez hasta quién sabe cuándo. Cuándo es que te vas preguntan mis amigos y prometen visitarme. Quiero que el tiempo pase rápido y lento, qué contradicción, quiero estar cerca de otro mar pero abajo de este cielo. Mi cuerpo partido hace tanto tiempo en dos, en tres, ¿en cuatro? ¿Cuántas veces es capaz de dividirse una persona?

Abro los ojos y solo hay aire, bajo mis pies tierra y algo de mugre, estoy descalza y desnuda, mi piel áspera, peluda, sucia, los poros bien abiertos y los brazos cansados. No sé cuántas horas dormí, quizás fueron días, meses, años, una vida entera, quizás ya no soy. El aire huele a moho y el suelo tiembla. Otra vez volver a empezar, tengo miedo, sueño, hambre. El suelo tiembla, tiembla, yo tiemblo. De repente todo se va volviendo más oscuro y gira, el mundo gira, yo tiemblo. Me refriego los ojos y están llenos de polvo, todo a mi alrededor gira y yo me caigo.
La libertad me abruma y tengo miedo, soy dueña del mañana y tiemblo.

«Si muero te invito al sol alma mía y no olvides llevar tu cuerpo. Sufriremos felices y juntos seremos carne de luz en la memoria de dios. Y si no hay dios lo mismo da»
Leí a Arango durante meses con la sed de la escritura. Camilo me dedicó el libro con la fuerza salvaje que nos une, la pasión por unas poquitas mismas cosas. Lo leí en voz alta y para adentro y algunas noches intenté aprenderme su poesía de memoria. Mi dios es unir esta palabra con esta otra y que de repente y sin aviso mi cuerpo explote y la niñita que soñaba con ser buena se convierta en ave y vuele.
Los sueños que destroza la rutina, los otros que están siempre apurados. Quiero vivir libre y quiero dormir, apagar la alarma, bajar las persianas, olvidarme a veces que afuera es de día y que descansar no me dé culpa. Quiero también quedarme despierta hasta las dos de la mañana escribiendo estos delirios, que algunas veces siento mi sangre moverse por las venas, que con los ojos cerrados sigo el recorrido que hace entre mi corazón y mi cerebro, que escucho latir mi corazón y lo acompaño susurrando tutún, tutún, que me chupo las lágrimas saladas y sueño que estoy en el mar y las olas me mueven de acá para allá y me acuesto boca arriba y me siento flotar. Creo en mí y por esta noche no quiero creer en más nada.


Abro los ojos y lamo mi pelaje con la lengua áspera, afino el olfato y siento el olor a lluvia mezclada con tierra mezclada con troncos de árboles de los que no sé los nombres porque no sé ningún idioma ni ninguna palabra y ya no soy yo. Escarbo, corro, salto, entierro mis patas en el barro, muerdo los restos de otro animal muerto, busco algo de comida. Veo las aves atravesar el bosque de este a oeste y un rayo de sol se cuela entre las ramas, me quedo quieta y miro fijo hacia la luz inmensa e infinita, absorbo el calor de la mañana, la energía de un todo que desconozco me acelera. Mi respiración se acelera. Mi corazón se acelera. Doy otro salto, corro, cazo. Soy la loba de este bosque, a veces la pobre lobita, débil, solotaria y hambrienta, a veces jefa de todas las manadas.


te escucho gritar algunas noches
gritás que estás solo y yo lloro contigo
te levantás de madrugada y vas
al baño
a la cocina 
a nuestro sucucho del sótano
martillás
taladrás
armás un marco nuevo
pintás otro cuadro
subís

nacemos y morimos con cada rotación
en cada amanecer empezamos de cero
te miro 
con los ojos entreabiertos
atravesar la puerta
cerrar la puerta
te escucho
bajar la escalera 
abrir la puerta
cerrar la puerta
y pienso
¿será hoy el día en que nos amamos por última vez?

se hace la noche 
siempre
hace frío en berlín
impregno tu bufanda 
con el olor a mi perfume
como un gato mea en los rincones
marco mi territorio
y pienso
¿seremos también dos mañana al llegar la noche?

2015

La caminata se vuelve frágil, me muevo al ritmo de una melodía que no entiendo, intento calcular el tiempo y mi mente me recuerda que ya es tarde, ¿tarde para qué? ¿Arrepentirse? ¡Ja!-¡más! Aunque en mi caso ya dos veces. Leo un cartel que dice que en realidad nadie se muere y entonces en cada paso me figuro una nueva respuesta a la pregunta magna de la existencia toda ¿qué pasa después de la vida? ¿De qué sirve todo esto? Me pesan las piernas, sé que me hace falta el desayuno pero le pido a mi cuerpo que aguante hasta el mediodía. Lo engaño con un café, me siento despierta, saboreo la leche de almendras y las dos cucharadas de azúcar. Caen algunas gotas pero me alegro porque hace un rato me compré un paraguas. Busco un suelo seco y me siento, hay olor a lluvia y de repente y como nunca antes, me siento bien con el agua que me moja. Rodri tiene razón, mojarse no es para tanto. Esta ciudad no es muy poética pero para algo estoy yo.


No me muevo con la linealidad del tiempo, lo mismo da si pasaron 10 días o 10 años, si fue ayer que leí el primer libro que me marcó la vida o cuándo fue que murieron los amores que aun merecen mi duelo. No pude incinerar la carga de pasado y aun llevo conmigo cadáveres de los años felices. A veces llega la noche y elijo quedarme dormida añorando los buenos recuerdos, incito a mi inconsciente a soñar como si fuera aquel ayer no tan lejano, cierro los ojos y me empiezo a imaginar mi cuarto en Dulsberg, pienso que la pared a mi derecha es roja y que el techo es un poco más bajo, que el piso está calentito y que mi mesa de luz está empotrada a la cabecera de mi cama. Sostengo mis frazadas con las dos manos a la altura de mi pecho y pienso que es mi acolchado con estampado de flores y me imagino a mis gatos caminándome por arriba. A veces tengo suerte y me quedo dormida en ese universo paralelo y entonces sueño con Esti o con Camilo, fumamos porro recostados a mi pared y nos engrasamos los dedos con doritos mientras charlamos sobre el por qué de la vida hasta quedarnos dormidos. Camilo siempre sonríe y Esti y yo siempre nos quejamos. Somos equilibrio y somos familia y aunque nos tenemos solo a nosotros en ese instante no necesitamos a nadie más.

Pasamos años persiguiendo la identidad: libros, trabajos, familia, amigos, valijas, bondis y aviones. Cada tres domingos el futuro de mi mente cambia de manera radical. Tengo el alma errante y la espalda mucho más cansada que la de los 20, no hago deporte, como mal y tomo poca agua. Tengo pocas certezas pero no necesito más que estas. La incertidumbre es mi dosis de adrenalina, me gusta mucho saber pero no quiero saberlo todo. A veces me siento tan simple y evidente y otras veces soy mi enigma. Ayer miré la sombra de las hojas del árbol del balcón asomarse y bailar a través de mi ventana. La belleza de los simple a veces me emociona. Lo preciosa que es la palabra precioso me emociona. Recordar la dulzura de mis gatos y el sabor de este chai latte. Tengo esperanzas de un camino sinuoso pero firme. Lo precioso me hace bien.

Mañana seremos río, los que fluyen hacia siempre y no llegan nunca al nunca. Seremos aves y libres. Parados en lo más alto de una roca con los ojos cerrados y los pulmones llenos de aire miraremos lo diminuto de la vida y será hora finalmente de respondernos las preguntas del presente. Estamos vivos, herimos, dolemos y amamos con la fuerza de un cuerpo joven. No seremos uno para siempre pero somos uno hoy.

Intento encontrar las respuestas mientras doy vueltas al valor de lo sagrado. ¿Qué vino a mostrarme la brújula?
Muevo mi cuerpo con la inercia de la mente, leo poesía vieja y ajena y me encuentro en los recuerdos de quienes ya vivieron y murieron bajo este mismo cielo. Pongo alarmas que mi cuerpo desacata y me fundo con mi cama cuando el alba ya es pasado y además se me hace tarde.
Aprendo de las cartas que una yo mucho más joven escribió con la ingenuidad de la primera vez que se ama: siempre estás solo y a donde sea que vayas te acompaña la misma carga de pasado y de futuro.


Mi vida ha sido mucho más cambios que constantes e igual así todavía no me acostumbro. Abro los ojos y demoro unos segundos en entender cuál es mi nueva casa. Eventualmente siempre llego a la misma conclusión: mi casa soy yo y lo demás es geografía.
En cada una de mis vidas nacen mis nuevas rutinas. Acá es lo del té con leche y caminar con un poco de vértigo. Hay días en los que me siento absurda y diminuta, ¿hacia dónde vamos cuando no tenemos mapa?
Ya no me siento tan joven ni tan libre como antes. Las decisiones parecen pesarme más y el salto al vacío parece mucho más alto que cuando era la niña salvaje.
Huelo el aroma a canela y de repente pienso en Susi y en la magia de la vida. Ella y otras mujeres que admiro son siempre un salvavidas mental. Respiro hondo y aguanto la respiración durante 4 segundos una y otra vez hasta que mis ojos ya no sostienen las lágrimas. Se me enfrió el té pero ya no me importa y ya no lo quiero.
Les regalo este instante de vulnerabilidad y franqueza, que es necesario a veces desnudarse de corazas.

Todavía no amanecía pero el ruido de no sé qué gato ya me había despertado. Hay tres que siempre vienen a mi patio, uno es negro y solo me mira de lejos, tiene los ojos amarillos y cuando me mira y ve que lo miro se queda quieto como una esfinge y me mira fijo. A veces nos quedamos los dos así por horas. Una vez le dije el primero en sacar la mirada pierde y perdí yo. Otro es gris con rayas negras y, aunque no sé si los pumas trepan, una vez lo vi trepar un árbol como si fuera un puma. El otro es medio amarillo y es el único que a veces entra a mi casa, recorre los muebles, se refriega en mi sillón, deja pelos blancos en mi cama y a veces me deja acariciarlo. El gris y el amarillo juegan, generalmente uno corre y el otro lo persigue y a veces se huelen el culo. Vienen a mi patio a buscar comida. Cuando llegan y no les dejé el plato de siempre se paran en el alfeizar y maúllan. Yo les dejo la comida y los miro comer. El amarillo y el gris se va turnando para meter la cabeza en el plato, y el negro sólo los mira. Yo al que más quiero es al negro. Me gusta su independencia, me gusta que no necesita de mi comida, ni la pide, ni la quiere. Me pregunto qué come y en dónde. No parece pasar hambre pero tampoco parece ser el gato de nadie. Me gusta pensarlo como un gato superior al resto de los gatos, y eso es mucho decir porque los gatos ya me parecen superiores al resto de las especies y este es el gato más gato de todos los gatos.

Fragmento de «Perdoname si no te disculpo»

Perdemos la cuenta de los días que vimos nuevos y las noches que morimos. Hago el esfuerzo y pienso ¿cuántos puentes caminé en la ciudad con más puentes del mundo? ¿Cientos? ¿Miles? ¿Todos? La llamo mi casa aunque no la piso hace 2 años. Llamo y corto tres veces porque sé que en realidad no sé qué decir y al final decido que no quiero decir nada. Termino mordiéndome siempre la misma uña. Me sangra el dedo y lo chupo y degusto el sabor de mi propia sangre. Mi sangre es dulce y es mía. Pienso en el té negro y en las sábanas revueltas los domingos todo el día, las mañanas con la radio y lo tibiecito que es sentirse entre otras piernas. El mundo es siempre nuevo y siempre nuestro y siempre nuestras las distancias y el olvido.

«Lo inesperado y lo inaudito son propios de este mundo. Sólo entonces la vida es completa.”
Carl G. Jung

día -6 

¿Cuántas vidas ya he vivido? Una bruja dijo más de 100 y yo digo por lo menos unas cuantas. Mi memoria me separa de la vida por venir, mis recuerdos se entremezclan y otra vez saboreo aires de cambio, la pulsión de lo flamante. De repente extraño los cafés recalentados y puedo sentir la tibieza en la palma de mi mano. Miro mi cuarto lleno de cajas y vacío de mí y pienso en las últimas noches. Tuve varias y todas tristes, los últimos abrazos, las últimas lágrimas, las últimas esperanzas de destrozados para siempres. Ayer Lilián me preguntó qué pasa con lo no dicho, y mi respuesta es que lo escribo.

Entran nuestros dos cuerpos enteros en la bañera, nos metemos sin agua y con ropa, damos vuelta el sentido de la vida. Camilo me pregunta si estoy cómoda y yo le respondo que siento como si ese espacio en el que estoy hubiera sido hecho especialmente para mí. Camilo se ríe, me dice que es imposible que me sienta cómoda, y me saca una foto como prueba de la deformidad de mi postura. Somos salvajes y libres y todavía jóvenes. Perdemos la noción del tiempo, nos amoldamos a la forma del otro y desvariamos. Hablamos de aquellos que nos rompieron y de aquellos a los que sin querer rompimos. No podemos hacer nada para evitar el sufrimiento-concluimos-, ni el nuestro, ni el ajeno. Nos reímos hasta que nos duele la cara y sentimos el calor del piso de mi baño. Sabemos que hay que salir pero no queremos irnos. Por un momento, efímero o eterno, encontramos un hogar: estamos en donde queremos estar.