Ningún llanto duele más que el llanto de aeropuerto. Mientras movés la mano con la poca fuerza que te queda como diciendo chau hasta la vuelta, aun cuando no hay vuelta y la puta madre, cómo hago ahora para no llorar a los gritos adelante de toda esta gente que me mira con mi metro y 50 y mis 45 valijas.
Ya pasé por un montón de despedidas y sigo sin aprender cómo se hace. Vos tampoco sabés despedirte y ni siquiera entendí del todo tu trabalenguas de que mejor así porque peor lo otro que es ir despidiéndose de a poquito.
¿Y qué es este último abrazo? Una carta de amor tan fugaz como eterno.
Esta ciudad fue magia pura. Ojalá fuera capaz de escribir lo que sentí la primera noche que llegué a Venecia sola y vi el agua del Adriático frente a mí y pensé en lo afortunada que soy y en cuánto vale la pena la valentía de saltar sin saber dónde está el piso.
Esta ciudad fue magia también en mis dolores, llegué llena de penas y me regalé estar sola conmigo durante meses, me encerré un poco en mí y en mil libros y cuadernos y poemas. Lloré mucho, lloré pila, lloré sola y lloré mientras me abrazaban esos brazos gigantes y calentitos.
Y esta vez pensé en mí, en lo que necesito, en lo que mi corazón grita fuerte: es hora de ir un rato a casa, de que mamá me toque el pelo cuando no me puedo dormir y que la abuela me haga milanesas y después me corte la sandía, le saque las semillas y le ponga un poquito de azúcar.
Es hora de ser amiga de mis amigos. Es hora de ser hermana de mis hermanos.
Venecia fue un desafío, un aprendizaje, un amor.
Con el corazón un poco roto me despido, del agua celestita, de la pizza, del spritz, de la magia en cada esquina y de los rincones más hermosos del planeta. Y de vos, que ahora ya sabés.

casi chau

Esta fue mi casa número quince, y quince casas son un montón para 25 años. Es un promedio de un año y medio por casa, pero si algo aprendí en 25 años de vida -que es pila y es re poco-, es que el tiempo es relativo, que el amor más fuerte de los amores puede durar un día o mil y el sentimiento sigue siendo el mismo.
Mi año empezó siendo un final más que un principio, miré los fuegos artificiales de Venecia desde la azotea de mi trabajo con los ojos llenos de lágrimas y haciendo fuerza para no llorar, hasta que no hice más fuerza y lloré y me dejé abrazar y lloré un poco más. Me gustan los cambios, pero no por eso me dan menos miedo.
Callarse es mentir y hoy te mentí a los gritos, y te voy a mentir mañana, y el lunes, y el sábado cuando me sostengas las partes rotas en un último abrazo, y hasta siempre, mi amor.
Este final que ya empezó y ya casi se acaba termina en vos y por vos y conmigo.
Me sostengo como puedo con lo último que me queda del equilibrio que me dio saberme sola tantos años, me sostengo con la poca fuerza que me queda antes de caer rendida en los brazos de mi madre.

Estábamos caminando desde el lago en donde por primera vez nadamos desnudos hacia mi casa, eran las tres de la mañana y veníamos con la ropa mojada, ¿no tenés frío?, me preguntaste y yo te dije sí un poco, y vos te me acercaste y yo te dije pero eso no me saca el frío y vos me dijiste ¿y esto?, y me besaste con fuerza y estaba oscuro pero yo que siempre tengo miedo de cruzar el bosque esa vez no tuve miedo y te dije esto tampoco, mientras te llevaba entre los árboles hasta la mesita en donde aquella tarde te había ganado al ping pong, y apoyándome con las manos me subí a la mesa y te abracé con las piernas en la cintura y con los brazos en el cuello y te dije esto me saca el frío, mientras me sacaba la remera y te besaba el cuello.