Hoy me abrazo a mi tristeza, abrazo la angustia, la hago mía, la acepto, la miro menos de reojo y más de frente.
Me despego de mi cama haciendo fuerza y me perdono por la eternidad bajo esta manta de lana y por tanta baba en el cachete.
Me recuerdo en días felices, en montañas empinadas agarrada con fuerza a pastos largos, en las tardecitas de pies descalzos sobre la arena fría y finita, en los bosques oscuros de un pueblo que sentí mío, el recorrido desde una casa a la otra, las noches de vino tinto y películas de antaño.
Aquel amor anacrónico que construyó mis cimientos.
Acepto los días tristes como parte de esta historia.
Entiendo que para sanar hay que aceptar y para aceptar hay que sufrir.
Me entiendo, me escucho, me perdono, me acepto.
Me abrazo a mí y a las otras con dolores similares.
Abrazo a las que están vivas y a las que ya estuvieron muertas.

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