Un día llegué a casa y estaba Nacho llorando en el baño, era chiquitito, no sé cuántos años tendría, 2, 3, no mucho más. Lloraba, y tosía, y vomitaba. No sé qué tenía, pero vomitaba por enfermo, y lloraba por sufrir, y vomitaba por llorar. Seguro no era nada muy grave porque ni siquiera me acuerdo, pero lo que sí me acuerdo es que ese día me di cuenta de lo que es el amor. Yo lo miraba así, todo chiquito, sufriendo, y hubiera hecho cualquier cosa para que él se sintiera bien, lo abrazaba fuerte pero no era suficiente, quería cambiarle el lugar, quería sufrir yo y que no sufriera él. Así se debe sentir ser madre, pensé en aquel momento, y es también la idea que me quedó después de todos estos años.
Nacho es el niño más bueno y dulce que conozco. No creo que haya otro como él. Capaz eso piensan todas las hermanas, puede ser, pero yo estoy segura. No hablamos mucho, pero nos amamos, él piensa que yo soy la mejor hermana del mundo y yo que vivo del otro lado del mundo y a veces desaparezco por semanas igual pienso lo mismo, porque qué mejor que amarlo con todo mi corazón, desde el día que me enteré de que Elena estaba embarazada hasta el día que me muera, o más allá, quién sabe.
Hoy cumple 10 años, eso significa que hace dos tercios de su vida que ya no vivimos juntos. A veces quisiera que fuera otra vez así de chiquitito. Qué fortuna ser hermana mayor.

Hoy en el trabajo tuve que hacer un curso antincendio. Cuatro horas escuchando todo lo que se puede decir sobre el fuego y cómo no morir quemado. Siempre me costó mucho concentrarme, mi cabeza es mucho más poderosa que mis oídos, así que todo el tiempo me descubro pensando en otras cosas. De todas las cosas que pensé hoy, hubo una que me tuvo distraída por mucho rato: ¿qué salvaría de mi casa si mi casa se prendiera fuego?
Lo primero que quiero llevarme conmigo son todos mis libros ya leídos, porque para mí leer un libro más que leer es escribir, dibujar, rayar y subrayar. Mis libros recién se transforman en mis libros después de que los leo. A los libros los cambio, los tacho, los rompo, los reescribo, me meto en las manos de los artistas, en el alma de los poetas, me transformo yo en poeta y escritora aunque sea por un ratito.

A mi mudanza número 15 no me traje mis libros. Dejé 8 cajas llenas en un sótano de Hamburgo, y tuve que hacer una triste selección de los pocos que entraban en mi valija. Fueron 11, que seleccioné con esmero y dolorcito, y no digo dolor porque dolor es otra cosa. Dolor es leer a Idea cuando tenés el corazón roto, por ejemplo. Dolor es encontrar papelitos viejos entre medio de los libros ya leídos. Dolor es amar poema.
Estoy sentada en mi escritorio escribiendo esto en mi cuaderno, con la ventana al balcón abierta y entra una brisa que me vuela el pelo y el vestido también negro. Me veo la bombacha y pienso en lo lindo que es el verano y las pocas ganas que tengo de estar vestida. Me desvisto.
Me pregunto si hay gente que siente menos, digo, ¿todos sienten tanto como yo? Porque yo siento que siento mucho, demasiado. Sentir tanto cansa, pero peor es no sentir nada. No quiero llevar un diario de dolor. Ojalá esto sea sólo SPM.

 

A Camilo lo conocí hace muchos años, el mismo día que conocí el amor. El cerebro casi me explota cuando me puse a pensar en buenos recuerdos que tengamos juntos, hay infinitos: lo borrachos de Elephant en el Schlagermove de 2012. Las caminatas eternas por París, estar sentados en jardines gigantes y miniatura, y gigante y miniatura, y de todos colores, rosado, verde, amarillo, neón, copos de nieve, fractales y risas. El barrio hippie mágico y la sopa en el invernadero. Los viajes a Ámsterdam, que no se acaben nunca. Compartir las pasiones: escribir, y leerte en voz alta y que me leas y que escribas y me leas. Poder arrastrarte conmigo a clases de teatro, actuar juntos, filmar cortos, tus guiones, ser tu actriz, chuponear frente a una cámara, nunca más, Cami, nunca más. Festivales de cine, ver contigo y en un cine enorme de Berlín la película más linda que vi en mi vida. Los mates en la biblioteca. Ganarte al ping pong. Comer tus arepas y tu ajiaco y cocinarte la mejor lasagna del mundo. Recomendarnos libros, presentarte autores y que me presentes poetas nadaístas. Que me leas en voz alta el poema más lindo que supo escribir Arango. Haber vivido juntos tanto tiempo sin en realidad haber vivido juntos nunca. Las miles de noches en tu cama y en la mía, mirando películas, tomando vino y riéndonos como locos después de un par de pitadas. Todos los proyectos que dejamos por la mitad. Todas las veces que me escuchaste llorar y gritar de dolor infinito. Que juegues siempre conmigo.
Agradezco la tranquilidad que me da saber que aunque ya no te tenga a 200 pasos de casa vos siempre estás ahí, que me conozcas de todas las formas, rota y muerta y viva.
El honor de ser tu amiga, y la certeza de que nos tenemos para siempre. La adultez es cosa seria, algún día nos vamos a morir y yo nunca te había dicho todo lo que te quiero.
Ini es lava, pero ya no aguanto más hasta mañana y ese abrazo. Mañana llega mi amigo del alma a visitarme. Soy feliz.

Esa lágrima es tuya, salió de mis ojos, pero es tuya. Lloro por varias razones y vos las conocés todas. Lloro porque me escribís una carta en español, lloro porque mientras lees un cuento de mi libro preferido te sentás a hacerme un dibujo, otra vez. Lloro porque 3 meses parecen una eternidad cuando estás tan lejos. Lloro por la fortuna de tenerte, y de que seas y yo sea y seamos como siempre, siempre. Lloro porque me horneás una lata llena de mis -tus- galletitas preferidas.
Lloro porque soy yo, nube gris.

Un amigo me dijo vos sufrís porque escribís, y una amiga me dijo vos sufrís porque amás poema. Y cómo puede ser que lo que te da vida, te dé muerte, cómo puede ser que necesite de palabras para vivir pero que las mismas palabras me rompan entera. Cómo puede ser que si no escribo me muero pero mientras escribo también un poco me muero.

Me desperté con las manos empapadas,
la gata está en celo, el gato maúlla.
Me desperté con el ruido de mi propio llanto,
la canilla del baño gotea, los vecinos cogen.
Me desperté con la guardia baja,
mis pobres instintos, tus tristes palabras.
Me dejaste sola a las 3 de la mañana.
Me dejaste sola aquel lunes de mayo cuando te dije
vos pensás
que me vas a amar para siempre?
y bajaste la mirada
y dijiste
hace mucho ya no es siempre.

Hoy hace tres meses que vivo en la ciudad más linda de todo el continente. En tres meses pasaron pila de cosas. Estuve feliz, estuve triste, agradecida y enojada. Lloré y me reí. Pensé que acá quiero estar el resto de mi vida y pensé me quiero ir de acá ya mismo. Soy pasional e impulsiva, tomo decisiones apurada y cambio de opinión mil veces.
En Venecia me desenamoré y me enamoré de nuevo. Al llegar decidí que nunca más iba a necesitar que me cuiden ni un abrazo y al final necesité un abrazo. Me dejé abrazar y me dejé cuidar, otra vez.
Aprendí que dejarme cuidar no significa ser menos independiente.
Aprendí que ser valiente implica muchísima valentía, valga la redundancia.
Aprendí que soy una mujer fuerte.
Aprendí que tengo que aprender a perdonarme.
Y aprendí a decir me gustás mucho en italiano.

Hoy se cumplen 21 años desde que dejé de ser la única hija, la única nieta y la única sobrina. Desde ese día nunca más fui ni voy a ser yo sola.
Todavía me acuerdo del día que nació, me acuerdo que papá me despertó temprano diciendo que tenía una sorpresa. Yo pensé que era un perrito pero resultó que era él.
Cuando era chiquito me decía «mana» porque hermana no le salía. Andaba siempre corriendo atrás de una pelota y también lloraba mucho.
No sé en qué momento creció, hoy lo miro y pienso en la suerte que tengo de que sea mi hermano. Tan bueno, lindo, inteligente y talentoso. Como en cualquier familia normal, en casa tampoco se habla mucho de sentimientos, pero hace no mucho estábamos los dos solos y yo quise explicarle eso que siento por él entonces le dije algo así como «Toto, vos me querés a mí tanto como yo a vos?» Y él me respondió «yo te amo, gorda», y yo sentí el alivio de lo recíproco. Pero al final igual tampoco le expliqué muy bien así que se lo voy a explicar ahora: es mi persona favorita en el mundo, siento un orgullo infinito de poder decir este es mi hermano, cuando se me cae una pestaña siempre pido que él sea feliz, cuando me dice que está triste me dan ganas de dar vuelta el mundo entero para que se ponga bien y se me rompe un poquito el alma cada vez que pienso que hace 7 años que nos extrañamos mucho más de lo que nos vemos.
Para vos será “un día común nomás”, pero para mí es el día en que celebro que existas. Te amo más de lo que cualquier textito de mierda puede expresar, Toto.

Hoy hace un año de mi último abrazo, y digo mío porque vos ya no estabas, y seguro me dirías chinita, qué abrazás ese cuerpo viejo y frío y muerto…y yo lloraría y te diría que es el cuerpo que cargó contigo 72 años, que es la piel finita que siempre me gustó pellizcar, que son las manos que tanto me acariciaron, los brazos que más y mejor me abrazaron, que es el cuerpo que me cuidó siempre que necesité ser cuidada. Hoy hace un año desde que estás muerto. Me gusta decirlo así, como es, sin vueltas, porque los días en que me olvido de que ya no estás y me dan ganas de abrazarte son los que más me duelen. Pero dentro de mí, abuelo, estás vivo para siempre, te llevo conmigo cada segundo, en mis recuerdos, en mi corazón, en cada vez que puedo contarle a alguien lo mágico que fuiste, los juegos, los consejos, los paseos, las charlas eternas, las enseñanzas, y repito, los abrazos, tus abrazos llenos de amor. El orgullo infinito que me da haber sido tu nieta. SER tu nieta. Siempre, chimpita, siempre.

Pipe se enoja cuando le saco fotos. La primera vez que se enojó era de madrugada y hacía como 5 grados bajo 0. Salimos a caminar por un parque cerca de mi casa y yo me subí a un carrito de supermercado que andaba por ahí y él me iba llevando. Yo saqué un par de fotos y ya tipo a la tercera me miró con cara de enojado y me dijo «pa Ini no pará no estoy pa esto». En esa época yo todavía le hacía caso así que guardé el celular, pero como ahora ya no le doy bola cuando me reta, el otro día nos saqué esta sin que él se diera cuenta.
Pipe es para mí: charlas hasta muy tarde, sueños lúcidos, abrazos fuerte, filosofía, caminatas bajo lluvia, es Hamburgo, Montevideo, París y Barcelona, es compartir la tristeza y la alegría, es libros, museos, paltas de desayuno y un mapamundi nuevo. Apachucharse, también.
Hasta el infinito, pipi.

De todas las cosas que me dejaste, esta es la que me era más ajena. Todo lo demás ya era un poco mío, era yo, y fue por eso que ser nosotros, con vos fue tan fácil. Desde la primera noche que pasé en tu casa despiertos hasta las 5 de la mañana haciendo historietas supe que con vos podía compartir todas mis pasiones. No me quisiste acompañar a la parada del bondi, no estamos en uragüey, me dijiste, y yo te mandé un mensaje sana y salva diciéndote que igual me caías bien.
Después empezaron las fotos, las primeras en un parque de algún rincón en Schanze mientras yo giraba en un carrusel de plástico rojo. Después los dibujos, después las pinturas, las horas posando quieta para que vos hicieras de tu magia con pinceles. La comida turca, las miles de películas, los viajes a todos lados. Tu teoría del límite del arte malo. La importancia de lo bello. Todas las noches de leer poesía en voz alta. Lo fácil que es pedir disculpas, abrazar y perdonarse. Todo eso me dejaste, y mucho más, pero lo más raro fue el amor por las piedras, la maravilla que es escucharte hablar de rocas, fosiles, tierra, no sé, yo no entiendo nada, pero la pasión de tus ojos verdes y tus manos de geólogo hicieron todo el trabajo.

Hace un par de años me estaba bañando y sonó mi celular, lo tenía cerquita de la ducha así que lo atendí. Era mi novio que quería saber que quería cenar así pasaba por el super. Pensé 2 segundos y le dije que quería comer tallarines con carbonara. Cortamos y al medio minuto me llamó de nuevo. Le había dicho que me estaba bañando, así que pensé que si llamaba de nuevo debía de ser por algo importante. Entonces me dijo «viste lo que acabás de hacer? estoy muy orgulloso de vos, tomaste una decisión, Ini, sin decir no sé, sin decir ah no decidí vos, sin pensarlo por una hora y sin cambiar de opinión 5 veces». Y yo no le dije nada, pero en realidad a esa altura ya tenía más ganas de comer arroz con pollo.

Hace unos días mi amigo Pablo me dijo varias cosas que pasaré a citar: «ta obviamente vos sabés, y ya has tomado decisiones difíciles así que vas a tomar la decisión correcta», «tenete fe, sos re buena tomando decisiones», «hay que correr riesgos (…), hacé lo que te dicte tu corazón». Esos son los buenos consejos, los que alientan y abrazan.

Hoy tomé vino tinto y lloré mientras hablaba de la muerte y de los muertos. De los que se van, de los que vuelven, de los que los ven, de los que los matan. Hablamos de morir, hablamos de vivir y hablamos de amor, y hablamos sobre lo más duro de vivir que es morir de amor.
Morir vivo, vivir muerto.

 

«Qué injusta, qué maldita, qué cabrona la muerte que no nos mata a nosotros sino a los que amamos» -Carlos Fuentes.

Hace unos días me desperté con una sensación muy rara, con miedo de pensar que esta es la vida que elegí y que capaz que podría haber elegido una mejor pero yo ya elegí esta así que ya está. Me puse a fantasear con universos paralelos, con vivir acá, en Hamburgo y en Montevideo al mismo tiempo, con poder tener al mismo tiempo a todos los amigos que por ahí he dejado.
Ser un «exiliado» no es tan fácil. Y el exilio voluntario, a mí al menos, me llena de culpas. Culpa de haber «abandonado» a mi familia, culpa de no estar en Uruguay militando por todo en lo que creo, culpa de no ver crecer a mi hermano, culpa de no abrazar a mis padres, culpa de dejar morir a mi abuelo.
Cuando me fui de mi casa tenía 17 años. Y en los 7 años que viví en Alemania construí una casa nueva, con una familia que elegí, con amigos que son como hermanos, con esquinas y cordones de veredas que escribieron las partes más relevantes de mi historia. Y otra vez la dejé, y me fui, y acá estoy, construyendo otra casa y otra vida, más amiga de mí misma que nunca, con más miedos que nunca, también, pero con la felicidad de vivir en una ciudad hermosa, un laberinto lleno de escondites en donde escribir más de mi historia. Y con el aprendizaje de que el mundo es enorme, y que con fuerza y valentía puedo elegir a dónde ir el día que ya no me sienta una sola con la ciudad en la que vivo.
Soy un metro cincuenta de miedos machacados con fuerza y valentía, y los días en que me perdono, me siento orgullosa de mí y mi libertad.

A Francesca la conocí la semana pasada en la biblioteca de la Universidad y hoy era su cumpleaños. Nos dijo que fuéramos vestidas con cosas floreadas y no me costó mucho porque casi todo en mi ropero tiene flores. Y mi piel tiene tatuadas un montón. Tengo jazmines, margaritas, lavanda, dientes de león, tulipanes, anémonas, espigas y un cactus con flor.
Alrededor de la comida había hecho una corona de orquídeas y como cada vez que veo hortensias, me acordé de mis abuelos que tienen pila en su casa. Entre flores me siento bien.
Cuando se hizo de noche alguna dijo cantemos una canción, y cantaron O bella ciao, bella ciao, bella ciao ciao ciao, y otra vez me sentí bien.
Venezia mi piace tantissimo.

Tengo una amiga que tiene la teoría de que las ciudades inmediatamente te adoptan o te escupen. Ella vivió en varias así que fue aprendiendo cómo es que se siente eso. Yo me mudé a Venecia hace exactamente 48 horas.
Para explicar cómo es que me doy cuenta de que Venecia me quiere acá tengo que empezar hablando un poco de mí: mi cosa preferida en el mundo es el papel. Los libros, los cuadernos, las agendas, las revistas. Después de haber terminado de cursar mi carrera, me especialicé en Diseño Editorial e Ilustración, por amor.
Recién llegué sin saber muy bien a dónde estaba llegando, a la biblioteca de la universidad de Venecia. Había música y gente tomando cerveza, vino blanco y la bebida veneciana por excelencia: aperol spritz. Primero lo primero, porque prioridades, me compré un spritz para mí. Y después me acerqué a las mesas en donde se aglomeraba la gente. El evento -al que caí sin querer-es la presentación del primer número de una revista de estudiantes que engloba proyectos de distintas carreras como arquitectura y diseño.
Después de 7 años viviendo en Alemania, es un poco raro vivir en un lugar en donde la gente se acerca y te habla. Me había olvidado de mi cuaderno así que pedí prestada una lapicera y agarré un papel y empecé a escribir atrás todo esto que ahora estoy escribiendo acá, y uno que estaba por ahí me preguntó qué escribía. Le conté, charlamos, se llama Bruno, estudió lo mismo que yo, me regaló un pedazo de pizza fría pero rica y creo que ya tengo un amigo.
Venecia me abre los brazos y yo me agarro fuerte.

Con el corazón en la mano me despido de mi casa y mi amor. Me alegra sentir tanto, escarbar entre recuerdos, revolver cajas y cajas de dibujos y amor, leer, recordar, abrazarse. Qué sanador compartirlo con la otra mitad de lo que fui todos estos años, mi compañero de equipo y de tanta vida. Qué viaje intenso fue hasta hoy y qué miedo todo lo que vendrá.
Mudarse de país es como abrir el pecho.
Me siento libre y poderosa aun con todas estas lágrimas saladas.

Un miércoles de invierno llegué a Alemania por primera vez. Mi valija, enorme, que fue la última en salir por la cinta y yo, chiquita, que fui la última en salir de la terminal.
Mi memoria funciona un poco raro, me acuerdo de muchas cosas irrelevantes pero me olvido de muchas otras más importantes.
No me acuerdo qué pensaba de mi futuro cuando decidí irme de Uruguay, no me acuerdo cuál era mi plan, ni si tenía algún plan. Pero me acuerdo de estar subiéndome a un bondi cerca de la plaza Varela alguna noche de setiembre, y hablando por teléfono con mi amiga Pili sobre que se había muerto Romina Yan y ahí le dije, «gorda, me voy a vivir a Alemania, no sé por cuánto tiempo, capaz un año, capaz más, capaz menos”. Fueron casi 7.
No sé por qué hablo en pasado. Todavía no me fui, todavía no me voy.
No soy buena para cerrar etapas ni para las despedidas. Lloro porque acá fui muy feliz, porque es mi casa, porque soy lo que soy porque fui acá, por lo que fueron otros, y porque fui para otros lo que son hoy.

Mi abuelo, además de ser todo lo que ya escribí mil veces, -dulce, bueno y amoroso-, tenía un superpoder: con años de práctica había aprendido a tener sueños lúcidos siempre que quería. Me lo explicó varias veces pero nunca tuve la paciencia necesaria para ser mágica como él.
La cosa es más o menos así, te mirás las manos todas las noches antes de dormir, pensás en alguna cosa, y no dejás qué nada te distraiga, te preguntás varias veces durante el día «¿estoy soñando?», y después de mucha práctica, aprendés.
A mi abuelo lo que le gustaba de los sueños lúcidos era volar. Volaba por Tacuarembó y por el balneario en donde vivió los últimos 15 años.
Hace poco me dijo que no me extrañaba tanto porque de noche elegía soñar que yo estaba allá, «no te enojes, chinita, pero me gusta soñar que todavía sos una niñita y que te gusta jugar conmigo».
La primera vez que yo tuve un sueño lúcido decidí tirarme por una bajada con un carrito de supermercado. Siempre había querido pero me daba miedo. La última vez que tuve uno decidí que quería estar en Uruguay, pero no lo manejo del todo bien así que terminó siendo una velada un poco de mierda en un bar de Bulevar España.
Lo sigo intentando casi todas las noches, porque esto de dejar Hamburgo me está costando pila, así que mi plan es vivir de día en mi nueva casa y de noche siempre acá.

Los millennials tenemos formas de comunicarnos que ni mi abuela la que usa un iPad entendería, pero lo voy a intentar: 

hay una cosa que se llama Airdrop que es para mandar cosas de un dispositivo a otro, y lo único que necesitás es estar conectado al mismo wifi. Si tenés Airdrop activado, tu nombre le aparece a cualquier persona que esté conectado a la misma red que vos. 

Hace un rato me llegó la solicitud para aceptar un archivo, proveniente de un dispositivo cuyo dueño dio a llamar «iPhone white». Me pareció gracioso que alguien que no sé quién es pero que está sentado en algún lugar cerca de mí me mandara algo, así que acepté. Antes de que llegara el archivo que me estaba mandando, empecé a mirar a mi alrededor a ver si lograba identificar a mi interlocutor misterioso. No era tarea sencilla, pero en mi mente decidí que era un pibe lindo que estaba sentado tres mesas más allá, lo miré rato, lo vi con su celular en la mano, lo vi escribiendo, lo vi reírse mientras abría una botella de coca. 

El archivo era una foto de una escena de una película de Dolan que se llama «Los amores imaginarios».

Decidí seguir la conversación con otra imagen de una escena de otra película que me gusta. Y él me respondió con otra más, y después yo con otra, y así sucesivamente. 

No sé quién es, y tampoco quiero saber. 

Después de un rato largo me despedí con una imagen de fondo blanco en la que le escribí que fue muy divertido jugar con él/ella, y él/ella me respondió a eso con un gif meme. 

What a time to be alive!

No sé cómo fue que empezó, supongo que por eso de los duendes que te roban siempre una sola media, o porque el lavarropas se las come. La cosa es que siempre tenía una media sola de cada par y al principio andaba feliz, como Pippi Langstrumpf, con una de cada color, pero además de los duendes y del lavarropas estaba mi novio, estaba él robándome medias a mí y yo robándole medias a él y así andábamos los dos con medias robadas. Por esa misma época abrió una tienda en Berlín en donde vendían 10 pares de medias negras de un algodón re lindo a €7, así que empecé a comprar un paquete cada vez que iba, y de a poco fueron desapareciendo de nuestros cajones las medias de colores, y me transformé, sin querer, en la mujer que sólo usaba medias negras, y era también entre nosotros un símbolo de unión, amor, pies calentitos, tus medias, mis medias, nuestras medias.
Entonces un día nos separamos. Me quedé sola, con un número impar de medias negras y los pies fríos en una cama vacía.
La tristeza te hace pensar raro, y yo seguí comprando medias negras por sí algún día volvías. Las medias no dejaban de desaparecer y yo no dejaba de comprar medias negras.
Un día escribí una lista de deseos, eran más o menos así:
1. Estar siempre lo más cerca posible del mar
2. Aprender a usar una máquina de coser
3. Ir con mi hermano al Caribe
4. Que mi hermano juegue en Nacional antes de que se muera mi abuelo
5. Que no se muera mi abuelo
6. Escribir un libro
7. Volver a actuar adelante de gente
8. Tatuar a mis amigos
9. Tener medias de colores
Tener medias de colores. Recién al momento de releer mi lista me di cuenta de lo boludo de ese deseo. De lo fácil que era llevarlo a cabo. Pero ahí fue cuando me di cuenta bien de qué se trataba. Volver a tener medias de colores era aceptar que mis medias ahora eran sólo mías, que ya no estaba él para robarme ni una, ni dos, ni ninguna.
A partir de ahí no dejé de ver medias lindas, las veía en todos lados, las quería comprar todas, pero no podía, quería, pero no podía, comprar medias de colores era soltar, dejar ir, aceptar que amarse intensamente a veces no es suficiente. Se me rompía el corazón en cada vidriera, cada foto, cada amiga con medias con dibujitos.
Pasaron muchos meses, y yo aun con un poco de dolor, sabía que todavía no era el momento, que cuando fuera el momento me iba a dar cuenta, que lo iba a sentir como siento todo.
Y así, hace un mes, caminando por una feria en Tokyo le dije a Pau, «me gustaría encontrar unas medias de maneki-neko», y ahí mismo las vi, las compré y supe que la vida sigue y que a pesar de todo, siempre tengo los pies calentitos.
 

Hoy siento el corazón en carne viva. Como si me lo hubieran sacado, como si sangrara, como cáscaras arrancadas a abrazos apretados y besos en la frente. Ojos verdes llenos de amor, lágrimas llenas de dudas y silencios que gritan. Amar es estar vivos pero muertos pero vivos.
Mañana se me pasa, pero hoy me olvido de todo lo que ya sé para abrazarnos fuerte un rato.

Hoy volví a soñar que se me caían los dientes.
Incluso soñé que «me despertaba» y confirmaba que esta vez no era un sueño, esta vez era real: se me estaban cayendo los dientes.
Sueños recurrentes tengo este y algunos otros.
Uno es uno en que voy en una camioneta grande dando la vuelta de la manzana de en frente a mi casa, puedo doblar pero no puedo frenar, entonces doy mil vueltas, preocupada porque en cualquier momento me pueden chocar. A veces me despierto antes, y a veces mi vecina de en frente que se llama Sonia y le dicen la Mona, me frena la camioneta con un control remoto.
Otro es mucho más feo de lo que puedo explicar, se trata de que voy caminando y como una fuerza invisible me frena, yo necesito seguir, nunca se me ocurre frenar y quedarme quieta, esperar que eso se acabe, sino que siempre lucho contra eso, camino con fuerza, me canso, como cuando vas en bici con el viento en contra, pero mucho peor.
Cuando era chica, escuchando a mamá dar clases de filosofía, me enteré de que había un filósofo que hablaba de interpretar los sueños y le preguntaba a mamá todo el tiempo qué significaba lo que había soñado. Mamá intentaba explicarme que no era tan fácil, que no había una guía de sueños, que era algo mucho más complejo.
Ahora soy mucho más grande y ya estudié a Freud, pero igual sigo googleando cosas como «¿qué significa soñar que estoy desnuda en la calle?» o “¿qué significa soñar que mi novio me ahoga en la bañera?”.

Varios años de mi infancia viví en la casa de mis abuelos. Mis padres recién se habían divorciado y los días que me tocaba estar con papá, en realidad los pasaba con ellos, que vivían al lado y me hacían todos los gustos. Mi abuelo sólo había tenido hijos varones así que conmigo aprendió un montón de cosas. Un día de setiembre entramos a escuchar el parte médico del doctor que lo atendía en cti y me dijo, ¿vos sos la nieta mayor? Le dije a tu abuelo que voy a tener una nieta y me dijo «ahora vas a saber lo que es el amor». Yo eso ya lo sabía porque a mi abuelo le gustaban los discursos y cuando cumplió 70 quiso hablarnos a todos uno por uno. Empezó agradeciéndole a sus padres muertos por todo lo que habían sido y todo lo que habían hecho. Después le habló a cada uno de sus hermanos, agradeció algunas cosas, pidió disculpas por otras. Después le habló a mi abuela, a mi padre y a mis tíos y después me miró y dijo «y el amor de mi vida, la persona con la que conocí el amor, mi nieta mayor». Yo lloré porque antes de ese día había pasado dos años sin verlo, y sentí culpa y miedo de no tenerlo más. Todos los días después de lavarme el pelo yo me sentaba en el posabrazos del mismo sillón beige en donde ese día nos agarramos de la mano, y él me lo secaba con cepillo y secador mientras mirábamos algo en la tele bien alta o jugábamos a alguno de los juegos que él inventaba.
Todavía me acuerdo de la primera vez que me dio vergüenza que me llevara a la escuela de la mano, yo debía de tener 9 ó 10 años y pensé que ya estaba grande para llegar de la mano de mi abuelo, así que se la solté. Si hoy te tuviera acá, abuelo, dejaría que me lleves de tu mano a todos lados. Te extraño a cada rato.

Ya llegué, llegué bien, era de noche pero ya era de día, amaneció temprano en Montevideo, no sé, eran las 6 cuando abrí los ojos y me quise venir a dormir a la que estos días está siendo mi casa. Era de día y es verano y el cielo estaba celeste y estaba a pocas cuadras así que caminé. Toda la Ciudad Vieja, Cerrito, Colón, 25 de Mayo, la peatonal Sarandí, la puerta de la Ciudadela, Artigas, el palacio Salvo, 18 de julio, Andes, San José, Convención. Llegué bien. Caminé mejor. Estaba casi sola y en cada esquina veía el Río de la Plata. Pensé que tres días no es nada y que un año es pila. Pensé en las primeras veces y en que quisiera nunca tener sueño.

2016

El 2016 fue un año rarísimo para mí, ya la primera semana cambió mi vida entera cuando me separé de mi ahora exnovio, siempre amigo. Después de 5 años de dormir de a dos, me enfrentaba a la insoportable realidad de una cama gigante. Las primeras dos semanas no podía dormir, ni comer, ni salir de mi casa porque todo me era inmenso y triste. Mi compañera de clase, Annika, con la que nunca había tenido relación fuera de facultad también se acababa de separar y se volvía a vivir con sus padres, así que le dije que en mi casa había lugar para otro corazón roto y se vino a vivir conmigo. El plan original eran dos semanas y al final fueron tres meses. A cambiarme la vida y hacer todo más fácil y lindo aparecieron también dos uruguayos en Hamburgo que necesitaban un lugar donde quedarse por unos días y esos días se transformaron en unos meses. Pipe y Gus, dos desconocidos, ahora y para siempre amigos, que se encargaron de todo lo que yo necesitaba en ese momento: alguien que cambiara las lamparillas porque yo no llego, alguien que abriera el vino, alguien que siempre quisiera tomar vino, alguien que armara un porro cada tanto para pasarnos horas hablando sobre la vida, la muerte, la relatividad del tiempo, el amor, el desamor y la comida. Para ese momento ya éramos cuatro personas viviendo en mi cuarto, mi cama es grande, así que dormíamos casi siempre de a tres en la cama y alguien dormía en un colchón en el piso. Como mi casa es chica pero el corazón es grande, nunca dejé de alojar gente de Couchsurfing o uruguayos que paseaban por acá, así que algunos días éramos los cuatro residentes oficiales, más algún viajero que pasaba. Por mediados de marzo me visitó una de mis mejores amigas, y más adelante mi madre. Viajé con todos ellos y viajé sola. Viajé más que ningún otro año, y en mi casa siempre había alguien regando mis plantas. Me acostumbré tanto a la compañía, a tener la comida pronta y la cama tendida al llegar de trabajar, que nunca supe cómo era vivir sola. En julio me fui a Uruguay por tres meses, y en medio de ese viaje me fui a México casi un mes, me acosté en la arena todos los días y pensé que en ningún lado soy más feliz que en donde hay mar. Tres días antes de volverme a Alemania se murió el hombre que más me cuidó en mi vida que fue mi abuelo. Yo no sabía que se iba a morir, y lo último que le dije fue «nos vemos en diciembre», y él me dijo «si llego, chinita» y yo le dije «no te hagas el vivo», y me reí y le dije «hacete el vivo, sí», y lo miré y él se rió y yo me reí. Tenía miedo de la soledad de mi casa, que nunca había estado sola, y las piezas medio que se acomodaron para que mi prima pudiera venir a vivir conmigo unos meses, ella andaba paseando por Europa y en lugar de volverse a Uruguay al final de su viaje, se vino para Hamburgo. Llegó incluso antes que yo y cuando llegué ya me estaba esperando con comida. Otra vez tenía a alguien siempre que llegaba a casa, miramos series y películas como nunca en mi vida, charlamos y tomamos vino y fumamos shisha todas las noches y nunca me sentí sola. Después de convivir casi tres meses con ella me volví a ir a Uruguay a terminar el año allá. Me quedé algunos días con mis padres en Tacuarembó, otros días con mis amigas en Montevideo, y empecé el año pensando en que por primera vez en 24 años no lo empezaba abrazada a mi abuelo. El 12 de enero volví a Hamburgo y por primera vez mi cuarto es sólo mío y nadie me tira del acolchado. La cosa es que pasó una semana desde que llegué y me estoy dando cuenta de que la soledad no es fea, y de que la vida se acomoda siempre a lo que necesito, aunque a veces se complica, siempre se acomoda. Me toca estar sola ahora que no sólo estoy preparada para estar sola, sino que me hace bien, lo necesito y me alegra. Este también es un año de cambios. El 1 de julio me despido de la ciudad que me alojó los últimos 7 años, mi casa. Esta reflexión es una reflexión y también una invitación, vengan, acá hay magia, hay amor, calor, frío, nieve, arte y salchichas. Ya saben, en mi casa, lugar sobra.

Hoy fui por primera vez a tu cuarto y revolví todos tus cajones y todos tus recuerdos. Me acosté en tu cama y lloré fuerte y en silencio. Encontré fotos, cartas y dibujos míos. Pensé que yo no creo en nada, que los muertos murieron y ta, pero ojalá estés en algún lado. Sentí por primera vez la desesperación de querer abrazarte y no poder. Tus mimos, caricias, abrazos, toda tu ternura. Abuelo mágico, te abrazo con el alma en las manos.

Hace unos días empecé a escribir mis sueños. Me despierto más temprano, me siento en el piso y escribo cualquier cosa de la que me acuerde. Cuando no me acuerdo de nada escribo que no me acuerdo de nada.
Ayer soñé que un psiquiatra me decía: «buen día señora Müller, lamentablemente no va a poder dormir nunca más».

Un tiempo antes de morirse, moviendo la cabeza de un lado al otro y frunciendo los labios, mi abuelo me dijo “yo pensé que tu abuela se iba a morir antes que yo y después yo me podía morir tranquilo”. La última vez que mi abuela vio a mi abuelo, él todavía estaba vivo. Conociéndolo como lo conozco, él diría que en realidad ya estaba muerto porque estar vivo es otra cosa, pero estaba vivo. Hacía ya dos días que no abría los ojos ni respiraba por su cuenta. Elena ya me había dicho, “Kiki, tu abuelo no se va a despertar más, ya está”. Pero entonces mi abuela fue a verlo. Se puso la bata blanca, se llenó las manos de alcohol en gel, entró a una sala de cti llena de viejos mucho más vivos que él, y le dijo “gordo, no te preocupes por mí, andá tranquilo, yo voy a estar bien, estamos todos acá, te quiero mucho, gracias por toda la vida, y mirá que ya le di de comer a los perros”. Y contra todo lo entendible, mi abuelo abrió los ojos, la miró a sus ojos siempre llorosos, y sintió, asumo, tranquilidad y amor.