Perdemos la cuenta de los días que vimos nuevos y las noches que morimos. Hago el esfuerzo y pienso ¿cuántos puentes caminé en la ciudad con más puentes del mundo? ¿Cientos? ¿Miles? ¿Todos? La llamo mi casa aunque no la piso hace 2 años. Llamo y corto tres veces porque sé que en realidad no sé qué decir y al final decido que no quiero decir nada. Termino mordiéndome siempre la misma uña. Me sangra el dedo y lo chupo y degusto el sabor de mi propia sangre. Mi sangre es dulce y es mía. Pienso en el té negro y en las sábanas revueltas los domingos todo el día, las mañanas con la radio y lo tibiecito que es sentirse entre otras piernas. El mundo es siempre nuevo y siempre nuestro y siempre nuestras las distancias y el olvido.

«Lo inesperado y lo inaudito son propios de este mundo. Sólo entonces la vida es completa.”
Carl G. Jung

día -6 

¿Cuántas vidas ya he vivido? Una bruja dijo más de 100 y yo digo por lo menos unas cuantas. Mi memoria me separa de la vida por venir, mis recuerdos se entremezclan y otra vez saboreo aires de cambio, la pulsión de lo flamante. De repente extraño los cafés recalentados y puedo sentir la tibieza en la palma de mi mano. Miro mi cuarto lleno de cajas y vacío de mí y pienso en las últimas noches. Tuve varias y todas tristes, los últimos abrazos, las últimas lágrimas, las últimas esperanzas de destrozados para siempres. Ayer Lilián me preguntó qué pasa con lo no dicho, y mi respuesta es que lo escribo.

Entran nuestros dos cuerpos enteros en la bañera, nos metemos sin agua y con ropa, damos vuelta el sentido de la vida. Camilo me pregunta si estoy cómoda y yo le respondo que siento como si ese espacio en el que estoy hubiera sido hecho especialmente para mí. Camilo se ríe, me dice que es imposible que me sienta cómoda, y me saca una foto como prueba de la deformidad de mi postura. Somos salvajes y libres y todavía jóvenes. Perdemos la noción del tiempo, nos amoldamos a la forma del otro y desvariamos. Hablamos de aquellos que nos rompieron y de aquellos a los que sin querer rompimos. No podemos hacer nada para evitar el sufrimiento-concluimos-, ni el nuestro, ni el ajeno. Nos reímos hasta que nos duele la cara y sentimos el calor del piso de mi baño. Sabemos que hay que salir pero no queremos irnos. Por un momento, efímero o eterno, encontramos un hogar: estamos en donde queremos estar.

Un montón de veces ya escribí sobre escribir. Puedo ser reiterativa, pero cuando escribo suele ser sobre lo que a mí me mueve, y a mí me mueve esto. Mil veces dudo y sufro y borro lo que comparto, porque también me pregunto ¿está bien compartir todo esto que me pasa? La vulnerabilidad muchas veces me asusta, me avergüenza. En estos pies de foto que escribo soy lo más honesta que he sabido ser en la vida. En mis palabras soy lo que siento y lo que siento deja de ser sólo mío cuando lo comparto.
El otro día leía este libro que en una parte dice «la catarsis no es un acto solitario, sino una experiencia compartida donde la purga del dolor personal ayuda a otros con su propia cruz». Y esto un poco me consuela, no pretendo ayudar a nadie, pero sé que leerse en las palabras de otras y otros muchas veces es como un abrazo invisible. No escribo para los otros. Escribo para mí, pero que otros me lean también es parte del proceso.