Mi tía Marcela había hecho un curso de repostería y hacía las tortas más lindas del mundo. Con esa masa de colores hacía muñequitos de lo que fuera, y yo todos los años esperaba ansiosa mi cumpleaños para tener la torta más linda de todas, mediante la cual siempre expresaba mi pasión del momento. Siempre eran las más lindas, pero como tiré a la basura todas las fotos de mi adolescencia, todas, ya no me acuerdo de ninguna, excepto de la única torta que no me gustó. Yo le había pedido que me hiciera algo relacionado a la música, pero como andaba medio ocupada me hizo otra cosa. Eran unos macaquitos redondos con forma de pompones de lana con ojos, que sentados alrededor de una mesa miraban una torta igual a la mía pero más chiquita, es decir la misma escena una y otra vez.
No tenía nada que ver conmigo y no decía nada de lo que yo sentía. Para ese momento yo ya había decidido que mi tía Marcela ya no era mi tía preferida y hubiera querido saltarme la parte de la torta, de la que solía estar orgullosa, mi torta que esta vez no era mía, pero igual me encontré aplaudiendo como idiota mientras me cantaban el que nos cumplas feliz.
La fiesta había sido hasta ese momento bastante mediocre, así que con el miedo que me persiguió toda la vida, de que dijeran que mi fiesta había sido aburrida, me di cuenta de que tenía que hacer algo.
Mi hermano tenía 8 y unos días antes me había contado que le había pagado $25 a nuestra vecina para que ella le diera su primer beso. Lucía tenía mi edad, era linda y le decíamos «la Lufre», «Lu» por Lucía, y «fre» por fresca, que en Tacuarembó significa trola, y que a los 13 significa que le había dado piquitos y la mano en el cine a varios de la clase.
La Lufre le había cobrado $25 a mi hermano por un beso. La Lufre se había prostituído. La Lufre era prostituta.
Con mi conjunto todo celeste, pantalón y buzo deportivos, que había cambiado de sólo para llevarle la contra a mi madre que me lo había comprado en rosado, me fui al edificio de al lado, escoltada por alguno de mis amigos los idiotas, le toqué timbre y le dije que bajara. Antes de que llegue a la puerta le dije «me chupan un huevo los $25, sólo quiero decirte que sos una puta, una prostituta», y me di vuelta y me fui, y super que estaba descargando mi bronca en la persona equivocada.

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