Sin perturbar tu paz
te invoco
alma viva de cuerpo muerto

Tus manos frías
tus labios blancos
pecho flaco
ojos dormidos

Sin llorarte
te invoco
mi corazón hecho carne
tu corazón hecho huesos

Te despedí cuatro veces
desde el último arrebol
a tu cuerpo viejo y muerto

Te despedí
para siempre
te
despedí
para
nunca

Me desperté con fiebre y todo lo que pasaba a mi alrededor parecía un sueño. Con todas mis fuerzas me levanté de la cama y me arrastré con las piernas pesadas para abrirle la puerta a la gata. La gata maullaba pero no vino. Volví a la cama y me dejé caer con todo el peso de mi cuerpo y respiré entrecortado e intenté abrir los ojos y no pude y comprobé que fue la fiebre y no yo, y que entonces nunca me levanté a abrirle la puerta a la gata que todavía maullaba. Tengo frío pero estoy toda mojada y mi cuerpo transpirado se pega al colchón con la sábana corrida. La gata sigue maullando y no le puedo abrir. Creo que la gata grita. Abro los ojos, respiro, me levanto de a poco, esta vez yo, no la fiebre, y con los ojos mareados camino, me arrastro, abro la puerta y la dejo entrar. La gata corre y me muerde los pies y yo me dejo porque mi cuerpo débil no puede contra sus dientes fuertes. Vuelvo a la cama, busco el rincón de colchón que todavía está cubierto por la sábana blanca y me dejo caer, de nuevo, esta vez yo, no la fiebre, y espero. La gata sube a la cama y camina buscando el lugar para quedarse, amasa mis muslos y encuentra entre mis piernas un recoveco que la acuna. Yo no tengo recoveco, mi recoveco siempre son brazos y mi cuna su pecho. Montevideo está afuera pero no sé quién está adentro. Entra luz por la ventana y sale sangre de mi cuerpo, ¿dónde lloran los cuerpos cuando no tienen casa?

Pasé 5 años preguntándome cómo alguien podía despertarse de tan buen humor, cómo podías poner música antes de siquiera abrir los ojos, cómo te era imposible salir de la cama si no escuchabas algo bien fuerte, cómo hacías tus rutinas de la mañana escuchando The strokes o algún programa de la BBC. Me acuerdo de la vez que pasaste mil días despertándote con Hurra die Welt geht unter que hasta yo me la aprendí de memoria de sólo escucharla atravesar las puertas cerradas del baño y mi cuarto. Hace dos semanas que no puedo respirar muy bien, a veces pienso que estoy enferma pero después me acuerdo de que en realidad lo que estoy es triste. A veces también me olvido, porque ya hace más de un año que es como si no existieras, y un poco me acostumbré, un poco aprendí a llegar a una casa que no es la nuestra y saber que la soledad no se termina en un rato cuando llegues y te acuestes en mi cama a contarme cómo fue tu día. Ahora todos los días pongo play a lo que sea que diga spotify que estás escuchando y pienso en qué andarás, con quién, quiénes son tus nuevos amigos y a quién llamás cuando la vida te colapsa.

Las mujeres que somos nacieron juntas, se conocieron dos que se transformaron en otras y esas otras son en gran parte gracias a haber sido de a dos; ese apartamento en Dulsberg fue el útero que nos crió y aunque fui yo quien estiró el cordón umbilical vos lo cortaste y con eso yo me morí un poquito. Tengo el corazón todo roto y me duelen los dedos de ya no moverlos para contarte todo lo que me pasa. Extraño saberte y que me sepas y quisiera poder decirte con abrazos cuánto me alegran tus victorias.

Espero que algún día el tiempo nos devuelva lo que fuimos y que mi vida algún día vuelva a ser un poco contigo.