Mis cartas no son mías cuando las mando al viento, no son tuyas cuando las escribo en secreto, cuando las leo 4 veces antes de dormir y después lloro y sueño contigo. No son tuyas aunque ahí escriba tu nombre mil veces, aunque el papel tenga tu sello, aunque te pienso y te lloro y te imagino en futuros inventados y te ruego que me quieras con palabras disfrazadas. No me creas si te digo que no importa, que igual hablamos mañana, que ahora no tengo tiempo. Es el miedo que me ahoga, que me nubla, me enceguece. No me creas si te digo que no es nada, que es el sueño, que hace noches que no duermo por quedarme dibujando. No me creas si te digo estoy segura mientras te pido un café inventando una sonrisa. No me creas si te digo que te quiero pero más quiero el silencio.

Me da miedo que te olvides de mi nombre, de mi cara, de mis manos, de la forma de mi cintura cuando me acariciás despacito, del arco que hace mi espalda cuando me besás todo el cuerpo.
Me cierra el pecho saber que ya no me vas a mirar como me miraste aquella vez acostado boca arriba en la punta de mi cama mientras me hablabas de tus miedos y fracasos y yo sonreía y te decía el miedo es para cobardes y pensaba en que sos lo más lindo que vi en mi vida, que no tiene nada que ver, pero es tan cierto, y yo te miro hasta hoy como aquella primera vez a las 2 de la mañana, llena de dudas y de certezas, y te miro cuando no te das cuenta de que te estoy mirando, así me aprendo de memoria la forma de tus ojos, la curva de tus labios, el color de tu pelo, te miro tocarte la barba, pasarte la mano por el cuello, me aprendo todos tus gestos, y te miro, y tiemblo porque sé que nunca estuvimos tan lejos.

Qué sentido tiene escribirte una carta de despedida si ya tres veces nos despedimos para siempre. Yo sé que vos no me crees, que todas las veces dije esta vez es para siempre pero esta vez es para siempre y yo me voy, pero vos te fuiste antes. Sueño noche por medio con aquella única noche en que me abrazaste dormida aunque yo estaba despierta. No te escribo para que sepas lo que siento ni te escribo para explicarte por qué esta vez no voy a frenarme a escucharte aunque me digas que me quede, que es muy tarde, que hace frío, que el bondi ya no pasa, que caminando es muy lejos. Te escribo porque cada día mientras te miro y me mirás, ahogo estas palabras en la sangre de mi pecho para no decirte a los gritos todo lo que quisiera, y estas palabras me ahogan desde aquel último domingo en que me dijiste ini si te vas, yo no puedo y yo te vi llorar e hice como que no mientras me volvía a poner la ropa.

Bien sabido es entre quienes me conocen que yo escribo sobre todo lo que me es relevante, y entre lo que me es relevante están mis muertos, que hasta el año pasado no era ninguno y de repente sin aviso fue mi abuelo y aunque era solo uno ocupaba tanto espacio que mi lista de muertos se vio completa y no dejó lugar a ningún otro vivo que osara morir porque el alma no me da para tanto. Pero la irreverente de mi abuela lo extrañó y se murió con aún menos aviso que el otro y sin atenderme el teléfono para decirle al menos abuela no te mueras que yo no puedo con dos muertos y su ausencia, abuela no te mueras que yo necesito darte un abrazo así sea muerta pero abrazo y yo estoy lejos y no puedo abrazarte a la distancia porque a quién le importan las palabras si no puedo apretar tu mano.
Mi abuela se murió y en mi pecho no había espacio para el dolor de no tenerla. Pasé semanas sin pensar en ella o en su muerte ni en su vida ni en sus manos arrugaditas ni en sus flores ni en sus caramelos de miel, qué sentido tiene torturarme con la miseria de no haber estado con ella cuando respiraba con esfuerzo por última vez.
La hincha huevos de mi abuela no podía, NO PODÍA, estar fuera de su casa alrededor de las 7 de la tarde porque qué tal si esos pajaritos que venían diariamente a comer sus pobres migas, decidían no venir más si alguna vez ella no estaba ahí esperándolos, como si no hubiera millones de pajaritos más buscando los restos del desayuno de cualquier otra abuela de cualquier otro balneario. Pero no, el ritual de sus visitas alrededor de las 7 de la tarde no se lo sacaba ninguno. Yo de mi abuela tuve todo lo que una nieta puede querer y más. Sobre todo el honor y la fortuna de haberme sabido infinitamente amada. Que tu dios te tenga donde querías estar cuando decidiste que ya no querías estar ni acá ni conmigo. Angel de la guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día.

 

 

La semana pasada lloré tomando Glühwein porque me hizo sentir como en casa.
Desde que aterricé en Berlín estoy llena de emociones. El puerto de Hamburgo me invita a encallar, otra vez, pero la nieve, el frío y las calles que me duelen me recuerdan por qué me fui.
A Alemania llegó hace años una niña muy libre e independiente que de a poco se transformó en lo que hoy soy.
Alemania me recuerda lo que fui y lo que quería ser.
Me recuerda lo que fui con y para otros.
Alemania somos nosotros y la vida que armamos y después rompimos.
Pila de amigos, pila de amor.

Me di cuenta de que algo andaba mal cuando sentí la necesidad de leer poemas tristes tres noches seguidas. Ya sabés, cuando estoy triste bajo las persianas, no me gusta ver que afuera hay sol y otra gente y otras vidas. A veces te confundo con un amigo, a veces te llamo porque me siento sola y me calma sentir tu voz del otro lado. A veces te llamo y corto y te escribo nevermind porque me asusta decirte cosas que no quiero decirte. Lucho todos los días para ser lo fuerte que quiero ser, para poder con todo, yo sola, porque sé que puedo, a veces puedo. Lucho todos los días para no necesitarte.