Entre los pliegues encuentro escombros y dejo que las sábanas me domestiquen. Me relamo como un gato y me estiro y siento el crujir de mis huesos. En el medio del pecho un cuenco donde reposan cenizas, el verano a la noche se enfría y yo tejo caricias con mis piernas como arañas. Me regocijo en la lentitud del momento y entonces entiendo el silencio, el óxido en la boca, la tensión en nuestros cuerpos. Veo la ira en los otros, las piedras en sus bolsillos, y yo, mientras tanto, amaso este amor y se derriten el tiempo y las dudas, y yo, difusa, sin límites, peleo con la memoria e intento quemar la herida.
Quiero mostrar el secreto, la explosión que borbotea en mis adentros: la de una bestia salvaje, la de un deseo ancestral. Me muevo por la casa y echo raíces, siento temblar los cimientos, me absorbe la tierra firme y mis tobillos cada vez más flacos se afirman al nuevo suelo. Hasta acá me traje yo y es acá donde me quedo.

Hoy vi la nada transformarse en casa y la casa transformarse en todo y sentí cómo algo adentro mío se expandía.
¿Quién vivió aquel invierno triste y gris si no fui yo? Pasé meses siendo otra, una yo que ya no entiendo y a la que ya no quiere nadie.
En esta casa nazco nueva, camino descalza y me acuesto en los rincones para amoldar mi cuerpo a la forma de un hogar que está emergiendo. Me emociona pensar en mañana que será la primera mañana en que escriba sentada en mi escritorio nuevo en mi silla nueva en el cuaderno nuevo que llevará el nombre de esta casa. Los diarios son mi piel y habito más palabras que deseos y más deseos que temores. Es necesario a veces el silencio y abrazar la nostalgia, perderle el miedo a saber a los otros lejos, las distancias son largas pero nunca son eternas. Siempre tendremos la promesa del reencuentro y no hay tiempo que no aguante lo que lo estire la vida. Me presento: soy yo pero libre, fuerte, viva.

Tengo una casa vacía: un cuarto propio. El limbo ya no es tan limbo y el espacio que habito se vuelve infinito. No tengo sillas pero el piso me sostiene. Me acuesto con la panza desnuda en la madera fría, siento el sol calentándome la espalda y con la mano ya cansada escribo en la primera hoja del último cuaderno que me regalaron: la nostalgia tiene olor a café y está finita mi alma. Todo lo que toco se convierte en poema y los días se hacen más largos y me empujo a mí misma a un pecho medio abierto que todavía un poco sangra aunque yo sangre no veo. La memoria no justifica ningún llanto y me acerco y me alejo sin un plan y mis dedos son como gusanos que revuelven mis entrañas mientras todo lo que toco se convierte en vos y yo y ayer y nunca más