Aquella ciudad era pura poesía, poesía y jóvenes, poesía y nosotros dos jóvenes.

Me busqué mucho en todas partes, me busqué en la Alexanderplatz y me busqué entre tus piernas.
Me busqué sola en una terraza de camino al desierto de Marruecos y me busqué entre lágrimas y descalza sobre la moquete de una mezquita de Estambul.
Me busqué en una carpa en una playa bajo el sol radiante de las 10 de la mañana y me busqué en una tormenta de nieve en Polonia.
Me busqué en la ruta 66 y en aquel lago de México con el agua más transparente que vi en mi vida.
Me busqué en mil poemas, en las palabras de otros y en todas las pinturas de todos los museos.
Me busqué en la muerte de los vivos que más quise y me busqué en la panza de mi madre.
Perdida en este mundo y esta vida y en las otras, perdida en mi pasado, y en todos los caminos que pisé, me pierdo entre tus dedos y cuando demoro 13 días y 4 horas en responderte un mensaje pidiéndote perdón.

Cuántas veces me escapé, cuántas veces quemé todo pensando que así se olvida.
Cuántas veces empecé de nuevo, otra casa, otra cama, otro colchón sin huellas de ninguno.
Me lo dijeron muchas veces: no importa a dónde vayas, los dolores se van contigo.
Entonces yo no sano, yo me escapo.
Me lavo el pelo en el mediterráneo y el alma en el Río de la Plata.
Te lloro en una esquina desierta de Berlín y me lloro abajo de tres frazadas.
Me acaricio las piernas como si las caricias fueran de otros y siento fuego en las manos.
Fuego. Ya prendí fuego todos mis recuerdos.
Mil veces fuego. Mil veces rota. Mil veces ida.

extrañar

Del lat. extraneāre ‘tratar como a un extraño’.

1. tr. Sentir la novedad de algo que usamos, echando de menos lo que nos es habitual. No he dormido bien porque extrañaba la cama.

2. tr. Echar de menos a alguien o algo, sentir su falta. Lloraba el niño extrañando a sus padres.

3. tr. Desterrar a país extranjero. U. t. c. prnl.

4. tr. Ver u oír con admiración o extrañeza algo. U. m. c. prnl.

5. tr. Afear, reprender.

6. tr. p. us. Apartar, privar a alguien del trato y comunicación que se tenía con él. U. t. c. prnl.

7. tr. desus. Rehuir, esquivar.

8. prnl. Rehusarse, negarse a hacer una cosa.

 

 

 

La casa de Itzuaingó la heredó mi abuela Choli. Ituzaingó 195, que aunque no fue mi primera casa, es la primera casa que recuerdo.
La puerta estaba precedida por dos escalones de mármol y era marrón y de una madera gruesa. De chica me maravillaba que la puerta se cerrara sola sin necesidad de pasar llave.
Cuando entrabas estaba el living con unos sillones marrones que tuvimos por muchísimos años. En el centro de la habitación una mesa redonda, y una de las paredes era una puerta corrediza enorme de madera que separaba el living del garage.
La escalera hacia el piso de arriba era verde y al subir había un espejo frente al que me gustaba mucho bailar.
El pasamanos de la escalera era de madera y en el primer escalón no era sólo un pasamanos sino que tenía una tapa que al sacarla descubría lo que siempre sentí como mi escondite, mi lugar secreto. Nunca le dije a nadie de mi familia que ese hueco existía porque me gustaba pensarlo como un recoveco sólo mío. Hoy pienso en esa niña ingenua y me río: todos sabían que ahí era donde yo escondía las golosinas que papá me compraba en lo que yo creía que era secreto.
Arriba había tres cuartos. Uno era el mío, en él había dos camas pero yo dormía siempre sola. En la pared colgaba un cuadro de tela que leía un poema que hoy no me gusta:
«Al perderte yo a ti,
tú y yo hemos perdido,
yo porque tu eras lo que yo más amaba
y tú porque yo era el que te amaba más,
pero de nosotros dos,
tu pierdes más que yo,
porque yo podré amar otra vez como te amaba a ti
pero a ti no te amarán
como te amaba yo»
Al lado de mi cuarto era el cuarto del abuelo. Todas las noches yo me acostaba en su cama y él me dejaba mirar dibujitos. Cuando me quedaba dormida, el abuelo me llevaba a mi cuarto para el otro día despertarme tempranito, cepillarme los dientes y llevarme a la escuela. En el cuarto de en frente dormía mi abuela.
Alguna vez les pregunté por qué dormían en cuartos separados, es que yo sabía que los padres de mis amigas dormían juntos en esas camas grandes que usaban los adultos. Me dijeron que era porque el abuelo miraba tele hasta tarde y a ella le molestaba. Pensé que qué raro, porque la abuela se dormía todas las noches con la tele prendida.
Años después, sentada en la hamaca verde del patio, la abuela pronunció las palabras que más me dolieron en la vida: «yo en realidad estuve toda mi vida enamorada de otro hombre». No sé cuántos años pasaron, pero hasta hoy se me rompe el corazón de pensar en ese día, en ella y en su vida. Ese hombre se llamaba Elías Henaide, y ella tenía su nombre anotado en su calendario de cumpleaños de atrás de la puerta. 3 de diciembre de 1930 y algo. Durante toda mi infancia post-episodio sufría todo diciembre, no veía la hora de dar inicio a un nuevo año, que significaba que la abuela daría vuelta la página de su calendario, y Elías Henaide desaparecería otra vez por 11 meses, para siempre otra vez volver, diciembre tras diciembre, año tras año.
A mi abuela le coartaron la posibilidad del amor verdadero, y ese fue un dolor que la acompañó hasta el día de su muerte.
Yo no estuve cuando mi abuela se murió. Estaba sentada en un puente de Venecia cuando leí sse mensaje que decía «ya está».
Eso fue su muerte, ya está, como un trámite, como un final esperado.
Lloré y Jaco me abrazó y me dijo lo que decimos todos cuando un abuelo se muere: «era lo mejor, ya estaba grande». Pero yo no lloraba por su muerte, yo lloraba por su vida.

Escribir tiene eso de que a veces siento una explosión adentro que necesita salir y se escapa por mis dedos entonces agarro la parte de atrás del boleto del bondi que me llevó a la esquina de tu casa en donde quisiste que habláramos abajo porque arriba te dan ganas de abrazarme y si me abrazás ya perdiste. Y ahí escribo todo lo que no te dije ese último sábado y que me está apretando el corazón desde aquella vez que hablamos por teléfono y me dijiste que vos querías saber todo y yo te dije que el todo era todo mío y yo no era nada tuya.

Escribo porque cuando no escribo me sangran las manos y me explota algo adentro. Escribo porque es mi forma de tenerte.
Te escribo y te invento. Mis palabras son la magia que nosotros nunca fuimos.

La primera mujer que amé tenía pétalos de flores en el pelo y cuando alguien la dolía lloraba lágrimas dulces. Tocarla no era fácil, su piel quemaba y ardía y derretía todo objeto que tocara. En las manos tenía imanes y en el pecho un escudo. Con los pies podía flotar y yo flotaba al verla. Era fuerte como el viento que corre cerca del mar y suave como mis guantes de terciopelo.
La primera mujer que amé no supo que yo la amaba.

Hoy me senté abajo de la ducha y me quedé dormida. Sentada con las piernas cruzadas y recostada contra la pared soñé contigo pero un tigo que no eras vos y un mundo que no era mío. Ya hace meses que no cumplo nuestro trato de mandarte un mail cada vez que aparecés en mis sueños. Hace meses que esas historias mueren en mi libreta de la mesa de luz y no te aviso que viniste. Mi próximo amor será la despedida que nunca fue de un ayer que sigue siendo.

Un domingo te levantaste tan temprano que me enojé, me quisiste decir algo y yo balbuceé salí dejame y metí la cabeza lo más adentro que puede uno meterse a una almohada.
Te escuché salir y me volví a dormir hasta que me despertó el ruido de sartenes y el olor a panqueques. Habías ido al parque a buscar podagrarias para hacerme panqueques de flores un domingo a las 8 de la mañana y yo te había negado un beso de nos vemos en un ratito. Me subí a la mesada para abrazarte fuerte y envolvente entre mis piernas y mojarte el hombro con una lágrima de amor eterno.

Hace días que pienso en vos apenas pongo un pie en la ducha. Debe de ser por el cráter del jabón en barra. Me acuerdo del día que hiciste pis mientras nos bañábamos juntos. Esa fue sólo la excusa para no bañarme contigo nunca más, pero la realidad era que a vos te gustaba bañarte con agua muy fría y a mí con agua muy caliente.
Perdón que no te he respondido el último mail, es que me queda más fácil hacer de cuenta que no te extraño. Cuando te lo responda te voy a contar que ahora vivo en una casa con piscina y que a veces voy de noche a nadar por abajo del agua con los ojos cerrados, y que otras noches salgo al balcón y miro el cielo y pienso que vos estás abajo del mismo cielo que yo pero del otro lado y tan lejos que de a poco me olvido de cómo era tu voz y de cómo arrastrabas la erre. También te voy a contar que a dos cuadras tengo la playa y que todavía no me animé a ir a caminar descalza cuando la arena ya esté fría. E incluso antes de que me lo preguntes te voy a responder que sigo sin tomar mate y pensando en vos cada 7 minutos.

Mañana es mi vuelo de vuelta. Tengo 15 horas para decidir si me subo a ese avión, si llego a la puerta de tu casa, si subo la escalera y te abrazo mientras seguro estarás de pijama y con un libro en la mano. Si te pido que sueltes el libro, que me abraces con los dos brazos, que así ya sabés que no me gusta, que me abraces fuerte, que me levantes y me lleves a tu cama, y me que abraces más, y que no llores, porque esta vez volví y me quedo. Me quedo porque sos vos y porque es contigo, y porque contigo somos nosotros.
Y pienso, y cada minuto que pasa es un minuto menos de vos, y un minuto menos de la que quiero ser contigo. Y aunque te pedí que no me pidas, que no me llames, que no esperes ni un poquito más de amor, hoy espero tu mensaje, como si esperara encontrar una vela perdida por alguna parte de mi casa en un día de apagón.
Don’t kill me please.
14 horas.
Todavía estás a tiempo.

Ningún llanto duele más que el llanto de aeropuerto. Mientras movés la mano con la poca fuerza que te queda como diciendo chau hasta la vuelta, aun cuando no hay vuelta y la puta madre, cómo hago ahora para no llorar a los gritos adelante de toda esta gente que me mira con mi metro y 50 y mis 45 valijas.
Ya pasé por un montón de despedidas y sigo sin aprender cómo se hace. Vos tampoco sabés despedirte y ni siquiera entendí del todo tu trabalenguas de que mejor así porque peor lo otro que es ir despidiéndose de a poquito.
¿Y qué es este último abrazo? Una carta de amor tan fugaz como eterno.
Esta ciudad fue magia pura. Ojalá fuera capaz de escribir lo que sentí la primera noche que llegué a Venecia sola y vi el agua del Adriático frente a mí y pensé en lo afortunada que soy y en cuánto vale la pena la valentía de saltar sin saber dónde está el piso.
Esta ciudad fue magia también en mis dolores, llegué llena de penas y me regalé estar sola conmigo durante meses, me encerré un poco en mí y en mil libros y cuadernos y poemas. Lloré mucho, lloré pila, lloré sola y lloré mientras me abrazaban esos brazos gigantes y calentitos.
Y esta vez pensé en mí, en lo que necesito, en lo que mi corazón grita fuerte: es hora de ir un rato a casa, de que mamá me toque el pelo cuando no me puedo dormir y que la abuela me haga milanesas y después me corte la sandía, le saque las semillas y le ponga un poquito de azúcar.
Es hora de ser amiga de mis amigos. Es hora de ser hermana de mis hermanos.
Venecia fue un desafío, un aprendizaje, un amor.
Con el corazón un poco roto me despido, del agua celestita, de la pizza, del spritz, de la magia en cada esquina y de los rincones más hermosos del planeta. Y de vos, que ahora ya sabés.

casi chau

Esta fue mi casa número quince, y quince casas son un montón para 25 años. Es un promedio de un año y medio por casa, pero si algo aprendí en 25 años de vida -que es pila y es re poco-, es que el tiempo es relativo, que el amor más fuerte de los amores puede durar un día o mil y el sentimiento sigue siendo el mismo.
Mi año empezó siendo un final más que un principio, miré los fuegos artificiales de Venecia desde la azotea de mi trabajo con los ojos llenos de lágrimas y haciendo fuerza para no llorar, hasta que no hice más fuerza y lloré y me dejé abrazar y lloré un poco más. Me gustan los cambios, pero no por eso me dan menos miedo.
Callarse es mentir y hoy te mentí a los gritos, y te voy a mentir mañana, y el lunes, y el sábado cuando me sostengas las partes rotas en un último abrazo, y hasta siempre, mi amor.
Este final que ya empezó y ya casi se acaba termina en vos y por vos y conmigo.
Me sostengo como puedo con lo último que me queda del equilibrio que me dio saberme sola tantos años, me sostengo con la poca fuerza que me queda antes de caer rendida en los brazos de mi madre.

Estábamos caminando desde el lago en donde por primera vez nadamos desnudos hacia mi casa, eran las tres de la mañana y veníamos con la ropa mojada, ¿no tenés frío?, me preguntaste y yo te dije sí un poco, y vos te me acercaste y yo te dije pero eso no me saca el frío y vos me dijiste ¿y esto?, y me besaste con fuerza y estaba oscuro pero yo que siempre tengo miedo de cruzar el bosque esa vez no tuve miedo y te dije esto tampoco, mientras te llevaba entre los árboles hasta la mesita en donde aquella tarde te había ganado al ping pong, y apoyándome con las manos me subí a la mesa y te abracé con las piernas en la cintura y con los brazos en el cuello y te dije esto me saca el frío, mientras me sacaba la remera y te besaba el cuello.

Mis cartas no son mías cuando las mando al viento, no son tuyas cuando las escribo en secreto, cuando las leo 4 veces antes de dormir y después lloro y sueño contigo. No son tuyas aunque ahí escriba tu nombre mil veces, aunque el papel tenga tu sello, aunque te pienso y te lloro y te imagino en futuros inventados y te ruego que me quieras con palabras disfrazadas. No me creas si te digo que no importa, que igual hablamos mañana, que ahora no tengo tiempo. Es el miedo que me ahoga, que me nubla, me enceguece. No me creas si te digo que no es nada, que es el sueño, que hace noches que no duermo por quedarme dibujando. No me creas si te digo estoy segura mientras te pido un café inventando una sonrisa. No me creas si te digo que te quiero pero más quiero el silencio.

Me da miedo que te olvides de mi nombre, de mi cara, de mis manos, de la forma de mi cintura cuando me acariciás despacito, del arco que hace mi espalda cuando me besás todo el cuerpo.
Me cierra el pecho saber que ya no me vas a mirar como me miraste aquella vez acostado boca arriba en la punta de mi cama mientras me hablabas de tus miedos y fracasos y yo sonreía y te decía el miedo es para cobardes y pensaba en que sos lo más lindo que vi en mi vida, que no tiene nada que ver, pero es tan cierto, y yo te miro hasta hoy como aquella primera vez a las 2 de la mañana, llena de dudas y de certezas, y te miro cuando no te das cuenta de que te estoy mirando, así me aprendo de memoria la forma de tus ojos, la curva de tus labios, el color de tu pelo, te miro tocarte la barba, pasarte la mano por el cuello, me aprendo todos tus gestos, y te miro, y tiemblo porque sé que nunca estuvimos tan lejos.

Qué sentido tiene escribirte una carta de despedida si ya tres veces nos despedimos para siempre. Yo sé que vos no me crees, que todas las veces dije esta vez es para siempre pero esta vez es para siempre y yo me voy, pero vos te fuiste antes. Sueño noche por medio con aquella única noche en que me abrazaste dormida aunque yo estaba despierta. No te escribo para que sepas lo que siento ni te escribo para explicarte por qué esta vez no voy a frenarme a escucharte aunque me digas que me quede, que es muy tarde, que hace frío, que el bondi ya no pasa, que caminando es muy lejos. Te escribo porque cada día mientras te miro y me mirás, ahogo estas palabras en la sangre de mi pecho para no decirte a los gritos todo lo que quisiera, y estas palabras me ahogan desde aquel último domingo en que me dijiste ini si te vas, yo no puedo y yo te vi llorar e hice como que no mientras me volvía a poner la ropa.

Bien sabido es entre quienes me conocen que yo escribo sobre todo lo que me es relevante, y entre lo que me es relevante están mis muertos, que hasta el año pasado no era ninguno y de repente sin aviso fue mi abuelo y aunque era solo uno ocupaba tanto espacio que mi lista de muertos se vio completa y no dejó lugar a ningún otro vivo que osara morir porque el alma no me da para tanto. Pero la irreverente de mi abuela lo extrañó y se murió con aún menos aviso que el otro y sin atenderme el teléfono para decirle al menos abuela no te mueras que yo no puedo con dos muertos y su ausencia, abuela no te mueras que yo necesito darte un abrazo así sea muerta pero abrazo y yo estoy lejos y no puedo abrazarte a la distancia porque a quién le importan las palabras si no puedo apretar tu mano.
Mi abuela se murió y en mi pecho no había espacio para el dolor de no tenerla. Pasé semanas sin pensar en ella o en su muerte ni en su vida ni en sus manos arrugaditas ni en sus flores ni en sus caramelos de miel, qué sentido tiene torturarme con la miseria de no haber estado con ella cuando respiraba con esfuerzo por última vez.
La hincha huevos de mi abuela no podía, NO PODÍA, estar fuera de su casa alrededor de las 7 de la tarde porque qué tal si esos pajaritos que venían diariamente a comer sus pobres migas, decidían no venir más si alguna vez ella no estaba ahí esperándolos, como si no hubiera millones de pajaritos más buscando los restos del desayuno de cualquier otra abuela de cualquier otro balneario. Pero no, el ritual de sus visitas alrededor de las 7 de la tarde no se lo sacaba ninguno. Yo de mi abuela tuve todo lo que una nieta puede querer y más. Sobre todo el honor y la fortuna de haberme sabido infinitamente amada. Que tu dios te tenga donde querías estar cuando decidiste que ya no querías estar ni acá ni conmigo. Angel de la guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día.

 

 

La semana pasada lloré tomando Glühwein porque me hizo sentir como en casa.
Desde que aterricé en Berlín estoy llena de emociones. El puerto de Hamburgo me invita a encallar, otra vez, pero la nieve, el frío y las calles que me duelen me recuerdan por qué me fui.
A Alemania llegó hace años una niña muy libre e independiente que de a poco se transformó en lo que hoy soy.
Alemania me recuerda lo que fui y lo que quería ser.
Me recuerda lo que fui con y para otros.
Alemania somos nosotros y la vida que armamos y después rompimos.
Pila de amigos, pila de amor.

Me di cuenta de que algo andaba mal cuando sentí la necesidad de leer poemas tristes tres noches seguidas. Ya sabés, cuando estoy triste bajo las persianas, no me gusta ver que afuera hay sol y otra gente y otras vidas. A veces te confundo con un amigo, a veces te llamo porque me siento sola y me calma sentir tu voz del otro lado. A veces te llamo y corto y te escribo nevermind porque me asusta decirte cosas que no quiero decirte. Lucho todos los días para ser lo fuerte que quiero ser, para poder con todo, yo sola, porque sé que puedo, a veces puedo. Lucho todos los días para no necesitarte.

El día que nos separamos transcribí un poema de Idea Vilariño con la máquina de escribir que me regalaste cuando todavía no sabías que yo ya te amaba. Ya no, ya no soy más que yo para siempre, y tú ya no serás para mí más que tú. Nunca sacaste mis fotos de tu cuarto, pero la más grande la tapaste con el poema que te di en ese papel marrón arrugado y húmedo de lágrimas y roto de tristeza. Cada vez que fui a tu casa durante los siguientes 18 meses me paré frente a mi foto, tapada por ese pedazo de alma, y leí ese poema, y dejé caer mis lágrimas, y una vez no hace tanto, vos me abrazaste fuerte y lloraste conmigo, me dijiste que a veces no podías hacer esto, estar conmigo, ser mi amigo, amarme de lejos, para siempre. Yo lloré más fuerte y te dije si te lastimo decime, y vos como siempre que querés decir algo lo dijiste en silencio, abrazándome más fuerte, llorando con más lágrimas. A veces yo tampoco puedo hacer esto. A veces quisiera saber quién fuiste, qué fui para ti, cómo hubiera sido vivir juntos, querernos, esperarnos, estar.  Pero ya no soy más que yo para siempre, y tú ya no serás para mí más que tú.
Hoy te pienso con el amor que se piensa sólo a unos pocos. Es que uno siempre está solo, pero a veces está más solo.

Me paso leyendo cosas de cómo es vivir con ansiedad, como si no supiera exactamente cómo es vivir con ansiedad. Creo que es porque leer que no soy la única me hace sentir un poco menos sola, un poco menos loca. Me como las uñas desde que tengo dientes, me como las uñas cuando sufro y sufro por comerme las uñas. Ese es el primero de mis miles círculos viciosos. La culpa, la duda, las inseguridades, los miedos, la confusión, you name it. Después el otro 98% del tiempo soy feliz y estoy tranquila y pienso, ¿cómo puede ser que de repente y sin motivos me angustie o me vuelva loca? Puede ser, y es, pero no es de loca, es de ansiosa. Ponerle un nombre hace que sea más fácil, hace que sepa que se me va a pasar, que a veces se va sin hacer nada, que a veces se me va escribiendo, que a veces se me va durmiendo, que a veces se me va llorando, que a veces se me va con un abrazo y que a veces no quiero ni que me toquen.
Por suerte también tengo toda esta otra parte que contrasta, la parte optimista, la certeza de que todo lo que me pasa al final es para bien.

Un día acostada en tu cama nos pusimos a hablar de combinar pasiones, vos estabas sentado pintando y yo te decía que vos estabas combinando pasiones porque me estabas pintando a mí. Yo te decía que quería escribir y viajar, escribir sobre viajar, viajar para escribir. Vos me decías que me calle, que me quede quieta, que me ponga un poquito más así, un poquito más asá.
Tenés que tomar más agua, tenés la piel medio seca, vení, tomá, linda, tomá este vaso entero, dale, entero, no es ni medio litro, y qué son las pasiones?
No sé, yo qué sé, ser feliz mientras hacés algo. Yo soy feliz cuando como tu comida. Y si cocinamos?
Un ratito más, estás cansada? Un ratito más y cocinamos. Mirá, ya casi termino, un ratito más.
Yo soy feliz mientras me pintás.
Yo soy feliz mientras te pinto.
Es eso, no es tan complicado.

Quisiera poder despedirme de mi abuela. Abrazarla en el mundo de los vivos y acompañarla a irse al mundo de los muertos, si es que existe, y ojalá exista y esté lleno de la gente que ella extraña. Ojalá esté mi abuelo que hace un año que la espera. Ya sé que en general el último deseo es para el muerto, pero todo pasó tan rápido que no me quedó otra opción que robarle el poder, y pedirle por favor en un mensaje de voz, que haga el esfuerzo sobrehumano, con esas palabras se lo dije, de dejarme la receta de sus rosquitas antes de morir del todo. Quisiera pedirle que no se muera, que me espere, que se quede acá hasta que yo le avise, pero qué egoísta quererla viva cuando ella quiere estar muerta. Con ella se muere un poco la niña que fui. Mi abuela está viva y yo estoy lejos.

Hoy me desperté triste, ese tipo de tristeza que no podés ni explicar ni entender ni tocar. Como algo que te aprieta el pecho y que de repente te olvidás pero al rato vuelve y otra vez te preguntás qué mierda es lo que te pasa. De a ratos tengo flashbacks de unos sueños un poco tristes que tuve esta noche. Creo que dormir más de 8 horas me hace mal. No me gusta dormir de día, siempre sueño cosas tristes.

Mi primera carta la mandé a los tipo 8 años con ayuda de mi tío. Había encontrado a Ornella en la sección «amigos por correspondencia» de alguna revista tipo El Escolar. Por aquella época yo estaba enamorada de Titán, el de Chiquititas, y recuerdo hablarle mucho sobre él y por qué me gustaba tanto.
Desde aquel momento no paré. En el colegio teníamos un buzón en el que podías dejar cartas para otros alumnos, que una vez por semana se repartían, una idea hermosa. Durante todo el liceo escribí cientos de cartas a mis amigas. Nati todavía las guarda todas y el año pasado nos divertimos horas leyendo mis historias.
Después crecí y empecé a viajar y me mudé lejos y empecé a escribir postales desde cada lugar al que voy. Después también me enamoré locamente de un artista tan apasionado por el papel con estampillas como yo, así que durante 6 años nos mandamos postales regularmente, incluso viviendo juntos. Después me separé, pero las postales no pararon nunca. En el sótano de Hamburgo en donde dejé todas mis cosas tengo una caja enorme entera llena de postales, dibujos, cartas, dolores, llantos y amor, y en el segundo cajón de mi escritorio se están acumulando otras tantas historias y poesías. Para mí cumpleaños 23 Hernán me regaló un blog en donde había escaneado todas las postales con dibujos de acuarelas que nos habíamos mandado hasta el momento. Arte moderno y romanticismo millennial.
Escriban cartas, a sus padres, a sus amigxs, a sus amores y a esx compañerx que no les da bola. Y a mí, ya que estamos, que amo las historias sobre amar.

Ayer me compré mi primer libro en italiano. Al final además fueron dos porque no me podía decidir. En mi lista de resoluciones de año nuevo escribo todos los años «no comprar más libros hasta no haber leído los que todavía no leí de mi biblioteca». Fracaso rotundamente desde que tengo memoria.
En Venecia encontré una heladería que vende helado de dulce de leche. No será la cigale, pero es dulce de leche. Afuera hay unos banquitos rojos en un campo, aunque los venecianos llaman «campo» a todo lo que yo llamaría «placita». A donde fueres has lo que vieres, así que me senté en el banquito del campo con mi helado de dulce de leche a leer un libro en italiano. Sofía se viste siempre de negro. Me ensucié la boca y las manos y la ropa y el libro. Soy una niña otra vez.

Me desperté con las manos empapadas,
la gata está en celo, el gato maúlla.
Me desperté con el ruido de mi propio llanto,
la canilla del baño gotea, los vecinos cogen.
Me desperté con la guardia baja,
mis pobres instintos, tus tristes palabras.
Me dejaste sola a las 3 de la mañana.
Me dejaste sola aquel lunes de mayo cuando te dije
vos pensás
que me vas a amar para siempre?
y bajaste la mirada
y dijiste
hace mucho ya no es siempre.

 

Todo placer es efímero y no hay partícula que no me haga pensar en vos. Veo manos y pienso en tu mano posada en mi rodilla mientras tus ojos verdes contemplan la sonrisa que dejaste rota cuando de tus labios dulces y carnosos salieron palabras tristes.
No sos mío y no soy tuya. Ni ahora ni nunca. ¿Cuánto nos queda por aprender? Pensé que ya sabíamos todo y hoy me di cuenta de que no sabemos nada.
Con vos se empieza siempre de cero.
No me llames, no me grites si te dejo en una esquina y pienso hasta acá llegamos, y me llamás, y me gritás, y escucho Ini a la distancia y tardo en decidir si te ignoro, si te miro, si me doy vuelta y corro hacia vos como corrí la última vez que escuché vení, volvé, que todavía nos queda mucha vida.
Escribo y pienso en tus dedos recorriendo rincones que ya recorrieron otros. Escribo y pienso en tus piernas sobre mis piernas y tu pecho transpirado.
Escribo y pienso: lo contrario al amor es el miedo.

La única vez que nos vimos yo estaba un poco preocupada, primero porque hacía mucho que no tenía una primera cita, pero sobre todo porque ya lo había puesto en el pedestal inalcanzable de los tipos que jamás van a interesarse por alguien como yo. Además de sus ojos verdes y sus brazos lampiños, me gustaba mucho su forma de escribir. Releí su poesía millones de veces, me aprendí su blog de memoria, escribí algunos de sus poemas en mi cuaderno, los leí en voz alta, se los leí a Camilo y alguna vez hasta lloré con la piel erizada. Muchas veces pensé en escribirle, pero nunca con una intención ulterior, sino simplemente para decirle lo mucho que admiraba su forma de plasmar sentimientos, pero al final tampoco nunca me animaba, hasta que un día, qué sé yo por qué, me animé. Le escribí exactamente esto: «che, sos increíble, hacés que escribir parezca fácil, te leo maravillada desde hace semanas, no pares nunca».
¿Estás en Uruguay? me preguntó. «Sí», le respondí. ¿Y estás para tomar una? «También».
Estaba tratando de hacerme la que para mí era re normal que un tipo como él me invitara a salir. No entiendo cómo hice, le decía a mis amigas, para que este tipo me invite a salir. Lo más out of my league del mundo, seguro ni miró mis fotos, seguro se muere cuando se dé cuenta y tenga que sostener lo insostenible durante el tiempo que dura una cerveza en un vaso. Todos los días siguientes pensé que obvio no me iba a escribir más, y que si me escribía yo le iba a decir que al final no tenía tiempo. Pero me escribió, y junté fuerzas no sé de dónde y le dije que sí, cuando quieras, donde quieras, decime nomás y yo voy. Nos encontramos en alguna esquina de Pocitos y mientras decidíamos qué hacer y a dónde ir, terminamos comprando cosas en un super para comer y tomar en su living. Era simpático, era fácil charlar con él, pero yo todo el tiempo pensaba cómo puede ser que este pibe me haya invitado a salir a mí, pensaba que era una joda, como la vez que me invitaron a un cumpleaños y cuando llegué era mentira. No puedo decir que la estaba pasando mal, la estaba pasando raro, él no me hacía sentir incómoda, pero yo me sentía incómoda porque su presencia me hacía sentir chiquitita y fea. Un poeta talentoso y lindo. Y yo, ahí, queriendo estar a la altura de las circunstancias. A veces él me hablaba y yo ni siquiera lo escuchaba, intentaba captar más o menos de qué iba el tema para tratar de más o menos responderle con coherencia, hablamos un poco de Kerouac y creo que me especificó los distintos puntos de la Ruta 66. Yo sólo le dije que manejé varios kilómetros de esa ruta hace unos años y que todo el tiempo me sentía como un personaje en on the road.
No sé, de repente se paró y se puso frente a mí, con la pelvis a la altura de mi cara, y me agarró el pelo. Yo miré para arriba, lo miré a los ojos. Era realmente muy lindo, y él mismo se levantó la remera dejando ver unos abdominales perfectos. Me tocó la cara y yo me quedé quieta. Me tocó la boca y yo sólo lo miraba. Estábamos por chuponear y yo ahí con las piernas temblorosas. Entonces se bajó el pantalón, se bajó todo, y con la pija en la mano me dijo «bo, mirá que tengo novia».