Cuento los días sentada en el sillón, leo un libro entero sin prestarle atención, Netflix me pregunta «¿Todavía sigues ahí?», y yo sigo ahí, un episodio atrás del otro. Es la calma que antecede a la tormenta. Mi cuarto todavía entero antes de que lo empiece a romper de a poco. Libros en una caja, el florero con el que me mudo desde hace 7 casas, las plantas que me traje de la casa que rompí en Hamburgo como si cuidar las plantas enmendara mis errores. Regalo mi ropa, tiro los dibujos que ya no quiero, abro y cierro los cajones aceptando que otra vez voy a tener que dejar cosas. Miro el reloj, cuento los días, me desvelo, leo otro libro pensando en otra cosa, otro episodio, llueve. Manejo 400 kilómetros, duermo en la casa de mis padres y aunque desde hace 10 años nunca pasé ahí más de 3 noches seguidas otra vez respiro aire a despedida. Duermo en sábanas con olor a suavizante. Duermo con el gato de esta casa que no es mío ni me conoce ni me quiere ni me pide que lo acaricie antes de dormir. Acá cerca están todos mis amigos y aunque tengo ganas de quedarme leyendo me visto y voy a comer las últimas pizzas y hablar a los gritos por última vez hasta quién sabe cuándo. Cuándo es que te vas preguntan mis amigos y prometen visitarme. Quiero que el tiempo pase rápido y lento, qué contradicción, quiero estar cerca de otro mar pero abajo de este cielo. Mi cuerpo partido hace tanto tiempo en dos, en tres, ¿en cuatro? ¿Cuántas veces es capaz de dividirse una persona?

Yo a la muerte no le tengo miedo. No tengo miedo de estar muerta ahora ni de estar muerta mañana, ni siquiera tengo miedo de que se mueran las personas que conozco, confío en que incluso la muerte que pueda llegar a ser dolorosa es menos dolorosa que muchas cosas que pasan viva.
Incluso a veces quiero estar muerta, pero ojo, no quiero morir, son dos cosas distintas, jamás anhelé morirme ni fantaseo con un suicidio. Ni siquiera deseo estar muerta en realidad, porque si estoy muerta me da pena por los que están vivos. Lo que yo quiero, a veces, es no existir, que sin que nada pase yo simplemente no exista, que mi existencia completa desaparezca, que no sea nada, que no duela, que no viva.
Hace un par de meses tomando un vino con un amigo e el balcón de mi casa manejábamos estos planes. Ambos estábamos de acuerdo en que preferiríamos, al menos ese día y en se momento, no existir. Manejábamos las distintas formas de estar muertos sin tener que morir, porque morir es complicado, y seguro si un día decido morir, al final me cago y no me muero nada. Era 30 de diciembre y los dos hacíamos esfuerzos inútiles por alentar al otro: «pero amigo, vos tenés que disfrutar, estás haciendo lo que te gusta, vivís en Barcelona, dentro de dos exámenes tenés un master y te estás cogiendo a la gallega que te tenía loco dese marzo». Y entonces el otro se defendía como podía de ese ataque a la desgracia: «sí, mucho máster mucho máster pero ni me gusta mi carrera. Y la gallega, yo qué sé, cogemos bien, pero aunque intento no la quiero y yo lo que quería era quererla».
¿Es cosa de nuestra generación esto del inconformismo? Mucho más miedo le tengo a la vida que a la muerte en realidad. A vivir por inercia, a la mediocridad de amar poco, y la tortura de no hacer nada, de no dejar nada, de que mi legajo a este mundo sean estos pocos cuadernos rayados y los 45 vestiditos floreados que acumulo desde hace 10 veranos. Este año engordé 8 kilos y los vestiditos ya ni me entran, sin embargo ahí los tengo, entre la ropa que me llevo en mi próxima mudanza, como si soltar eso fuera soltar lo que soy. Igual ya era, transformo este escrito, mediante estas pobres palabras, en una especie de testamento de la que fui hasta hoy, porque un poco quiero ser otra, y en este testamento dejo por escrito, que voy a tirar toda esa ropa que no me entra, y que voy a abandonar todos los moldes en los que yo sola me metí, y voy a heredarle a la nueva yo el permiso de desarmarse y armarse de nuevo de cero, sin culpas, si prejuicios, sin juicios de valor.
Capaz morir también puede ser eso, morir viva para nacer nueva.

De mañana estás siempre más irritable. Cuando tenés alergia te tocás la nariz. Cuando sonerís mirás para abajo. Cuando en un grupo de gente estás contando una anécdota me mirás solamente a mí. De nuestro siempre es que quieras hablar hasta quedarnos dormidos y que si no te abrazo me pidas que te abrace. Que a veces llegues a tu cama después que yo es un bastante nuevo, y a veces sin querer decirle «nuestra» es tan nuevo que todavía ni existe, aunque un poco sí, porque a quién le importa de quién sea la cama, lo que importa es con quién se comparta.
De siempre son los besos y las caricias y los abrazos porque sí en el medio del living. De siempre es abrazarte mientras te cepillás los dientes y de siempre es que me mires y me digas un poco con los ojos pero mucho más con palabras lo que estás sintiendo. Aprendo de vos todos los días. De siempre es sentarnos en el sillón agarrados de la mano y de siempre supersiempre es tener a molleja ronroneando entre nosotros y nuevo es que me ames.

Sin perturbar tu paz
te invoco
alma viva de cuerpo muerto

Tus manos frías
tus labios blancos
pecho flaco
ojos dormidos

Sin llorarte
te invoco
mi corazón hecho carne
tu corazón hecho huesos

Te despedí cuatro veces
desde el último arrebol
a tu cuerpo viejo y muerto

Te despedí
para siempre
te
despedí
para
nunca

Me desperté con fiebre y todo lo que pasaba a mi alrededor parecía un sueño. Con todas mis fuerzas me levanté de la cama y me arrastré con las piernas pesadas para abrirle la puerta a la gata. La gata maullaba pero no vino. Volví a la cama y me dejé caer con todo el peso de mi cuerpo y respiré entrecortado e intenté abrir los ojos y no pude y comprobé que fue la fiebre y no yo, y que entonces nunca me levanté a abrirle la puerta a la gata que todavía maullaba. Tengo frío pero estoy toda mojada y mi cuerpo transpirado se pega al colchón con la sábana corrida. La gata sigue maullando y no le puedo abrir. Creo que la gata grita. Abro los ojos, respiro, me levanto de a poco, esta vez yo, no la fiebre, y con los ojos mareados camino, me arrastro, abro la puerta y la dejo entrar. La gata corre y me muerde los pies y yo me dejo porque mi cuerpo débil no puede contra sus dientes fuertes. Vuelvo a la cama, busco el rincón de colchón que todavía está cubierto por la sábana blanca y me dejo caer, de nuevo, esta vez yo, no la fiebre, y espero. La gata sube a la cama y camina buscando el lugar para quedarse, amasa mis muslos y encuentra entre mis piernas un recoveco que la acuna. Yo no tengo recoveco, mi recoveco siempre son brazos y mi cuna su pecho. Montevideo está afuera pero no sé quién está adentro. Entra luz por la ventana y sale sangre de mi cuerpo, ¿dónde lloran los cuerpos cuando no tienen casa?

Pasé 5 años preguntándome cómo alguien podía despertarse de tan buen humor, cómo podías poner música antes de siquiera abrir los ojos, cómo te era imposible salir de la cama si no escuchabas algo bien fuerte, cómo hacías tus rutinas de la mañana escuchando The strokes o algún programa de la BBC. Me acuerdo de la vez que pasaste mil días despertándote con Hurra die Welt geht unter que hasta yo me la aprendí de memoria de sólo escucharla atravesar las puertas cerradas del baño y mi cuarto. Hace dos semanas que no puedo respirar muy bien, a veces pienso que estoy enferma pero después me acuerdo de que en realidad lo que estoy es triste. A veces también me olvido, porque ya hace más de un año que es como si no existieras, y un poco me acostumbré, un poco aprendí a llegar a una casa que no es la nuestra y saber que la soledad no se termina en un rato cuando llegues y te acuestes en mi cama a contarme cómo fue tu día. Ahora todos los días pongo play a lo que sea que diga spotify que estás escuchando y pienso en qué andarás, con quién, quiénes son tus nuevos amigos y a quién llamás cuando la vida te colapsa.

Las mujeres que somos nacieron juntas, se conocieron dos que se transformaron en otras y esas otras son en gran parte gracias a haber sido de a dos; ese apartamento en Dulsberg fue el útero que nos crió y aunque fui yo quien estiró el cordón umbilical vos lo cortaste y con eso yo me morí un poquito. Tengo el corazón todo roto y me duelen los dedos de ya no moverlos para contarte todo lo que me pasa. Extraño saberte y que me sepas y quisiera poder decirte con abrazos cuánto me alegran tus victorias.

Espero que algún día el tiempo nos devuelva lo que fuimos y que mi vida algún día vuelva a ser un poco contigo.

Un día como hoy hace como 80 años nacía mi maravillosa abuela. La de las tortas de chocolate y las caricias, la de las pastillitas de miel y el superpoder de la memoria. Mi abuela Sonia Ethel, choli para mí, yo chinita para ella. Lo más triste de nuestra despedida es que no fue, yo la escuché morir desde mi teléfono empapado de lágrimas y ella ya no me escuchó llorar. Tengo sus manos tatuadas en mi piel, sus flores, sus pájaros, su voz y sus ojos de abuela mágica. Revolví todos los cajones con todas sus cosas buscando un poco de ella en cada foto, cada libro, cada bordado y objeto que sólo ella sabrá por qué guardaba. Ya antes me quedé con todas sus pinturas, esa fue mi herencia, su legado, cuando viva le dije abuela cuando te mueras yo quiero todas tus pinturas y esa medalla que tenés puesta. Las pinturas las metió en una bolsa enorme y me dijo llevalas y yo las llevé conmigo a mi casa en el otro lado del planeta. La cadena, sin embargo, la usó hasta el último día, cuando sus dedos ya eran tan flaquitos que se le caía la alianza. La niña que fui será para siempre en mis recuerdos con vos, cholita. 

Hace unos días esribí un mail larguísimo que al final dejé en borradores. No sé bien para quién era, porque empezó siendo para mi último novio pero en el camino el destinatario pasó a ser mi novio anterior y después fue para todas las mujeres del mundo. Hablabla sobre no sentirse suficiente para el otro, sobre autoestima y amor propio, sobre lo difícil que es encontrar el equilibrio entre descubrir que la otra persona es el ser más mágico en el puto planeta pero no morir de tristeza por pensar que entonces es demasiado bueno para vos, que estás toda rota y no sabés ni lo que querés, que comés poco y no tomás agua y no te gusta ninguna fruta de invierno.
Extraño a mis amigas las que aman como amo yo, todo mal, tratando de aprender a amar de nuevo, después de rompernos y romper a otros. Mal y mucho.
No sé, quien lea esto, si es que alguien lo lee, no tome muy en serio lo que escribo. Hay días en que siento mucho orgullo de mi forma de amar, ya lo he dicho, creo que si de algo en la vida puedo alardear es de mi capacidad de amar, y creo que de más nada, pero de eso seguro. Pero hay otros días, como hoy, en los que siento que hago todo mal, que lo de inventar amores no me va a servir para siempre y que algún día voy a levantarme en el cuarto de algún desconocido y me voy a dar cuenta de todo lo que hice mal hasta ahora. Hoy no estoy pensando mucho, estoy sintiendo sin pensar y transformando eso en golpes en el teclado. Yo qué sé, escribo para mí, para saberme mañana.

A veces pienso en la vulnerabilidad como un objeto. Es chiquito, lo sostengo entre mis manos, se resbala por mis dedos, tengo miedo de romperlo. Mis manos fuertes, poderosas, mis manos mías, que me tocan y abrazan y cuidan y queman. 

Mi abuelo que es un señor muy sensible que se emociona por cosas simples como el sabor de una comida o una nota musical me dijo que si yo fuera otra persona le gustaría mucho leer lo que escribo, pero que soy su nieta, y le cuesta desnudarme en la lectura. Y lo entiendo, porque en mi escritura me desnudo yo sola, no hace falta mucho más que tener mis palabras entre las manos para saberme entera.

Me tiembla el pulso y tengo el pelo mojado, siento los dedos flojos y débiles, me queda incómoda esta lapicera y me queda incómodo escribir sobre lo que me duele. Pero escribo igual, y lo comparto y espero a que alguien en el mundo me diga gracias por poner en palabras lo que tengo en el pecho, como yo le digo gracias a todas las poetas que me entregaron sus corazones en tanta poesía de amor desesperado. 

¿Cuántas veces ya habré escrito sobre escribir? Escribir me atraviesa y yo atravieso las palabras como puedo. 

Novecientos quince días esperando por otro, otra mano, otra piel, otra gota de sangre en las sábanas. En todas mis camas escombro de tierra, sudor, mugre y moho. Mil noches en silencio y mil gritos desahuciados. Mi cuerpo al fin se estremece con las caricias de un nadie, duermo mal y poco esquivando el contacto desconocido, enfriando el calor inútil de un no sé quién. Me despojo del placer conocido, de la forma natural, de los cuerpos en tetris y me abro en otras direcciones. Uno cruzó ríos, el otro cruza montañas, no estoy cerca, no estoy lejos, fluyo en gritos y susurros que no entiendo, soy, estoy, siento y me entrego, novecientos quince días después: más rápido, más lento, quieta, boom. 

Takotsubo

Hoy el corazón se me rompió dos veces
una vez por mí
y una vez por todas

uno
se me rompió el corazón cuando me di cuenta, otra vez, de que nunca es para siempre
dos
se me rompió el corazón cuando me di cuenta de que yo soy mil mujeres

uno
otra vez estoy sola, siempre estoy sola, la única mano que me toca es la mano que te toca
te dejo ir como dejé ir otras veces
te dejo ir como me dejaron ir otras tantas

dos
ya no vuelvan, hermanas,
ya no lloren, ya no sufran
ya perdonen
a ustedes
a las otras
a mí

En 2014 yo recién había empezado facultad y había pegado tremenda onda con un grupito de compañeros. Éramos 8 y nos juntábamos todo el tiempo a hacer cosas. Al mes y medio de empezar las clases teníamos una semana de vacaciones de semana de pascua y a mí se me ocurrió que hiciéramos un viaje todos juntos. Me puse a buscar en internet y les empecé a pasar opciones de distintas islas de Grecia a nuestro grupo de WhatsApp. Todos estuvieron de acuerdo y yo me encargué de todo. Reservé hotel, un auto, y hasta compré los vuelos. Estudiábamos arte, así que pensamos que algo teníamos que hacer para justificar que además íbamos a faltar a clase un par de días, y juntamos nuestras mil cámaras y decidimos hacer un vídeo de todo el viaje. El vuelo salía desde el armero de Bremen, que nos quedaba como a 2 horas así que el día del viaje salimos tempranito en 2 autos. Cuando llegamos al aeropuerto y fuimos a hacer el check in, me di cuenta de que ayer, sin querer, había sacado mi cédula de la billetera, y nunca ando con el pasaporte cuando viajo dentro de Europa. Me desesperé un poco, hasta que me dijeron que la policía, que estaba en el piso de arriba, hacía pasaportes provisorios de emergencia para estos casos y costaban solamente €8. No tenía ningún documento con foto, así que una compañera tuvo que firmar un papel en donde confirmaba que yo era yo. Ya se nos hacía medio tarde así que bajamos corriendo y todos ya habían entrado, pero cuando llegué, los de la aerolínea me dijeron que no les servía porque solamente se podía viajar con un documento con foto. Lloré y peleé pero no me dejaron ir. Derrotada saqué mis cámaras de la mochila y se las di a mi compañera. El viaje era por 5 días y el siguiente vuelo a la isla era dentro de 3 así que ya no podía ni siguiera alcanzarlos después. Triste y enojada me fui a comprar pasajes para el tren que me llevaba de vuelta a casa y lo pagué con tarjeta ahí en la máquina. €26 costaba. Una vez en el tren empecé a llamar a Hernán y no me atendía. Lo llamé no sé, mil veces, pero nunca me atendió. Cuando pasó el guarda a contr par los boletos y le mostré el mío me dijo “pero esto no es el boleto, es el recibo de la tarjeta”. O sea que además del pasaporte al pedo y el boleto del tren, tuve que pagar una multa de €75 por estar viajando “sin pagar boleto”. Hernán seguía sin atenderme y yo necesitaba llorar, así que llamé a mi suegro, le conté toda la historia y me calmé bastante. Un rato después, al llegar a casa, mi suegro me volvió a llamar. Me dijo elijamos vuelos a cualquier lugar, que él nos regalaba los pasajes a los dos. Hernán me llamó ya habiendo hablado con el padre, y al otro día nos fuimos a Marruecos  

Si algún día me pierdo, ojalá sea en una nube, rodeada de agua que flota y seres que vuelan como vuelo yo cuando vuelo y cuando cierro los ojos y pienso en estos veintitantos años de vida y los miles de kilómetros recorridos, de un extremo a otro del planeta, cruzando tantos ríos de los que no conozco ni los nombres. Si algún día me pierdo, ojalá sea en un pedazo de tierra que todavía no conozca, rodeada de los desconocidos que son amigos después de la segunda cerveza hablando en alguna lengua de ambos y de ninguno. Si algún día me pierdo, ojalá sea buscando mi rincón favorito de la tierra, con mi mochila de pocos kilos pero mucha historia. Si algún día me pierdo, ojalá me encuentre la mano de algún compañero de aventura. 

Como en cada viaje, leo un libro atrás de otro, sin pausas. Tan es así que los límites entre una historia y otra se me difuminan. Me pasa siempre que leo más de un libro de un mismo autor, incluso me pasa cuando leo autores distintos que se me hacen similares. Por eso necesito una pausa después de este último. Necesito sentarme y escribir y no olvidarme ni de Sumire ni de Myû ni de K ni del amor verdadero.
La línea más clara que marca mi vida desde mi infancia y hasta el día de hoy son las palabras. Las mías y las de otros.
Sentada en una mesita de madera pienso y escribo. Cruzando la carretera está el mar caribe celeste en la orilla y más azul a medida que se acerca al horizonte. Sumire es una mujer joven que sueña con ser escritora. Escribe de desayuno, de almuerzo y de cena. Tanto escribe que a veces se olvida de comer. Yo cuando escribo me olvido de comer y del mundo. Cuando escribo me duele la mano y las palabras se forman en mí a una velocidad que mis dedos no alcanzan. Escribir y enamorarme es lo que mejor me sale. Escribir y amar. Amar y escribir.

La primera vez que viajé en avión tenía 8 años. Mi tía abuela, soltera, sin hijos, me había dicho que tenía un regalo para mí que tenía que ver con el mundo. Yo pensé que era un puzzle de un mapa, pero era un viaje a Chile. Fuimos a Santiago y de ahí a un crucero por  Puerto Montt, Puerto Varas, Frutillar y algo más por ahí. Ahí tuvo lugar mi primer acto heroico cuando le salvé los dedos a una gringa. Durante años mi familia contó con orgullo como yo con 8 años le grité al capitán chileno «¡sus dedos, sus dedos!» mientras la gringa gritaba «¡my fingers, my fingers!», para avisarle que había atrapado los dedos de la mujer entre la lancha y un iceberg. Sus dedos efectivamente quedaron colgando hasta que los cocieron y todos los adultos del crucero me hacían sentir como si le hubiera salvado la vida. Podría decir que esa es mi primera historia de viajes, y que después de eso, pasé 10 años sin volar, pero nunca dejé de soñar con ese puzzle de mapa y con viajar por el mundo, quería hacer viajes largos, intecambios , vivir un tiempo en otro lugar. A los 18, ya habiendo aceptado que en casa no había plata para pagar ni un viaje ni un intercambio , decidí encontrar la manera de viajar sin plata y la encontré. Me fui con casi nada en los bolsillos y con una valija llena de libros en español por las dudas. Al final cumplí los sueños de aquella Ini que andaba fascinada entre icebergs del Pacífico y ahora sigo pensando en los sueños de esta Ini escribe acostada escuchando golpear las olas del Caribe. 

Nos despertamos a las 5 de la mañana para tomar el bus que nos lleva al mar más lindo del planeta. Ya perdí la cuenta de las veces que miré mis pies a través del agua transparente del caribe. Nunca me maravillé menos que la primera vez ante la magia de la arena finita y los peces de colores. Esta vez recorro rutas que ya recorrí. Espero la hora de partida sentada en las mismas sillas en las que me senté tres años atrás yendo a un rincón desconocido de esta isla. Estar en el mismo lugar en otro momento de mi línea del tiempo me hace reflexionar, ¿fui yo quien ya estuvo acá? 

Conectar conmigo es más fácil a través de otras. Me conozco a través de la voz de otras que saben ser, y que hablan, lloran, ríen y sangran como hablo, lloro, río y sangro yo. Me entiendo través de sus historias, las abrazo y en ese abrazo me abrazo y me perdono, perdono las veces que me culpo y las veces que me miento. Me transformo en espectadora de otras vidas para ser protagonista de la mía. Absorbo de otras historias para así algún día poder erguirme, sacar pecho y contar la mía, sin miedos, sin pudor. En las otras me veo, me entiendo, me vuelvo más mujer y menos débil. Mujer es fuerza, mujer es vida y a veces también es muerte. En las lágrimas de otra depuro mis dolores y me siento menos sols en la búsqueda del ser. Aprendo a aceptar si a veces no soy nada porque quizás eso me transforme en todo. Desaprendo la necesidad de nombrarme, me rompo con los golpes de las mujeres que se rompieron antes y renazco de las cenizas del fuego colectivo. Nazco y muero, río y lloro, desaparezco, me desarmo y soy. Vuelvo a ser cada vez que me leo en voz alta. Soy ojos que miran y admiran, soy oídos que escuchan y brazos que abrazan. Aprendo, acepto y regalo. Las palabras ya no son mías cuando son de otras. Vuelvo a ser cada vez que me leen en voz baja. 

Una vez me enamoré de un compañero de trabajo. Me enamoré y no sabía cómo o siquiera si decírselo. A veces me cuestionaba si realmente estaría enamorada, pero yo de amor conocía sólo uno y este era muy parecido. Primero me hice la que no pasaba nada, intentaba ser su amiga y que no se diera cuenta de cómo lo miraba cuando él sonreía y de cómo rozaba sus dedos haciendo como si fuera sin querer cada vez que le preparaba un café cómo le gustaban a él: negro, fuerte, sin azúcar. A veces, también, me dejaba preparar un capuccino con mucha espuma y en el agradecimiento le mentía que era el mejor capuccino del mundo, y no era, pero era, porque me lo hacía él, y me lo daba con sus dedos largos, y yo rozaba su piel haciendo como si fuera sin querer. No quería quererlo pero más rápido que lento lo quise mucho. De repente un día, cenando a las 12 de la noche una tarta de zucchini me di cuenta de que capaz que él también me quería. Leímos un libro y en ese libro nos encontré en frases como «¿Qué? ¿Voy a intivarlo a salir y contarle que estuve algo así como enamorada de él?». Y sí, lo había invitado a mi casa, pero no, nunca pude decirle lo que sentía. Nos besamos, nos abrazamos, nos supimos dueños de algo que no sabíamos bien qué era, hablamos por horas abrazados en camas y sillones, hablamos por horas al teléfono como si no fuera suficiente con vernos de lunes a lunes, pero seguí mintiéndole en cada beso y en cada abrazo y en cada lágrima que sequé antes de que la viera caer. Una vez tuvimos un curso de trabajo, y como siempre, nos sentamos al lado, y de vez en cuando, cuando él se daba cuenta de que alguna palabra que usaban yo quizás no la conociera, se acercaba a mi oído y me traducía, y yo lo miraba sacar apuntes de todo lo que escuchaba, y a veces, cuando estaba aburrida, estiraba mi mano y le hacía dibujitos en los bordes de sus hojas. A mí me cuesta mucho concentrarme, mi mente siempre está en otro lado, me aburro y pienso y sueño despierta todo el tiempo. Ese día arranqué un pedacito de mi hoja y escribí eso de la foto. For your information, así, como si fuera un asunto de trabajo, un «te copio este mail que tiene información que te interesa». Y lo doblé, y lo guardé en la parte de atrás de mi celular, entre el aparato y la funda, en el mismo lugar donde ahora guardo la boletera. Y nunca lo saqué, ni nunca se lo di, ni nunca lo volví a abrir. Al final el amor es complicado y nos separamos antes de juntarnos, y no le dije lo que sentía hasta el último abrazo en el aeropuerto, cuando ya había decidido que mi próxima casa estaba a 12 mil kilómetros de la suya. Otra vez escondí mis lágrimas y otra vez lo saludé de lejos mientras me rompía por dentro. Ya sé que dije muchas veces que esta es la última vez que le escribo, pero esta, seguramente, tampoco sea la última vez que le escriba.

Hoy hace 19 días que no escribo. Y no tiene nada que ver con la hoja en blanco, de hecho lo de la hoja en blanco y todo eso para mí que es mentira. Bueno yo qué sé, capaz que los escritores tienen ese problema de la hoja en blanco, pero a mí, que no soy escritora, eso no me pasa. Yo agarro una lapicera y escribo. La mayoría de las veces eso que escribo queda ahí en mi cuaderno, otras tantas en la basura y otras muy pocas acá. Siempre tengo algo sobre qué escribir, y cuando pienso que no tengo para decir escribo una lista de todas las cosas que recuerdo haber charlado con mi abuela cuando estaba viva.
Así que lo que me pasa es mucho peor, no escribo porque escribir significa darle forma a lo que siento, a lo que me esté pasando. No escribo porque tengo miedo de romperme en mil pedazos, una puñalada por palabra, una lágrima por puñalada. Todo el cuaderno mojado, todo el maquillaje corrido, todo este llanto de todo este lío.
Una vez escribí un poema que decía algo más o menos así:
berlín tus calles
berlín la esquina
berlín el turco en la esquina de mi casa
berlín donde no brilla el sol
berlín en mis manos
berlín en mi sangre
berlín en vos
Y es cierto, en Berlín nunca brilla el sol, y yo pensaba que cómo puede alguien ser feliz en una ciudad gris, y Montevideo, la gris, mucho menos gris que Berlín, mucho menos mía. No sé, capaz tenía razón mi exnovio cuando me dijo que yo me escapo. Capaz, también, tiene razón mi amiga que me dijo que yo busco en el mapa algo que está dentro mío. Yo qué sé qué busco. Busco dejar de buscar-me. Ya me asusté de nuevo, no quiero escribir más, no vaya a ser cosa que tenga que aceptar que no siempre se puede entender-se. Ya está, basta, no vaya a ser cosa que tenga que aceptar-me.

Sarita dijo hoy soy sanadora, mañana pájaro, y yo no pude más que pensar en todas las que fui, y todas las que soy. También en las que fueron antes de mí, en mi madre, mi abuela, la madre de mi abuela, sus 7 hermanas, sus primas y todas las mujeres que conforman mi linaje.
Soy mujer porque elijo serlo.
Soy esta mujer que soy hoy porque hoy es un momento y una circunstancia, que cambia y se transforma.
También fui otras, fui mujeres horribles y fui mujeres hermosas.
Me he querido y dejado de querer incontables veces, y así seguirá siendo, yo conmigo, como con otros y otras.
Ser etéreo, yo, la fuerte y la frágil, la libre, la sola, la enorme y diminuta, segura y desorientada.
Supe ser cartógrafa de ciudades no tan mías y perderme hasta en el vientre de mi madre. Vengo de otras vidas y no sé hacia dónde voy.
No sé nombrarme mientras no me nombran otros, hago muchas cosas y todas ellas me definen. Soy la que escribe, no la escritora, soy la que ilustra, no ilustradora; farsante, jamás artista. Siempre nefelibata.

 

Me voy a tener que ir a otro planeta. Es que ya hice todo para sacarte de mi mente, para extirparte de mí, para olvidar lo que sos y lo que fuiste, lo que fui y lo que fuimos.
Ya no piso las baldosas que pisamos juntos, ya no voy a comer a los lugares en los que compartíamos el mismo plato,
ya regalé los libros que me regalaste, y tiré a la basura cada prenda de ropa que alguna vez me sacaste.
Ya pinté las paredes, cambié de lugar la cama, y por supuesto ya quemé las sábanas en las que dormimos abrazados miles de noches, miles de días.
Ya limpié todo lo que alguna vez tocaste. Me compré una esponja de plástico con la que me froté cada célula del cuerpo,
para limpiarme entera de tus caricias. Ahora me pongo una alarma cada hora, para despertarme y recordarme que no,
que ya no estás, que eso era un sueño y que vos no estás.
Que ya no estás, y que me tengo que despertar para alejarte, para no tener que acostumbrarme ni por un ratito a tu presencia, otra vez.
Andate, dejame, ya te llevaste de mí todo lo que tenía, lo poco que me dejaste es poco, pero es mío, dejame.
No me mires así, con esos ojos, si no estás a mi lado, no me mires.
No me abraces en las noches, si no vas a estar durmiendo a mi lado. ¿No te das cuenta de que ya no podemos? Anduve como loca juntando los pedazos de nuestro espejo roto.
Haciendo una fiesta a cada papelito que encontraba escrito con tu mano. Revolviendo mis recuerdos para encontrar pruebas de que me querías.
Desesperada. Descontrolada. Y me di de frente contra la verdad: ya no más. Ya nada. Nunca. Frené mi dolor como pude.
Me quedé quieta, miré al cielo, me sequé las lágrimas y me dije ya no más. Ya nada. Nunca.
Ordené mis pedacitos de alma, y me dispuse a vivir sin vos.
Pero vos no me dejás, sos el aire, sos el agua. Sos mi sombra. No importa qué tan cerca, no importa qué tan lejos. Dejame. Dejame. Dejame.

Hoy me abrazo a mi tristeza, abrazo la angustia, la hago mía, la acepto, la miro menos de reojo y más de frente.
Me despego de mi cama haciendo fuerza y me perdono por la eternidad bajo esta manta de lana y por tanta baba en el cachete.
Me recuerdo en días felices, en montañas empinadas agarrada con fuerza a pastos largos, en las tardecitas de pies descalzos sobre la arena fría y finita, en los bosques oscuros de un pueblo que sentí mío, el recorrido desde una casa a la otra, las noches de vino tinto y películas de antaño.
Aquel amor anacrónico que construyó mis cimientos.
Acepto los días tristes como parte de esta historia.
Entiendo que para sanar hay que aceptar y para aceptar hay que sufrir.
Me entiendo, me escucho, me perdono, me acepto.
Me abrazo a mí y a las otras con dolores similares.
Abrazo a las que están vivas y a las que ya estuvieron muertas.

Necesito un día de honestidad, para que las sábanas de esta cama sepan lo que realmente pasa.
Necesito honrar esta tristeza, la desdicha de saberme sola y débil en un mundo para los fuertes.
No está mal estar tan rota, no me culpo, ni te culpo. Nos rompimos juntos y nos amamos rotos.
Hoy no me quiero poner ropa, hoy no me voy a peinar ni me voy a cepillar los dientes. Voy a llorar abrazada a la almohada como antes lloré abrazada a tus piernas. Me arrodillo y lloro y me arrastro y grito. Grito en silencio, lloro a los gritos.
Llamo a tu madre y le pregunto cómo estás, y ella dice, la única que sabía eso eras vos, y yo hago como que me río con el teléfono empapado de lágrimas.
Llamo a tu abuela que dice tener miedo de morirse, y yo no le digo nada, pero yo también tengo miedo de que se muera y no estar para abrazarte.
Me dicen que las llame más seguido, que me extrañan, que todos me extrañan, y yo pienso, ¿me extrañás?
Llevo el pelo enmarañado como símbolo del amor que nos tuvimos. Guardo mil mails en borradores.
El mundo no es tan grande ni vos estás tan lejos, y yo no estoy tan viva ni vos estás tan muerto.

Mi madre dice que no le gusta cuando escribo así, de triste, de amor, del corazón roto, que le gustaba más cuando viajaba y escribía sobre mis viajes, cuando tenía aquel blog en donde relataba cómo casi perdía aviones o como me tomaba trenes hacia el lado equivocado y llegaba a una ciudad pensando que era otra. Incluso le gustó que escribiera aquella vez que dejé toda mi plata en una ciudad de Marruecos y me fui a otra a 400 kilómetros sin ni un peso ni una tarjeta ni un documento donde dijera que yo era yo, en un país en donde ni yo hablaba sus idiomas, ni ellos los míos. Y yo la entiendo, ahí era mucho más graciosa, pero también mucho menos honesta. Y es cierto que muchas veces escribo porque sí nomás, porque escribir me sale de los dedos como si fuera re fácil, pero en realidad para mí escribir es otra cosa. Escribir es poner el dolor en palabras, es aceptar que nací con una cosa que me acompaña desde que tengo memoria, y que me va a acompañar siempre, que es sentir mucho, pila, demasiado. Y me gusta sentir pila, creo que si no sintiera tanto no podría hacer las cosas que me hacen vivir como vivo, que me hacen ser yo, así, con mis mil contradicciones. A veces quisiera ser más común, no sé, tampoco es que me crea extraordinaria, pero a veces me da la sensación de que no logro explicarme, de que ni los que me conocen me conocen.

 

Cuántas veces me escapé, cuántas veces quemé todo pensando que así se olvida.
Cuántas veces empecé de nuevo, otra casa, otra cama, otro colchón sin huellas de ninguno.
Me lo dijeron muchas veces: no importa a dónde vayas, los dolores se van contigo.
Entonces yo no sano, yo me escapo.
Me lavo el pelo en el mediterráneo y el alma en el Río de la Plata.
Te lloro en una esquina desierta de Berlín y me lloro abajo de tres frazadas.
Me acaricio las piernas como si las caricias fueran de otros y siento fuego en las manos.
Fuego. Ya prendí fuego todos mis recuerdos.
Mil veces fuego. Mil veces rota. Mil veces ida.

extrañar

Del lat. extraneāre ‘tratar como a un extraño’.

1. tr. Sentir la novedad de algo que usamos, echando de menos lo que nos es habitual. No he dormido bien porque extrañaba la cama.

2. tr. Echar de menos a alguien o algo, sentir su falta. Lloraba el niño extrañando a sus padres.

3. tr. Desterrar a país extranjero. U. t. c. prnl.

4. tr. Ver u oír con admiración o extrañeza algo. U. m. c. prnl.

5. tr. Afear, reprender.

6. tr. p. us. Apartar, privar a alguien del trato y comunicación que se tenía con él. U. t. c. prnl.

7. tr. desus. Rehuir, esquivar.

8. prnl. Rehusarse, negarse a hacer una cosa.

 

 

 

Escribir tiene eso de que a veces siento una explosión adentro que necesita salir y se escapa por mis dedos entonces agarro la parte de atrás del boleto del bondi que me llevó a la esquina de tu casa en donde quisiste que habláramos abajo porque arriba te dan ganas de abrazarme y si me abrazás ya perdiste. Y ahí escribo todo lo que no te dije ese último sábado y que me está apretando el corazón desde aquella vez que hablamos por teléfono y me dijiste que vos querías saber todo y yo te dije que el todo era todo mío y yo no era nada tuya.

Escribo porque cuando no escribo me sangran las manos y me explota algo adentro. Escribo porque es mi forma de tenerte.
Te escribo y te invento. Mis palabras son la magia que nosotros nunca fuimos.

Hoy me senté abajo de la ducha y me quedé dormida. Sentada con las piernas cruzadas y recostada contra la pared soñé contigo pero un tigo que no eras vos y un mundo que no era mío. Ya hace meses que no cumplo nuestro trato de mandarte un mail cada vez que aparecés en mis sueños. Hace meses que esas historias mueren en mi libreta de la mesa de luz y no te aviso que viniste. Mi próximo amor será la despedida que nunca fue de un ayer que sigue siendo.

Ningún llanto duele más que el llanto de aeropuerto. Mientras movés la mano con la poca fuerza que te queda como diciendo chau hasta la vuelta, aun cuando no hay vuelta y la puta madre, cómo hago ahora para no llorar a los gritos adelante de toda esta gente que me mira con mi metro y 50 y mis 45 valijas.
Ya pasé por un montón de despedidas y sigo sin aprender cómo se hace. Vos tampoco sabés despedirte y ni siquiera entendí del todo tu trabalenguas de que mejor así porque peor lo otro que es ir despidiéndose de a poquito.
¿Y qué es este último abrazo? Una carta de amor tan fugaz como eterno.
Esta ciudad fue magia pura. Ojalá fuera capaz de escribir lo que sentí la primera noche que llegué a Venecia sola y vi el agua del Adriático frente a mí y pensé en lo afortunada que soy y en cuánto vale la pena la valentía de saltar sin saber dónde está el piso.
Esta ciudad fue magia también en mis dolores, llegué llena de penas y me regalé estar sola conmigo durante meses, me encerré un poco en mí y en mil libros y cuadernos y poemas. Lloré mucho, lloré pila, lloré sola y lloré mientras me abrazaban esos brazos gigantes y calentitos.
Y esta vez pensé en mí, en lo que necesito, en lo que mi corazón grita fuerte: es hora de ir un rato a casa, de que mamá me toque el pelo cuando no me puedo dormir y que la abuela me haga milanesas y después me corte la sandía, le saque las semillas y le ponga un poquito de azúcar.
Es hora de ser amiga de mis amigos. Es hora de ser hermana de mis hermanos.
Venecia fue un desafío, un aprendizaje, un amor.
Con el corazón un poco roto me despido, del agua celestita, de la pizza, del spritz, de la magia en cada esquina y de los rincones más hermosos del planeta. Y de vos, que ahora ya sabés.

La semana pasada lloré tomando Glühwein porque me hizo sentir como en casa.
Desde que aterricé en Berlín estoy llena de emociones. El puerto de Hamburgo me invita a encallar, otra vez, pero la nieve, el frío y las calles que me duelen me recuerdan por qué me fui.
A Alemania llegó hace años una niña muy libre e independiente que de a poco se transformó en lo que hoy soy.
Alemania me recuerda lo que fui y lo que quería ser.
Me recuerda lo que fui con y para otros.
Alemania somos nosotros y la vida que armamos y después rompimos.
Pila de amigos, pila de amor.