La caminata se vuelve frágil, me muevo al ritmo de una melodía que no entiendo, intento calcular el tiempo y mi mente me recuerda que ya es tarde, ¿tarde para qué? ¿Arrepentirse? ¡Ja!-¡más! Aunque en mi caso ya dos veces. Leo un cartel que dice que en realidad nadie se muere y entonces en cada paso me figuro una nueva respuesta a la pregunta magna de la existencia toda ¿qué pasa después de la vida? ¿De qué sirve todo esto? Me pesan las piernas, sé que me hace falta el desayuno pero le pido a mi cuerpo que aguante hasta el mediodía. Lo engaño con un café, me siento despierta, saboreo la leche de almendras y las dos cucharadas de azúcar. Caen algunas gotas pero me alegro porque hace un rato me compré un paraguas. Busco un suelo seco y me siento, hay olor a lluvia y de repente y como nunca antes, me siento bien con el agua que me moja. Rodri tiene razón, mojarse no es para tanto. Esta ciudad no es muy poética pero para algo estoy yo.


No me muevo con la linealidad del tiempo, lo mismo da si pasaron 10 días o 10 años, si fue ayer que leí el primer libro que me marcó la vida o cuándo fue que murieron los amores que aun merecen mi duelo. No pude incinerar la carga de pasado y aun llevo conmigo cadáveres de los años felices. A veces llega la noche y elijo quedarme dormida añorando los buenos recuerdos, incito a mi inconsciente a soñar como si fuera aquel ayer no tan lejano, cierro los ojos y me empiezo a imaginar mi cuarto en Dulsberg, pienso que la pared a mi derecha es roja y que el techo es un poco más bajo, que el piso está calentito y que mi mesa de luz está empotrada a la cabecera de mi cama. Sostengo mis frazadas con las dos manos a la altura de mi pecho y pienso que es mi acolchado con estampado de flores y me imagino a mis gatos caminándome por arriba. A veces tengo suerte y me quedo dormida en ese universo paralelo y entonces sueño con Esti o con Camilo, fumamos porro recostados a mi pared y nos engrasamos los dedos con doritos mientras charlamos sobre el por qué de la vida hasta quedarnos dormidos. Camilo siempre sonríe y Esti y yo siempre nos quejamos. Somos equilibrio y somos familia y aunque nos tenemos solo a nosotros en ese instante no necesitamos a nadie más.

Pasamos años persiguiendo la identidad: libros, trabajos, familia, amigos, valijas, bondis y aviones. Cada tres domingos el futuro de mi mente cambia de manera radical. Tengo el alma errante y la espalda mucho más cansada que la de los 20, no hago deporte, como mal y tomo poca agua. Tengo pocas certezas pero no necesito más que estas. La incertidumbre es mi dosis de adrenalina, me gusta mucho saber pero no quiero saberlo todo. A veces me siento tan simple y evidente y otras veces soy mi enigma. Ayer miré la sombra de las hojas del árbol del balcón asomarse y bailar a través de mi ventana. La belleza de los simple a veces me emociona. Lo preciosa que es la palabra precioso me emociona. Recordar la dulzura de mis gatos y el sabor de este chai latte. Tengo esperanzas de un camino sinuoso pero firme. Lo precioso me hace bien.

Mañana seremos río, los que fluyen hacia siempre y no llegan nunca al nunca. Seremos aves y libres. Parados en lo más alto de una roca con los ojos cerrados y los pulmones llenos de aire miraremos lo diminuto de la vida y será hora finalmente de respondernos las preguntas del presente. Estamos vivos, herimos, dolemos y amamos con la fuerza de un cuerpo joven. No seremos uno para siempre pero somos uno hoy.

Intento encontrar las respuestas mientras doy vueltas al valor de lo sagrado. ¿Qué vino a mostrarme la brújula?
Muevo mi cuerpo con la inercia de la mente, leo poesía vieja y ajena y me encuentro en los recuerdos de quienes ya vivieron y murieron bajo este mismo cielo. Pongo alarmas que mi cuerpo desacata y me fundo con mi cama cuando el alba ya es pasado y además se me hace tarde.
Aprendo de las cartas que una yo mucho más joven escribió con la ingenuidad de la primera vez que se ama: siempre estás solo y a donde sea que vayas te acompaña la misma carga de pasado y de futuro.


Mi vida ha sido mucho más cambios que constantes e igual así todavía no me acostumbro. Abro los ojos y demoro unos segundos en entender cuál es mi nueva casa. Eventualmente siempre llego a la misma conclusión: mi casa soy yo y lo demás es geografía.
En cada una de mis vidas nacen mis nuevas rutinas. Acá es lo del té con leche y caminar con un poco de vértigo. Hay días en los que me siento absurda y diminuta, ¿hacia dónde vamos cuando no tenemos mapa?
Ya no me siento tan joven ni tan libre como antes. Las decisiones parecen pesarme más y el salto al vacío parece mucho más alto que cuando era la niña salvaje.
Huelo el aroma a canela y de repente pienso en Susi y en la magia de la vida. Ella y otras mujeres que admiro son siempre un salvavidas mental. Respiro hondo y aguanto la respiración durante 4 segundos una y otra vez hasta que mis ojos ya no sostienen las lágrimas. Se me enfrió el té pero ya no me importa y ya no lo quiero.
Les regalo este instante de vulnerabilidad y franqueza, que es necesario a veces desnudarse de corazas.