Mi cuerpo chiquito carga con todo mi ser, me acepto ínfima y prescindible, me saco una mochila que pesa todos estos años de preguntas sin respuestas, que los sueños, los propósitos, el esfuerzo o el destino.
La misma duda me quita el sueño todas las noches desde la primera vez que me hice huérfana.
Releo los mismos libros y lloro las mismas lágrimas.
Escribo un diario para entender mis procesos. Soy joven, libre, fuerte casi siempre y débil los domingos. En la lucha diaria entre el sueño y la vigilia me despierto en otro lado, otra casa, otra cama, otro amor.
Extraño a todos mis gatos, extraño a todos los gatos de todos mis amigos, extraño a todos los gatos que acaricié y a los gatos que no conozco. Mi pulsión es el cambio, el movimiento, el salto al vacío, aunque los años trajeron más miedos que osadía. Soy cada vez menos pájaro y más semilla, quiero volver a la tierra, meter las manos en el barro, perderme en un bosque y florecer, que el frío me queme los pies y las manos, usar gorros y bufandas, tomar té hirviendo a toda hora y nunca más sentirme sola. ⠀ 

Cuento los días sentada en el sillón, leo un libro entero sin prestarle atención, Netflix me pregunta «¿Todavía sigues ahí?», y yo sigo ahí, un episodio atrás del otro. Es la calma que antecede a la tormenta. Mi cuarto todavía entero antes de que lo empiece a romper de a poco. Libros en una caja, el florero con el que me mudo desde hace 7 casas, las plantas que me traje de la casa que rompí en Hamburgo como si cuidar las plantas enmendara mis errores. Regalo mi ropa, tiro los dibujos que ya no quiero, abro y cierro los cajones aceptando que otra vez voy a tener que dejar cosas. Miro el reloj, cuento los días, me desvelo, leo otro libro pensando en otra cosa, otro episodio, llueve. Manejo 400 kilómetros, duermo en la casa de mis padres y aunque desde hace 10 años nunca pasé ahí más de 3 noches seguidas otra vez respiro aire a despedida. Duermo en sábanas con olor a suavizante. Duermo con el gato de esta casa que no es mío ni me conoce ni me quiere ni me pide que lo acaricie antes de dormir. Acá cerca están todos mis amigos y aunque tengo ganas de quedarme leyendo me visto y voy a comer las últimas pizzas y hablar a los gritos por última vez hasta quién sabe cuándo. Cuándo es que te vas preguntan mis amigos y prometen visitarme. Quiero que el tiempo pase rápido y lento, qué contradicción, quiero estar cerca de otro mar pero abajo de este cielo. Mi cuerpo partido hace tanto tiempo en dos, en tres, ¿en cuatro? ¿Cuántas veces es capaz de dividirse una persona?

Abro los ojos y solo hay aire, bajo mis pies tierra y algo de mugre, estoy descalza y desnuda, mi piel áspera, peluda, sucia, los poros bien abiertos y los brazos cansados. No sé cuántas horas dormí, quizás fueron días, meses, años, una vida entera, quizás ya no soy. El aire huele a moho y el suelo tiembla. Otra vez volver a empezar, tengo miedo, sueño, hambre. El suelo tiembla, tiembla, yo tiemblo. De repente todo se va volviendo más oscuro y gira, el mundo gira, yo tiemblo. Me refriego los ojos y están llenos de polvo, todo a mi alrededor gira y yo me caigo.
La libertad me abruma y tengo miedo, soy dueña del mañana y tiemblo.