«La catarsis no es un acto solitario, sino una experiencia compartida donde la purga del dolor personal ayuda a otros con su propia cruz». Juan Sklar

Nunca fui a un telo que no estuviera lleno y nunca terminé en otro lado que no fuera el asiento de atrás de un auto con las ventanas cerradas, muerta de calor e inhalando del vaho que desprenden dos cuerpos que se rozan y se chocan e intentan encajar en el tetris engorroso que es coger con un extraño. Y no digo extraño como de que no te conozco, digo extraño como

«adjetivo: dícese de una persona o de una cosa que es ajena a la naturaleza o condición de otra de la cual forma parte«.

No soy de Montevideo, pero soy porque un día viví ahí y dije esta es mi casa, y me enamoré de vos en un apartamento en Cordón y sentí que tenía un hogar y que si algún día moría quería ser enterrada en el cementerio del Buceo, pero es casi imposible, porque morirse de por sí es caro, pero morirse y vivir muerto en el cementerio del Buceo es carísimo y al final que me importa donde viva cuando esté muerta si hasta viva he vivido en todos lados y nunca sé muy bien si quiero estar donde estoy.

Tengo 30 años y un extenso historial del corazón roto. Me desarmo como chicle y pienso que no estás si no te busco. Te mentí que no me acuerdo bien de aquel verano en el que fuimos Montevideo y todas sus calles, que fuimos de bar en bar, del Brecha hasta el Farolito y nos sentamos en las escaleras de la FADU y tomamos una birra caliente en la Varela. Que nunca fumé tanto porro ni comí tantos alfajores y te agarré siempre de la mano en el camino entre la calle y tu casa y una vez frené en una esquina y te mentí que no estaba preparada para tenerte tan rápido tan cerca y me subí a un 427 y ya en el camino supe que era mentira, que ya no había forma de estirar la distancia entre mi piel y tus dedos y no supe entonces como no sé hoy decirte: te mentí, no hay forma para mí de ser sin ser una con el que fuiste ese verano.