Las de este idioma, las de los otros, las que leo y las que escribo, las mías y las que escucho. Las pierdo, me pierden. A veces soy muda, escucho tu risa y callo, escucho tu canto y callo. Quiero hablar y mi garganta se paraliza, quiero querer y mi pecho estalla. Soy de hierro, me derrito. A veces es viernes y a veces domingo, dudo, duermo, abrazo, espero.

Hoy revolví en tus recuerdos,
todas tus cajas
y tus cuadernos
las hojas sueltas
miles de cartas
mías
tuyas
de ella.

Hoy revolví mis escombros,
manos vacías,
voz en silencio.

Hoy me encontré entre tus cosas,
me supe tuya
ayer
hoy
siempre.

Aquella ciudad era pura poesía, poesía y jóvenes, poesía y nosotros dos jóvenes.

Me busqué mucho en todas partes, me busqué en la Alexanderplatz y me busqué entre tus piernas.
Me busqué sola en una terraza de camino al desierto de Marruecos y me busqué entre lágrimas y descalza sobre la moquete de una mezquita de Estambul.
Me busqué en una carpa en una playa bajo el sol radiante de las 10 de la mañana y me busqué en una tormenta de nieve en Polonia.
Me busqué en la ruta 66 y en aquel lago de México con el agua más transparente que vi en mi vida.
Me busqué en mil poemas, en las palabras de otros y en todas las pinturas de todos los museos.
Me busqué en la muerte de los vivos que más quise y me busqué en la panza de mi madre.
Perdida en este mundo y esta vida y en las otras, perdida en mi pasado, y en todos los caminos que pisé, me pierdo entre tus dedos y cuando demoro 13 días y 4 horas en responderte un mensaje pidiéndote perdón.

La primera mujer que amé tenía pétalos de flores en el pelo y cuando alguien la dolía lloraba lágrimas dulces. Tocarla no era fácil, su piel quemaba y ardía y derretía todo objeto que tocara. En las manos tenía imanes y en el pecho un escudo. Con los pies podía flotar y yo flotaba al verla. Era fuerte como el viento que corre cerca del mar y suave como mis guantes de terciopelo.
La primera mujer que amé no supo que yo la amaba.

Un domingo te levantaste tan temprano que me enojé, me quisiste decir algo y yo balbuceé salí dejame y metí la cabeza lo más adentro que puede uno meterse a una almohada.
Te escuché salir y me volví a dormir hasta que me despertó el ruido de sartenes y el olor a panqueques. Habías ido al parque a buscar podagrarias para hacerme panqueques de flores un domingo a las 8 de la mañana y yo te había negado un beso de nos vemos en un ratito. Me subí a la mesada para abrazarte fuerte y envolvente entre mis piernas y mojarte el hombro con una lágrima de amor eterno.

Hace días que pienso en vos apenas pongo un pie en la ducha. Debe de ser por el cráter del jabón en barra. Me acuerdo del día que hiciste pis mientras nos bañábamos juntos. Esa fue sólo la excusa para no bañarme contigo nunca más, pero la realidad era que a vos te gustaba bañarte con agua muy fría y a mí con agua muy caliente.
Perdón que no te he respondido el último mail, es que me queda más fácil hacer de cuenta que no te extraño. Cuando te lo responda te voy a contar que ahora vivo en una casa con piscina y que a veces voy de noche a nadar por abajo del agua con los ojos cerrados, y que otras noches salgo al balcón y miro el cielo y pienso que vos estás abajo del mismo cielo que yo pero del otro lado y tan lejos que de a poco me olvido de cómo era tu voz y de cómo arrastrabas la erre. También te voy a contar que a dos cuadras tengo la playa y que todavía no me animé a ir a caminar descalza cuando la arena ya esté fría. E incluso antes de que me lo preguntes te voy a responder que sigo sin tomar mate y pensando en vos cada 7 minutos.

Mañana es mi vuelo de vuelta. Tengo 15 horas para decidir si me subo a ese avión, si llego a la puerta de tu casa, si subo la escalera y te abrazo mientras seguro estarás de pijama y con un libro en la mano. Si te pido que sueltes el libro, que me abraces con los dos brazos, que así ya sabés que no me gusta, que me abraces fuerte, que me levantes y me lleves a tu cama, y me que abraces más, y que no llores, porque esta vez volví y me quedo. Me quedo porque sos vos y porque es contigo, y porque contigo somos nosotros.
Y pienso, y cada minuto que pasa es un minuto menos de vos, y un minuto menos de la que quiero ser contigo. Y aunque te pedí que no me pidas, que no me llames, que no esperes ni un poquito más de amor, hoy espero tu mensaje, como si esperara encontrar una vela perdida por alguna parte de mi casa en un día de apagón.
Don’t kill me please.
14 horas.
Todavía estás a tiempo.

casi chau

Esta fue mi casa número quince, y quince casas son un montón para 25 años. Es un promedio de un año y medio por casa, pero si algo aprendí en 25 años de vida -que es pila y es re poco-, es que el tiempo es relativo, que el amor más fuerte de los amores puede durar un día o mil y el sentimiento sigue siendo el mismo.
Mi año empezó siendo un final más que un principio, miré los fuegos artificiales de Venecia desde la azotea de mi trabajo con los ojos llenos de lágrimas y haciendo fuerza para no llorar, hasta que no hice más fuerza y lloré y me dejé abrazar y lloré un poco más. Me gustan los cambios, pero no por eso me dan menos miedo.
Callarse es mentir y hoy te mentí a los gritos, y te voy a mentir mañana, y el lunes, y el sábado cuando me sostengas las partes rotas en un último abrazo, y hasta siempre, mi amor.
Este final que ya empezó y ya casi se acaba termina en vos y por vos y conmigo.
Me sostengo como puedo con lo último que me queda del equilibrio que me dio saberme sola tantos años, me sostengo con la poca fuerza que me queda antes de caer rendida en los brazos de mi madre.

Estábamos caminando desde el lago en donde por primera vez nadamos desnudos hacia mi casa, eran las tres de la mañana y veníamos con la ropa mojada, ¿no tenés frío?, me preguntaste y yo te dije sí un poco, y vos te me acercaste y yo te dije pero eso no me saca el frío y vos me dijiste ¿y esto?, y me besaste con fuerza y estaba oscuro pero yo que siempre tengo miedo de cruzar el bosque esa vez no tuve miedo y te dije esto tampoco, mientras te llevaba entre los árboles hasta la mesita en donde aquella tarde te había ganado al ping pong, y apoyándome con las manos me subí a la mesa y te abracé con las piernas en la cintura y con los brazos en el cuello y te dije esto me saca el frío, mientras me sacaba la remera y te besaba el cuello.

Mis cartas no son mías cuando las mando al viento, no son tuyas cuando las escribo en secreto, cuando las leo 4 veces antes de dormir y después lloro y sueño contigo. No son tuyas aunque ahí escriba tu nombre mil veces, aunque el papel tenga tu sello, aunque te pienso y te lloro y te imagino en futuros inventados y te ruego que me quieras con palabras disfrazadas. No me creas si te digo que no importa, que igual hablamos mañana, que ahora no tengo tiempo. Es el miedo que me ahoga, que me nubla, me enceguece. No me creas si te digo que no es nada, que es el sueño, que hace noches que no duermo por quedarme dibujando. No me creas si te digo estoy segura mientras te pido un café inventando una sonrisa. No me creas si te digo que te quiero pero más quiero el silencio.

Me da miedo que te olvides de mi nombre, de mi cara, de mis manos, de la forma de mi cintura cuando me acariciás despacito, del arco que hace mi espalda cuando me besás todo el cuerpo.
Me cierra el pecho saber que ya no me vas a mirar como me miraste aquella vez acostado boca arriba en la punta de mi cama mientras me hablabas de tus miedos y fracasos y yo sonreía y te decía el miedo es para cobardes y pensaba en que sos lo más lindo que vi en mi vida, que no tiene nada que ver, pero es tan cierto, y yo te miro hasta hoy como aquella primera vez a las 2 de la mañana, llena de dudas y de certezas, y te miro cuando no te das cuenta de que te estoy mirando, así me aprendo de memoria la forma de tus ojos, la curva de tus labios, el color de tu pelo, te miro tocarte la barba, pasarte la mano por el cuello, me aprendo todos tus gestos, y te miro, y tiemblo porque sé que nunca estuvimos tan lejos.

Qué sentido tiene escribirte una carta de despedida si ya tres veces nos despedimos para siempre. Yo sé que vos no me crees, que todas las veces dije esta vez es para siempre pero esta vez es para siempre y yo me voy, pero vos te fuiste antes. Sueño noche por medio con aquella única noche en que me abrazaste dormida aunque yo estaba despierta. No te escribo para que sepas lo que siento ni te escribo para explicarte por qué esta vez no voy a frenarme a escucharte aunque me digas que me quede, que es muy tarde, que hace frío, que el bondi ya no pasa, que caminando es muy lejos. Te escribo porque cada día mientras te miro y me mirás, ahogo estas palabras en la sangre de mi pecho para no decirte a los gritos todo lo que quisiera, y estas palabras me ahogan desde aquel último domingo en que me dijiste ini si te vas, yo no puedo y yo te vi llorar e hice como que no mientras me volvía a poner la ropa.

El día que nos separamos transcribí un poema de Idea Vilariño con la máquina de escribir que me regalaste cuando todavía no sabías que yo ya te amaba. Ya no, ya no soy más que yo para siempre, y tú ya no serás para mí más que tú. Nunca sacaste mis fotos de tu cuarto, pero la más grande la tapaste con el poema que te di en ese papel marrón arrugado y húmedo de lágrimas y roto de tristeza. Cada vez que fui a tu casa durante los siguientes 18 meses me paré frente a mi foto, tapada por ese pedazo de alma, y leí ese poema, y dejé caer mis lágrimas, y una vez no hace tanto, vos me abrazaste fuerte y lloraste conmigo, me dijiste que a veces no podías hacer esto, estar conmigo, ser mi amigo, amarme de lejos, para siempre. Yo lloré más fuerte y te dije si te lastimo decime, y vos como siempre que querés decir algo lo dijiste en silencio, abrazándome más fuerte, llorando con más lágrimas. A veces yo tampoco puedo hacer esto. A veces quisiera saber quién fuiste, qué fui para ti, cómo hubiera sido vivir juntos, querernos, esperarnos, estar.  Pero ya no soy más que yo para siempre, y tú ya no serás para mí más que tú.
Hoy te pienso con el amor que se piensa sólo a unos pocos. Es que uno siempre está solo, pero a veces está más solo.

Me desperté con las manos empapadas,
la gata está en celo, el gato maúlla.
Me desperté con el ruido de mi propio llanto,
la canilla del baño gotea, los vecinos cogen.
Me desperté con la guardia baja,
mis pobres instintos, tus tristes palabras.
Me dejaste sola a las 3 de la mañana.
Me dejaste sola aquel lunes de mayo cuando te dije
vos pensás
que me vas a amar para siempre?
y bajaste la mirada
y dijiste
hace mucho ya no es siempre.

 

Todo placer es efímero y no hay partícula que no me haga pensar en vos. Veo manos y pienso en tu mano posada en mi rodilla mientras tus ojos verdes contemplan la sonrisa que dejaste rota cuando de tus labios dulces y carnosos salieron palabras tristes.
No sos mío y no soy tuya. Ni ahora ni nunca. ¿Cuánto nos queda por aprender? Pensé que ya sabíamos todo y hoy me di cuenta de que no sabemos nada.
Con vos se empieza siempre de cero.
No me llames, no me grites si te dejo en una esquina y pienso hasta acá llegamos, y me llamás, y me gritás, y escucho Ini a la distancia y tardo en decidir si te ignoro, si te miro, si me doy vuelta y corro hacia vos como corrí la última vez que escuché vení, volvé, que todavía nos queda mucha vida.
Escribo y pienso en tus dedos recorriendo rincones que ya recorrieron otros. Escribo y pienso en tus piernas sobre mis piernas y tu pecho transpirado.
Escribo y pienso: lo contrario al amor es el miedo.

De todas las cosas que me dejaste, esta es la que me era más ajena. Todo lo demás ya era un poco mío, era yo, y fue por eso que ser nosotros, con vos fue tan fácil. Desde la primera noche que pasé en tu casa despiertos hasta las 5 de la mañana haciendo historietas supe que con vos podía compartir todas mis pasiones. No me quisiste acompañar a la parada del bondi, no estamos en uragüey, me dijiste, y yo te mandé un mensaje sana y salva diciéndote que igual me caías bien.
Después empezaron las fotos, las primeras en un parque de algún rincón en Schanze mientras yo giraba en un carrusel de plástico rojo. Después los dibujos, después las pinturas, las horas posando quieta para que vos hicieras de tu magia con pinceles. La comida turca, las miles de películas, los viajes a todos lados. Tu teoría del límite del arte malo. La importancia de lo bello. Todas las noches de leer poesía en voz alta. Lo fácil que es pedir disculpas, abrazar y perdonarse. Todo eso me dejaste, y mucho más, pero lo más raro fue el amor por las piedras, la maravilla que es escucharte hablar de rocas, fosiles, tierra, no sé, yo no entiendo nada, pero la pasión de tus ojos verdes y tus manos de geólogo hicieron todo el trabajo.

No sé cómo fue que empezó, supongo que por eso de los duendes que te roban siempre una sola media, o porque el lavarropas se las come. La cosa es que siempre tenía una media sola de cada par y al principio andaba feliz, como Pippi Langstrumpf, con una de cada color, pero además de los duendes y del lavarropas estaba mi novio, estaba él robándome medias a mí y yo robándole medias a él y así andábamos los dos con medias robadas. Por esa misma época abrió una tienda en Berlín en donde vendían 10 pares de medias negras de un algodón re lindo a €7, así que empecé a comprar un paquete cada vez que iba, y de a poco fueron desapareciendo de nuestros cajones las medias de colores, y me transformé, sin querer, en la mujer que sólo usaba medias negras, y era también entre nosotros un símbolo de unión, amor, pies calentitos, tus medias, mis medias, nuestras medias.
Entonces un día nos separamos. Me quedé sola, con un número impar de medias negras y los pies fríos en una cama vacía.
La tristeza te hace pensar raro, y yo seguí comprando medias negras por sí algún día volvías. Las medias no dejaban de desaparecer y yo no dejaba de comprar medias negras.
Un día escribí una lista de deseos, eran más o menos así:
1. Estar siempre lo más cerca posible del mar
2. Aprender a usar una máquina de coser
3. Ir con mi hermano al Caribe
4. Que mi hermano juegue en Nacional antes de que se muera mi abuelo
5. Que no se muera mi abuelo
6. Escribir un libro
7. Volver a actuar adelante de gente
8. Tatuar a mis amigos
9. Tener medias de colores
Tener medias de colores. Recién al momento de releer mi lista me di cuenta de lo boludo de ese deseo. De lo fácil que era llevarlo a cabo. Pero ahí fue cuando me di cuenta bien de qué se trataba. Volver a tener medias de colores era aceptar que mis medias ahora eran sólo mías, que ya no estaba él para robarme ni una, ni dos, ni ninguna.
A partir de ahí no dejé de ver medias lindas, las veía en todos lados, las quería comprar todas, pero no podía, quería, pero no podía, comprar medias de colores era soltar, dejar ir, aceptar que amarse intensamente a veces no es suficiente. Se me rompía el corazón en cada vidriera, cada foto, cada amiga con medias con dibujitos.
Pasaron muchos meses, y yo aun con un poco de dolor, sabía que todavía no era el momento, que cuando fuera el momento me iba a dar cuenta, que lo iba a sentir como siento todo.
Y así, hace un mes, caminando por una feria en Tokyo le dije a Pau, «me gustaría encontrar unas medias de maneki-neko», y ahí mismo las vi, las compré y supe que la vida sigue y que a pesar de todo, siempre tengo los pies calentitos.
 

Hoy siento el corazón en carne viva. Como si me lo hubieran sacado, como si sangrara, como cáscaras arrancadas a abrazos apretados y besos en la frente. Ojos verdes llenos de amor, lágrimas llenas de dudas y silencios que gritan. Amar es estar vivos pero muertos pero vivos.
Mañana se me pasa, pero hoy me olvido de todo lo que ya sé para abrazarnos fuerte un rato.

2016

El 2016 fue un año rarísimo para mí, ya la primera semana cambió mi vida entera cuando me separé de mi ahora exnovio, siempre amigo. Después de 5 años de dormir de a dos, me enfrentaba a la insoportable realidad de una cama gigante. Las primeras dos semanas no podía dormir, ni comer, ni salir de mi casa porque todo me era inmenso y triste. Mi compañera de clase, Annika, con la que nunca había tenido relación fuera de facultad también se acababa de separar y se volvía a vivir con sus padres, así que le dije que en mi casa había lugar para otro corazón roto y se vino a vivir conmigo. El plan original eran dos semanas y al final fueron tres meses. A cambiarme la vida y hacer todo más fácil y lindo aparecieron también dos uruguayos en Hamburgo que necesitaban un lugar donde quedarse por unos días y esos días se transformaron en unos meses. Pipe y Gus, dos desconocidos, ahora y para siempre amigos, que se encargaron de todo lo que yo necesitaba en ese momento: alguien que cambiara las lamparillas porque yo no llego, alguien que abriera el vino, alguien que siempre quisiera tomar vino, alguien que armara un porro cada tanto para pasarnos horas hablando sobre la vida, la muerte, la relatividad del tiempo, el amor, el desamor y la comida. Para ese momento ya éramos cuatro personas viviendo en mi cuarto, mi cama es grande, así que dormíamos casi siempre de a tres en la cama y alguien dormía en un colchón en el piso. Como mi casa es chica pero el corazón es grande, nunca dejé de alojar gente de Couchsurfing o uruguayos que paseaban por acá, así que algunos días éramos los cuatro residentes oficiales, más algún viajero que pasaba. Por mediados de marzo me visitó una de mis mejores amigas, y más adelante mi madre. Viajé con todos ellos y viajé sola. Viajé más que ningún otro año, y en mi casa siempre había alguien regando mis plantas. Me acostumbré tanto a la compañía, a tener la comida pronta y la cama tendida al llegar de trabajar, que nunca supe cómo era vivir sola. En julio me fui a Uruguay por tres meses, y en medio de ese viaje me fui a México casi un mes, me acosté en la arena todos los días y pensé que en ningún lado soy más feliz que en donde hay mar. Tres días antes de volverme a Alemania se murió el hombre que más me cuidó en mi vida que fue mi abuelo. Yo no sabía que se iba a morir, y lo último que le dije fue «nos vemos en diciembre», y él me dijo «si llego, chinita» y yo le dije «no te hagas el vivo», y me reí y le dije «hacete el vivo, sí», y lo miré y él se rió y yo me reí. Tenía miedo de la soledad de mi casa, que nunca había estado sola, y las piezas medio que se acomodaron para que mi prima pudiera venir a vivir conmigo unos meses, ella andaba paseando por Europa y en lugar de volverse a Uruguay al final de su viaje, se vino para Hamburgo. Llegó incluso antes que yo y cuando llegué ya me estaba esperando con comida. Otra vez tenía a alguien siempre que llegaba a casa, miramos series y películas como nunca en mi vida, charlamos y tomamos vino y fumamos shisha todas las noches y nunca me sentí sola. Después de convivir casi tres meses con ella me volví a ir a Uruguay a terminar el año allá. Me quedé algunos días con mis padres en Tacuarembó, otros días con mis amigas en Montevideo, y empecé el año pensando en que por primera vez en 24 años no lo empezaba abrazada a mi abuelo. El 12 de enero volví a Hamburgo y por primera vez mi cuarto es sólo mío y nadie me tira del acolchado. La cosa es que pasó una semana desde que llegué y me estoy dando cuenta de que la soledad no es fea, y de que la vida se acomoda siempre a lo que necesito, aunque a veces se complica, siempre se acomoda. Me toca estar sola ahora que no sólo estoy preparada para estar sola, sino que me hace bien, lo necesito y me alegra. Este también es un año de cambios. El 1 de julio me despido de la ciudad que me alojó los últimos 7 años, mi casa. Esta reflexión es una reflexión y también una invitación, vengan, acá hay magia, hay amor, calor, frío, nieve, arte y salchichas. Ya saben, en mi casa, lugar sobra.

Un tiempo antes de morirse, moviendo la cabeza de un lado al otro y frunciendo los labios, mi abuelo me dijo “yo pensé que tu abuela se iba a morir antes que yo y después yo me podía morir tranquilo”. La última vez que mi abuela vio a mi abuelo, él todavía estaba vivo. Conociéndolo como lo conozco, él diría que en realidad ya estaba muerto porque estar vivo es otra cosa, pero estaba vivo. Hacía ya dos días que no abría los ojos ni respiraba por su cuenta. Elena ya me había dicho, “Kiki, tu abuelo no se va a despertar más, ya está”. Pero entonces mi abuela fue a verlo. Se puso la bata blanca, se llenó las manos de alcohol en gel, entró a una sala de cti llena de viejos mucho más vivos que él, y le dijo “gordo, no te preocupes por mí, andá tranquilo, yo voy a estar bien, estamos todos acá, te quiero mucho, gracias por toda la vida, y mirá que ya le di de comer a los perros”. Y contra todo lo entendible, mi abuelo abrió los ojos, la miró a sus ojos siempre llorosos, y sintió, asumo, tranquilidad y amor.

Lo más difícil fue lograr que no se me murieran nuestras plantas. En 5 años nunca las regué, nunca las cambié de una ventana a la otra porque necesitaban más o menos sol, nunca arranqué hojas que ya estaban secas, ni nunca las cambié a una maceta más grande. Y de repente me vi sola y responsable de una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once, doce, trece, catorce plantas. Viven, todas viven. Ese también es mi regalo para vos todos los días. Que los cumplas feliz.

Mi abuelo jugaba conmigo a todos los juegos que yo quisiera jugar. Me insistía que tenía que ser de Nacional, y jugaba conmigo a todo.
Mi abuelo siempre tenía algo de qué hablar. Filosofaba todo el tiempo y casi siempre tenía razón.
Mi abuelo hablaba todo el tiempo de la importancia de ser feliz y no complicarse con pavadas. Una vez le dije que «si algo tiene solución para qué te preocupás, y si no tiene solución para qué te preocupás» y quedó consternado por haber escuchado esa frase recién de viejo.
Mi abuelo, cuando yo era chiquita y vivíamos juntos, inventó un juego. El juego consistía en esconderte de forma virtual mientras el otro te buscaba. Tenía dos versiones, una era la «Escondida virtual real» y la otra era la»Escondida virtual virtual». En la primera versión sólo podías «esconderte» en los lugares en que efectivamente entrarías, como abajo de la cama o en el ropero. En la versión virtual virtual podías esconderte desde adentro de la lamparita de luz hasta abajo de la alfombra.
Mi abuelo y yo nos pasábamos horas jugando mientras él me acariciaba los brazos o el pelo. No tuvo hijas mujeres así que aprendió varias cosas conmigo.
Cuando estaba internado unos días antes de morirse, el médico intensivisa le comentó que iba a ser abuelo de una nena. Ese médico me contó a mí que mi abuelo le dijo «ahora vas a conocer el verdadero amor». Yo lloré de feliz mientras el resto de mi familia asimilaba el informe médico de que mi abuelo al final se iba a morir.
Para ser honesta, la mayoría de los días ni me acuerdo de mi abuelo, porque la mayor parte de mí todavía no entendió el cambio, la ausencia, la eternidad rota. Pero hay días como hoy, en que lo extraño, lo abrazo, me escondo virtual virtual en su corazón. Para siempre, abuelo.

¿Quién dijo que la música no es poesía? No sé quién sos, no conozco tu cara ni sé cómo te llamás. No sé cuántos años tenés, ni sé qué fuiste a hacer a Dublín. Pero un día conocí tu voz. Escuché tu música y te escuché y se me erizó la piel de mis brazos tatuados.
Ya no sé cuántas veces te escuché una y otra vez repetir esa poema, esa canción, ese dolor. Una, dos, ocho, mil.
La primera vez fue en mi cama de mi cuarto de la casa de mi padre un día no tan frío de invierno, y la última fue hoy.
La escucho cuando me duele el alma y la escucho cuando estoy bien porque así también puedo escucharla sin sentir que me rompo en mil pedazos. ¿Cómo puede ser que el amor que siempre es para siempre siempre se acabe?

Hoy soñé que mi abuelo aparecía desnudo en una casa que no conozco pero supuestamente había sido suya. Me decía que ahora que está muerto puede estar en donde él quiera, que solo con pensar que quería hablar con él, él iba a venir a donde yo esté, y yo no se lo decía, pero pensaba, que qué lástima que no se murió antes.
Ese tatuaje me lo hice hace un par de años, y mi abuelo, como casi todos los abuelos, odiaba los tatuajes, pero yo le reconocí el orgullo en los ojos cuando le contaba a mis tías «pero este se lo hizo por mí». Ojalá, abuelo, puedas estar donde querés estar.

Me gustan las palabras. Me gusta la cantidad de cosas que se pueden decir con los infinitos conjuntos de palabras que tenemos, conocemos, creamos, somos. Me gustó cuando él me dijo «las palabras cambian después», porque el después es relativo, y porque las palabras me gustan mucho. Incluso las palabras me gustan más que él, y él me gusta mucho más que cualquier cosa en la que pueda pensar ahora.

Conocés el momento,
cuando te cruzás de frente con con alguien en la calle
y se miran a los ojos,
pero no se desvían hasta el último segundo.

Yo te miro a los ojos,
y te paso de largo
pero cuando mirás casi nos chocamos
y yo siento tu mirada como un rayo que penetra,
miro hacia otro lado, y sigo de largo.

No estoy preparada para que alguien entre en mi vida,
para que cruce mi camino, como una tangente,
para después desaparecer
para siempre.

Vos y yo estamos torcidos,
los dos parados al viento, torcidos.
No nos tocamos
Dejame andar a la deriva,
no te agarres de mí.

Soy una caminante,
camino entre la gente
y hago mi propio camino
sin diagonales ni paralelas
Sonará solitario,
pero hoy soy una asíntota.

Acercarse más y más,
pero nunca tocarse.
Una triste colección
de casis y quizás,
y conjuntivos que nunca
se vuelven presente.

Y por eso miro hacia otro lado,
miro el piso,
o a través de vos.

Decime un cumplido,
y yo te doy
una mirada confusa.

Intentá tomar mi mano,
y yo la saco.
Mirame los labios,
y yo me los muerdo.

Soy una rompedora de momentos,
rompo burbujas,
y rompo el silencio,
y hago sombra,
y rompo.

Rompo porque tengo miedo.
Suena lógico en mi mundo
roto y torcido
romper algo,
antes de que se rompa solo,
o me rompa a mí.

Quiero tener el control,
y no dejarme leer.
No quiero que te quedes más tiempo,
por miedo quizás
a que descubras mis errores.

No quiero poner mi mundito en tus manos,
porque tengo miedo de que te vayas con él
y así, como caminante, estoy tranquila.

Pero cruzate conmigo,
mirame a los ojos,
no desvíes la mirada,
choacame, que yo te choco.

Era una fiesta en otoño, era mi fiesta de cumpleaños en una noche de abril, yo estaba borracha y de repente estabas parado frente a mí, después de tantos años de conocernos y no habernos prestado atención. Me pediste mi número de celular y yo te lo di, y vos me diste el tuyo y yo te dije que te iba a escribir. «Probablemente nunca», pensé.

Y entonces de repente era octubre y sabías tanto sobre mí. Era una noche cálida de octubre cuando me besaste por primera vez y me dijiste que no me ibas a dejar ir nunca.

Se acerca el verano y luchamos entre nosotros y con nosotros y nos perdemos más y más. Nos perdemos en palabras no dichas, en esta tranquilidad horrible que vos intentás romper, y aunque quiero gritar que pares de hacerme preguntas, me callo, y te pregunto mientras vos querés que pare de hacerte preguntas.

Es febrero y estás parado frente a mí y me decís que te querés ir, que ya no me querés a tu lado. Por primera vez querés que me vaya, ¿y yo? Yo quiero quedarme, pero me doy vuelta y me voy sabiendo que te perdí. Y entonces viene la segunda noche de abril en que nos encontramos. ¿Qué querés de mí? Yo sigo siendo la misma, la que no pudo hacerte feliz, y vos sos el mismo que amo y que me lastima. Ahora somos ¿amigos?, ¿amigos con derecho? Entonces pasamos la mejor etapa que hemos tenido, y estoy feliz y confundida. Vos siempre parecés tan fuerte y yo tan débil. A pesar de todo siempre estás ahí para mí, crees en mí, me abrazás, me prestás tu campera cuando hace frío y me secás las lágrimas. «¿Qué querés de mí?», te pregunto mil veces. ¿Y vos? Me mirás y no sabés. Vos ponés las reglas en nuestro juego, que aparentemente ya nada tiene que ver con amor. Vos decidís qué tan cerca o lejos de vos puedo estar. Y después se termina. Porque yo quiero demasiado y vos demasiado poco, y a veces es al revés. No puedo hablarlo con nadie porque nadie lo entiende. Yo lo entiendo. ¿Lo entiendo?

Ahora estoy sola y vos también, ¿cuánto vamos a aguantar? Sin el otro, sin ese sentimiento de sentirte en casa en los brazos del otro. Entonces estás otra vez, parado frente a mí en una noche de música alta en un boliche de dudosa reputación en Montevideo. Me mirás mientras bailo, entonces me besás como si fuera la primera vez y sonreís con tu sonrisa de «está todo bien». Esta noche me da todo igual y ya me olvidé de todo. ¿El futuro? No se sabe, como nuestra relación que no es. Me preguntás si todavía te amo. Te digo «no, no te amo, pero sos mágico». Sí, mágico, eso sos. Es raro, pero estoy bien. Me gustaría volver a enamorarme de vos, pero esta vez tiene que venir de tu parte, eso ya lo sé. Después de todas las noches en las que me dejás y después estás parado frente a mí. Vos pensás que me hacés daño, que me rompés, pero no, a veces me dejás dudando, a veces dudo yo sola, de vos, de mí, de nosotros, pero también me das mucho. Mucho de vos, de mí y de nosotros.

Ahora sos un amigo con el que comparto más que con otros amigos. Si alguna vez quisieras más de mí, entonces probablemente yo también quiera darte más. Pero hasta entonces olvidemos el dolor, vivamos, seamos, tomemos cerveza y fumemos sentados en cualquier esquina.

Cuando no te tengo cerca las palabras salen de mi boca/alma a borbotones. Suena como algo malo, ya sé, pero no es. Es eso de que cuando uno está triste dice las palabras más duras pero también las más lindas. Es que cuando no te tengo físicamente al lado, mi alma siente que no te tiene, y se me revuelve el estómago y vomito palabras de ahogo y sangre de dolor.

Me hacés falta a cada paso. Me hacés falta para decidir si quiero un capuccino o una chocolatada.

Estoy sentada mirándome los pies, las uñas medio despintadas y la piel bronceada.
Entierro los pies un poquito en la arena, y los desentierro, y agarro un montoncito de arena con la mano y me la voy tirando de a poco arriba de los pies, y después otro, y después otro.
Me duele un poco la espalda porque estoy durmiendo arriba de un sobre de dormir. Son las 7 de la mañana y ya me desperté porque el sol calienta la carpa. Abrir el cierre y salir a la playa que está ahí y sentarse en la arena en la que estoy sentada es como el paraíso pero más real. Afuera todavía está fresquito, estoy desnuda y sse me eriza un poco la piel. Pienso en el desayuno que va a ser el mismo que todos los días desde hace un montón de días, pan, queso y tomate. Pienso en el libro que terminé anoche, sobre un señor que estando preso aprende a jugar partidas de ajedrez imaginarias, contra él mismo, lo que significa anticiparte a tus propias jugadas, pero no, el encierro y la soledad desarrollan en él una especie de locura-inteligencia que casi se transforma en una esquizofrenia que lo hace ser las piezas negras, y lo hace ser las piezas blancas, juntas pero por separado.
Y entonces salís vos, y me decís guten Morgen, y el día se transforma en un día hermoso porque estamos juntos. Y cuando estamos separados, también estamos juntos.